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El corazón de Ludovica, para la Ciudad

La monja sencilla que, sin ningún tipo de recursos, levantó el Hospital de Niños, una parroquia en City Bell y un solario para niños enfermos en Mar del Plata. Ella le aportó a La Plata un perfil humanístico y solidario. Testimonios

El corazón de Ludovica, para la Ciudad

El corazón de Ludovica, para la Ciudad

MARCELO ORTALE

19 de Febrero de 2017 | 00:58

Ella vino a darle corazón a la Ciudad. Corrían los primeros años del siglo pasado y la Universidad de La Plata, en especial las facultades de ciencias duras y las de carreras humanísticas, nutrían el conocimiento académico con principios racionalistas y positivistas. El mundo de las ideas se veía impregnado de teorías evolucionistas y los pensadores, de la corriente que fueran, golpeaban en las puertas del progreso.

Amanecía la reforma universitaria en la Argentina y en La Plata –ya calificada por sus valores científicos como “el faro de América”- aparecieron filósofos, naturalistas y literatos de la consistencia y talla de Alejandro Korn, Almafuerte, Florentino Ameghino, Carlos Spegazzini, Juan Vucetich y el enorme Perito Francisco P. Moreno, entre muchos otros. La facultad de Medicina no emitía diplomas, sino que gestaba y alumbraba profesionales de excelencia. La Ciudad era una fecunda matriz de sabiduría laica. Pero le faltaba un corazón y para eso vino y se entregó la Hermana María Ludovica, hoy beata y para la mayoría de los platenses, simplemente, Ludovica.

Nacida en los Apeninos centrales de Italia, en 1880 –dos años antes de la ciudad en la que viviría-, fue hija de humildes labradores. Como primogénita tuvo pronto que ayudar a sus hermanos, de modo que apenas si aprendería a leer y a escribir. En la adolescencia se hizo agricultora, hasta que a los 24 años de su edad ingresó en el noviciado de las Hijas de la Misericordia, consagrándose en 1906 a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia. Un año después aquella monja rudimentaria llegó a la Argentina y fue enviada a nuestra ciudad, con la orden de presentarse en el naciente Hospital de Niños de La Plata.

Ingresó al hospital con 28 años de edad. El Hospital sólo tenía dos piezas de madera y unas 60 camas. Primero la designaron en la cocina –a Ludovica le gustaba cocinar y lo hacía muy bien- destacándose de inmediato por su apego al trabajo y sus deseos de colaborar con los médicos, aprendiendo enfermería.

Al año de haber ingresado, el director del Hospital, Carlos Cometto, le ofreció ser administradora del establecimiento. Ella se negó varias veces diciendo que no estaba preparada, que no era quién. Apenas si hablaba el castellano, pero finalmente la convencieron y ejer ció el cargo hasta su muerte en 1962.

Se hizo primero de un carro y luego de su famosa camioneta, con los que salió a pedir donaciones a los particulares y recursos al Estado. Visitó despachos oficiales, mientras creaba talleres en el hospital para fabricar ropa, sábanas y otros elementos. Los depósitos siempre tuvieron reservas. Las empleadas jóvenes vivían en el hospital, como si fueran pupilas. Muchas familias comenzaron a ayudar a Ludovica y, a principios de 1940, el hospital tenía 23 pabellones y era considerado el más importante centro pediátrico de América del Sur.

Consiguió que le cedieran unas tierras fiscales en City Bell. En esas cinco hectáreas hizo una quinta con una casa para el cuidador, con la que dio de comer no sólo a los chicos internados, sino a personas pobres. Muchas familias de citybelenses la quisieron y comenzaron a ayudarla. A su inspiración y a su directa iniciativa se debe la construcción en 1936 de la parroquia del Sagrado Corazón, una de las dos principales del pueblo.

“La iglesia la inauguramos nosotros –recordó hace poco ante un portal citybelense Oscar Marchesotti, un antiguo vecino -. El casero era Incola y plantaba verdura con mi viejo para el Hospital de Niños. Las hermanitas venían dos veces por semana en una camioneta a buscar lo cosechado y huevos. Yo tenía 7 u 8 años y desparramaba los brotes de batata, tomate”, dice. “Mientras terminaban la iglesia nosotros estudiábamos catecismo. Con los tablones de los albañiles nos hacían los asientos. Me acuerdo que estaba casi terminado, y venía la hermanita Graciela y la hermana superiora, Ludovica, que traía una bolsa con escones. Eran unas monjas de oro”, expresó.

Años después llegaría a esa iglesia otro italiano que amaba a la humanidad, sin importar qué religión o qué ideología profesaba nadie. Fue el sacerdote José Dardi que siguió por el camino de Ludovica.

Pero la monja hizo algo más. Como por entonces los médicos recomendaban que los chicos con enfermedades pulmonares fueran a respirar aire de mar, no se sabe ya bien cómo Ludovica consiguió –venciendo resistencias que le hicieron muchas familias de Mar del Plata- construir en la década del 40 una suerte de hotel terapéutico, el llamado Solario, en la zona de Punta Mogotes. “Cuando era chica, mis padres me enviaron allá. Recuerdo con mucho amor a la Hermana Ludovica, que se desvivía para que todos la pasáramos bien y para que los enfermos se recuperaran”, dice Susana M, hoy ya abuela.

TESTIMONIOS

“Puedo decir con autoridad dos cosas sobre Ludovica. Primero, que era una mujer sin formación, que ignoraba mucho. Pero ella sabía que ignoraba, así que eso ya la convertía en sabia”, expresó el médico pediatra Alvaro Cortés. “Cuando ella tenía que hacer algún trámite administrativo en el Ministerio, pedía en el Hospital: “que vengan las chicas de las máquinas”. Se refería a las que empleadas administrativas que sabían escribir a máquina. Con una de ellas, entonces, se iba más segura a hacer el trámite”.

Cortés agregó que la presencia de Ludovica siguió viva por años. “Yo venía de trabajar en hospitales de la ciudad de Buenos Aires, que tenían muchas necesidades, y cuando llegué al de Niños no podía creer lo que vi: el Hospital relucía, era ejemplar. Allí trabajaban los mejores médicos de La Plata…Cada chico internado tenía su pijama…”

Ludovica sentía devoción por los niños. Siempre decía que le gustaría entrar al Cielo de las manos de algún niño. “Mi tía, Chiquita Zagaglia, trabajaba de lunes a viernes en la cocina del Hospital, en donde vivía como pupila. Cuando creció, ella me llevaba al Hospital y entrando por la puerta, a la izquierda, siempre estaba allí la hermana Ludovica controlando a los médicos y al personal, para ver si llegaban puntuales…Entonces le decía a mi tía: pasame a la nenita y yo me quedaba con ella recorriendo el hospital todo el día”, cuenta ahora Alicia Baldantoni.

“Cuando entrábamos a la cocina del Hospital, todo relucía. Era como un espejo, como un laboratorio. Las papas sucias, aún no peladas, esperaban en un sector apartado. Hoy daría cualquier cosa por volver a ver aquello con Ludovica. Recuerdo que ella hablaba en italiano, con algunas palabras en español. Todos le entendíamos. Era regordeta, de carácter fuerte, pero muy afectuosa. Y sabe, otra cosa, ella tenía un grupo de mujeres con las que iban a barrer y a limpiar a las iglesias de la zona. Yo las acompañé una vez a la iglesia Stella Maris, de Punta Lara”, agregó Alicia.

VATICANO

Aquella simple mujer se hubiera resistido –como lo hizo siempre, cuando alguien pensaba en distinguirla-, pero no pudo impedir que en 2004 unas 53 personas de La Plata viajaran al Vaticano para participar de la ceremonia de su beatificación en la plaza de San Pedro, que presidió Juan Pablo II. Entre ellos, vecinos, sacerdotes, la familia de Antonela Cristelli (una chica a quien Ludovica curó de un modo “científicamente inexplicable”, según se determinó), el médico Alfredo Bertolotti, que atendió a Antonela, la hermana Emilia Paternosto de la misma congregación que Ludovica y, entre otros, el enviado especial de este diario, Facundo Báñez.

También estuvo el entonces legislador Carlos Bonicatto que, en la actualidad, se encuentra escribiendo –ya muy avanzada- una novela sobre Ludovica: “Es una historia de su vida a partir de los hechos reales y de los testimonios vivientes, en especial de las personas criadas por ella en el Hospital de Niños. Como dijo alguna vez el arzobispo Aguer, ella vivió en una permanente construcción de santidad. También quiero destacar que, siendo una mujer sin instrucción, tuvo conceptos de avanzada. Por ejemplo, ella hablaba de la necesidad de quitarle fealdad a los hospitales. Quiero decir, además, que esta ciudad tuvo una santa”.

Cabe recordar que en 1951 el ministro de Salud, Carlos Boccalandro, había decidido que el Hospital Niños llevara el nombre de Sor Ludovica, cuando ella vivía, elaborando para ello el decreto correspondiente. Sin embargo, la tenaz oposición de la religiosa hizo que se postergara esa medida: “Si toman esta determinación, regreso a Italia”, amenazó. Todo se postergó hasta después de su muerte y hoy el hospital lleva su nombre.

A horas tempranas, Ludovica estaba siempre junto a puerta principal del Hospital, sobre la izquierda del hall de entrada. Era para controlar que todos cumplieran con el horario. “Doctor, llegó dos minutos tarde…” era la expresión con que reprendía a médicos muy prestigiosos, que venían de dar cátedra en la facultad y que fueron principales referentes de la pediatría. “Discúlpeme, Sor Ludovica, no se va a repetir…” se excusaba el profesional.

En realidad, en esos diálogos circunstanciales, se integraban los dos baluartes de la ciudad naciente: la mente y el corazón, la ciencia y el sentimiento, el conocimiento y el amor a la humanidad. No estaría mal pensar que Ludovica logró plasmar ese milagro, el de unir los extremos.

Los restos de Sor María Ludovica descansan en la Catedral de La Plata.

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