El manual de una época

A diferencia de su anterior trabajo “¿Hablaste de mí?”, sobre la actriz argentina Berta Moss, el escritor, actor y dramaturgo Kado Kostzer habla aquí en primera persona y conjuga sin prejuicios ni pudores su experiencia personal como artista y como persona y la mezcla, con su habitual ironía, con criaturas icónicas de aquella experiencia que duró entre 1965 y 1970, aunque la fundación de la entidad ocurrió algunos años antes.

El Di Tella y sus artistas fueron férreamente perseguidos por la dictadura de Juan Carlos Onganía, cuyos policías de la seccional cercana se dedicaban a maltratar y detener a aquellos personajes calificados de “hippies” y drogadictos; aunque tampoco suscitaban el entusiasmo y el respeto del teatro profesional, que los veía como un grupo de aficionados sólo interesados por una vanguardia sin norte y, para peor, desprovistos de interés político.

La efervescencia del lugar, que no fue un fenómeno masivo como se piensa, sino producto de la interacción de los grupos que allí militaban y un sector de público para nada mayoritario, tenía que ver más con sus búsquedas estéticas y la manifestación de conductas sexuales hasta entonces reprimidas, a las que el autor describe con emoción y sarcasmo.

Puede decirse que “La generación Di Tella...” -cuyo añadido “y otras intoxicaciones” refiere al título de una obra presentada allí- es una larga sucesión de chismes sobre situaciones y personas que Kostzer conoció, y aun sobre sí mismo, en la que no faltan comentarios sobre romances, levantes pasajeros, amores frustrados, gays tapados y lesbianas mandonas, entre directores, actores, músicos, bailarines y bailarinas, maquinistas de escena y personal jerárquico y administrativo.

No fue solo un lugar de teatro, ya que además del auditorio para unas 250 personas albergaba salas para exposiciones plásticas en las que figuraban artistas como Rogelio Polesello, Antonio Seguí, Julio Le Parc, Antonio Berni, Líbero Badíi, Luis Benedit, Rómulo Macció, Luis Felipe Noé, Gyula Kosice, Pérez Celis y la inclasificable Marta Minujin: el autor también visita la adyacente Galería del Este, cuyas boutiques se plegaban a la vanguardia paqueta de sus visitantes, al tiempo que pensaban amasar alguna fortuna, en general esquiva.

Kostzer tiene la virtud de mezclar lo artístico con lo privado con una desfachatez fenomenal -es de lamentar que la edición no haya tenido un buen corrector de ortografía- en la que describe los fracasos de público y amorosos del director Roberto Villanueva, rigurosamente ahogados en alcohol, su ardua enemistad con su ex amigo Alfredo Rodríguez Arias -quien en París se quitó el primer apellido-, la incapacidad artística y la delicada sexualidad de un tal Robustiano Patrón Costas, sobrino nieto de su homónimo famoso, las peripecias eróticas de Federico Klemm en Mar del Plata y un cuantioso robo de joyas a su madre por parte de uno de sus amantes, y una andanada de sujetos que buscaron la fama y en muy pocos casos la alcanzaron.

Del Di Tella y de la pluma de Kostzer se sabe que allí moraron y fundaron sus carreras Norman Briski, Nacha Guevara cuando se llamaba Clotilde Acosta, Alberto Favero, los hermanos Marucha y Facundo Bó, la bailarina Iris Scaccheri, la ahora internacional Marilú Marini -quien incluso hace topless en una foto de camarines en Francia-, Roberto Plate, un farsante llamado Juan Carlos Uviedo, el seductor Mario Skubin, su admirada Luisa Vehil -una de las pocas actrices consagradas que se mostró feliz en el lugar-, el grupo I Musicisti, del que surgieron Les Luthiers, Pepe Cibrián Campoy y los cultos Leal Rey y Jorge Petraglia, de larga permanencia en el lugar.

Ese mundo tumultuoso es narrado en saludables capítulos de dos o tres páginas cada uno en los que el contenido erudito se baña de una insidia magistral, del apunte picante, de la revelación desvergonzada, del sentido de la impunidad que el autor disfruta a sus 70 años y de esa melancolía por el paso del tiempo que componen un todo, incluida alguna carcajada que visite al lector.