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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

El pecado es el peor enemigo

19 de Febrero de 2017 | 00:41

Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

El verdadero enemigo del ser humano es el propio pecado, es la propia insubordinación contra Dios.

Enemigo es el que se opone, el que tiene mala disposición contra otro, el que desea o hace un mal. Y el peor enemigo que puede tener un ser humano no es ciertamente uno igual a sí mismo sino uno peor. El diablo y sus demonios son los peores enemigos del varón y de la mujer, a quienes engaña con sobrada astucia y maléficos artificios, con el único fin de provocarles la desgracia y la infelicidad, ya que los demonios - que fueron felices, pero se opusieron a la misericordia de Dios - nunca jamás podrán volver a ser bienaventurados. Así es que el pecado, tanto el de comisión como el de omisión, por instigación diabólica o por opción errónea de la criatura racional, hunden a incontables personas en la ruina de la propia destrucción, ya desde este mundo y de modo definitivo después de que pasen por la muerte temporal. El pecado es el peor enemigo de quienes fueron creados por el amor de Dios para ser felices en la verdad, pero que se oponen a vivir en la coherencia del Evangelio, haciendo el mal o dejando de hacer el bien. Por la denigración humana, que primero es un grave daño para la misma criatura, se ofende a Dios. Es decir que por hundirse en la corrupción del pecado se agrede al Creador. Dios es inmutable y no hay nada que pueda afectar a su realidad divina. Sin embargo, debido a que la criatura más amada por Él se opone a la verdad del amor real, se le ofende sin que ello menoscabe su Ser eterno. La enemistad producida por el pecado sólo puede revertirse con una sincera conversión o cambio radical de conducta, con el propósito de nunca más hacer lo malo. Esa conversión se manifiesta con profundo dolor en la celebración de la reconciliación o confesión de los pecados en el sacramento de la Penitencia ante un sacerdote de Jesucristo. De todos modos, cabe señalar que el pecado - aun el más vil - tiene en sí un atractivo para el ser humano, que no detecta sus desastrosas consecuencias, quien se deja atrapar por apariencias confusas hasta caer en insondable bajeza, sin vislumbrar la enemistad del atacante. Ya lo advierte san Pablo: “Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Cor 11, 14). Pero todo enemigo tiene alguna debilidad, algún lado más vulnerable. El diablo y sus demonios pueden ser vencidos, derrotados, espantados, si el ser humano tiene el coraje de clamar por el auxilio seguro de Dios, Supremo Bien y Soberano Señor de todo lo creado. Invocando el Nombre de Dios, el demonio no resiste y huye… quizá hasta una mejor oportunidad.

El pecado es el peor enemigo de quienes fueron creados por el amor de Dios para ser felices en la verdad, pero que se oponen a vivir en la coherencia del Evangelio, haciendo el mal o dejando de hacer el bien

Por lo cual todos hemos de estar preparados para una defensa que no admita engaño, con las armaduras de una vida sensata y coherente con el Evangelio de Jesús. Asimismo, y por Voluntad de Dios, los demonios no soportan siquiera escuchar el nombre santísimo de la Inmaculada Madre de Dios, y al sólo escuchar la palabra María se reconocen vencidos por Aquella que obedeció dócilmente y fue constituida Madre del Redentor para la salvación del mundo. Dios mismo estableció enemistad entre la serpiente (el tentador), y la Mujer y su descendencia (cf. Gén 3, 15), promesa que se cumple plenamente en Jesús y su Madre, la Virgen María. Como también aparece espléndidamente en la Mujer y su criatura, asediadas por el Dragón (cf. Apoc. 12), “la antigua serpiente” (Apoc 12, 9).

Si el pecado es tu peor enemigo y los demonios te azuzan, no te turbes ni te inquietes, invoca a María, llama a María, confía en María Inmaculada, la Vencedora en la batalla contra todo mal.

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