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En la novela Piezas secretas contra el mundo, el chileno Carlos Labbé, una de las voces jóvenes más destacadas de la literatura en español, defiende la necesidad de producir narrativas diversas para generar nuevas realidades, mediante una historia que denuncia la destrucción del suelo chileno a manos de la industria salmonera.
La novela editada por Periférica conforma un libro extraño, que parece desplegarse como una red, como las ramas o raíces de un árbol; y lo que despliega no parece una trama sino un método, un proceso cognitivo en el que cada página es una capa de la cebolla que el autor desmonta para ir del núcleo (incomprensible y agobiante) a la superficie de los conceptos que intenta atrapar.
“Este libro busca que quien lo lea desmonte una ficción, la de la certidumbre; aquí la posibilidad permanente es lo incomprensible”, señala Labbé al contestar las preguntas que acepta leer de corrido primero, para sólo responder las que llamen su atención porque “eso debe ser la literatura -dice-: lucha contra los órdenes impuestos al lenguaje, propuesta de otras narrativas más integradoras”.
¿Porqué esa forma nervada de escritura, tanta vuelta hasta llegar al núcleo, hasta dar con el hueso? “Me gusta pensar el revés de una escritura convencional como algo nervado -apunta Labbé-, como si pudiéramos dar vuelta cualquier ficción que un narrador jerarquiza en principio, medio y fin y, al hacerlo, aparecieran los nervios palpitantes, las arterias y más abajo el esqueleto”.
“Pero todo eso está mezclado, es cochino, no puedes mirarlo sin mancharte. Eso quiero leer: un cuerpo”, sentencia el autor de novelas como Libro de Plumas y Locuela.
En esta nueva obra de Labbé, un hombre intenta denunciar la profanación de la tierra y pueblos originarios al sur de Chile por corporaciones europeas, a la vez denuncia la censura presente en su país y, de la misma manera que ocurre con el guión del videojuego de 1.323.326, uno de sus personajes, el libro de Labbé se vuelve una denuncia creativa.
Su novela, señala, “cuenta la destrucción de la flora y la fauna en los campos, islas, lagos, ríos y océanos por parte de industrias salmoneras”, pero es además una muestra de cómo “eliminar el realismo jerárquico, estereotipado y ‘reductivo’ de las ficciones que fundan las narrativas” de instituciones como jardines de infantes, escuelas y universidades.
“Es necesario proponer multiplicidad de ficciones posibles a quienes se forman”, consigna este lingüista, músico pop, crítico literario, guionista de cine y TV, académico y novelista nacido en Santiago de Chile en 1977.
¿Pueden entenderse estas páginas como ensayo filosófico más que como novela? Para Labbé esos son “dos espejismos, dos quimeras de múltiples cabezas: la filosofía buscando la experiencia del lenguaje y la novela el lenguaje de la experiencia”.
Aunque si uno quisiera leerlo como ensayo “tendría que preguntarse ¿Qué es lo legible? ¿Lo no legible es mi adversario porque no lo comprendo? ¿Puedo ser legible para eso otro si soy su adversario? ¿Esa legibilidad mutua nos volvería aliados?”
¿Por qué organizar entonces la narración como si fuera un método de investigación científica? “Para que en la lectura uno se dé cuenta de que la ciencia, como todo conocimiento arrogante, es nada más una ficción aplicada -asegura-. ¿Qué pasaría si dejáramos de creerle masivamente a la estadística, la economía o la medicina occidentales?”.
El narrador de “Piezas secretas contra el mundo” relata un videojuego: lo que ve en la pantalla, las acciones que emprende más allá de ésta y los registros sensoriales que podrían ocurrir de uno u otro lado.
“Mi novela -señala Labbé- se pregunta si no es ya cuestión de tiempo y dinero que esa experiencia puramente sensorial y fría que es la pantalla del videojuego -además de búsqueda de sentido táctil- se convierta en la narrativa principal del mundo, en el relato común y corriente con que sentiremos las cosas y desde ahí intentaremos comprender”.
En tanto que Albur, nombre del video y del lugar en que transcurre la acción, es para Labbé “un alegato por la recuperación de la riqueza léxica”: “Destino, hado o singladura” para los árabe-españoles; “lo que es sobrecogedor, gracioso, familiar o extraño al mismo tiempo” para el nahuatl (lengua azteca).
El libro habla de una Comisión en genérico, que “al cabo de varios saltos, de muchas o pocas páginas, puede volverse la Universidad, la Compañía o el Estado. Para ellos trabajamos todos, no necesitamos tener nombre ahí dentro, sólo un número, pero todos estamos fuera una vez que dejamos de trabajarles”, señala el escritor.
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