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Séptimo Día |PERSPECTIVAS - UNA MIRADA SOBRE LA VIDA

La danza del cosmos y el caos

Por SERGIO SINAY (*)

La danza del cosmos y el caos

La danza del cosmos y el caos

4 de Diciembre de 2016 | 00:24

Mail: sergiosinay@gmail.com

Esto es un caos. Cuatro palabras que definen el desorden, la confusión, el desconcierto, el batifondo en el que se pierden las coordenadas. A lo largo de un día, sobre todo de un día en este mundo y en esta vida, tal como transcurren hoy, esa sensación se dispara con frecuencia y con facilidad. Pareciera a menudo que salir a la calle es enfrentar el caos. Kurt Vonnegut (1922-2007), escritor estadounidense que cultivó con maestría el absurdo y la sátira (entre sus obras se cuentan “Matadero cinco”, “Pájaro de celda”, “Madre noche” y “Desayuno de campeones”) afirmó que “No existe el orden en el mundo que nos rodea, debemos adaptarnos al caos”. El aire de los tiempos parece darle la razón: un racista y machista gana las elecciones en Estados Unidos, los tsunamis devastan las costas más impensadas, epidemias de enfermedades hasta ahora desconocidas y de nombres imposibles de pronunciar amenazan nuestra salud, bombas estallan y matan en ciudades que se pensaban seguras, el crimen acecha mientras la inseguridad se expande, más de 90 guerras, entre declaradas y no declaradas oficialmente asolan el planeta. La lista puede seguir, aunque lo apuntado es ilustrativo.

¿Es, entonces, así? ¿Debemos adaptarnos al caos? Lo curioso es que el caos tiene su historia y, en sí, significa desadaptación. ¿Qué tipo de orden sería el de adaptarse al desorden? No parece posible vivir permanentemente en el caos. Cuando los seres humanos aparecieron en el planeta su entorno les pareció caótico. Y necesitaron entender. Así nacieron los mitos. Urgidos de explicar una realidad que los sobrepasaba, y de anticiparse a fenómenos que los desconcertaban, atribuyeron a seres superiores (los dioses) el origen y el sentido de esos fenómenos. La tierra, el cielo, el mar, las profundidades, el viento, el fuego, el rayo, todo tuvo su dios. Congregadas en el Olimpo (según la mitología griega, antecesora de lo que sería la filosofía occidental) esas divinidades gestionaban aquello que les correspondía de manera que hubiese un orden en ese funcionamiento y una razón de ser para cada fenómeno. Dioses y Naturaleza eran la misma cosa y, hasta que se producía la intervención humana, había armonía en aquel escenario. Esa armonía tenía un nombre. Cosmos.

“... no deberíamos perder de vista nuestra condición de seres conscientes y responsables. Muchas veces el caos es producto del imponderable, de aquello que ni conocemos ni controlamos, excede a nuestra comprensión y nuestra voluntad.”

EL PRECIO DEL CAOS

Cosmos y Caos, se dijo desde entonces, son opuestos complementarios. Existen relacionados. Hoy entendemos cosmos como sinónimo de universo. Originariamente no era así, o en todo caso se refería a un universo armónico, en el que todas sus leyes funcionaban. Caos es la ruptura de ese orden, de esa sincronía. La alteración del cosmos, se explica en la mitología, enfurece a los dioses. Desatan entonces su venganza (conocida como némesis) sobre quienes desbaratan la concordia al intentar emularlos. Hay mitos que se proponen aleccionadores acerca del caos. Entre ellos el de Sísifo, que denunció a Zeus por el rapto de una doncella y fue condenado a cargar una enorme roca montaña arriba sin poder llegar jamás a la cima. O el de Prometeo que, por haberle robado el fuego a los dioses cediéndolo a los hombres, pasó su vida encadenado a una piedra para que un águila le comiera cada noche el hígado que volvía a crecerle durante el día. El caos es producto de la “hybris”, como se denomina a la soberbia, esa falencia del carácter que impulsa a desconocer límites, a caer presa de una ambición desbordante, a provocar un desequilibrio que siempre afecta a la totalidad del universo por aquello de que “aletea una mariposa en Pekin y cae un edificio en Nueva York”. Somos partes de un todo que es más que la suma de esas partes y nuestras acciones afectan siempre al conjunto. Provocan el caos y llaman a la némesis.

El filósofo y educador francés Luc Ferry (que fue ministro de la Juventud, Educación e Investigación entre 2002 y 2004) señala en su enriquecedor ensayo “La sabiduría de los mitos” que la mitología es espiritualidad laica, un camino para reflexionar sobre nuestro lugar en el mundo y abordar las grandes preguntas de la vida que puede ser transitado al margen de las creencias religiosas. Desde esa perspectiva invita a una interesante aproximación al tema del cosmos, el caos y lo que Aristóteles llamaba la vida buena. Todos hemos oído una y otra vez la máxima que dice: “Conócete a ti mismo”. Así como la que reza: “Todo en su medida”. Ambas se leían (y pueden divisarse aún, sobre todo la primera) en el frontispicio del templo griego de Apolo, en la legendaria Delfos, sitio del oráculo al que se le inquiría por el destino. “Conócete a ti mismo”, dice Ferry no es una invitación a una indagación psicológica, a un recorrido solitario y solipsista del propio ser, a aislarse del mundo para dedicarse al auto estudio. Mucho menos un rescate de las partes más favorables de uno mismo, como suele ocurrir a menudo.

“Conócete a ti mismo” significa contemplar esa totalidad de la que somos parte (mirar el mundo, la sociedad, el entorno, no retirarnos), comprender cuál es nuestro lugar en ella, las consecuencias de ocupar ese lugar, respetar en cada una de nuestras decisiones y acciones el equilibrio de ese conjunto y no atentar contra él, no ser agentes del caos. Allí la mitología da un salto hacia la moral y “Conócete a ti mismo” puede entenderse también como “no actúes contra los otros, no depredes el medio ambiente, no dejes de lado valores como la responsabilidad, la gratitud, la honestidad, la generosidad, la confianza y tantos más, no dejes que te gane la hybris”.

Cosmos y Caos, se dijo desde entonces, son opuestos complementarios. Existen relacionados. Hoy entendemos cosmos como sinónimo de universo. Originariamente no era así, o en todo caso se refería a un universo armónico, en el que todas sus leyes funcionaban. Caos es la ruptura de ese orden, de esa sincronía

CONSCIENTES Y RESPONSABLES

“Todo en su medida”, a su vez, no es la creación de ningún caudillo contemporáneo aunque muchos así lo crean, sino el recordatorio que Aristóteles proponía para seguir el “camino del medio”, alejado de extremos y excesos, y llegar por él a la vida buena. Esta no es sinónimo automático de buena vida (confort, placeres, riqueza, etcétera); significa, como la describe Ferry, “una existencia humana reconciliada con el universo, en armonía con el orden cósmico, una vida que nos hace más libres y más abiertos a los demás”.

Caos y cosmos mantienen una relación pendular. De acuerdo con los relatos mitológicos, en el principio fue el caos, todo abismo y oscuridad. Sobrevino el orden y la armonía, el caos. Pero el mundo es un organismo vivo, late, respira, se transforma. Esos procesos, más la acción de los humanos, provocan periódicamente un caos. Al que sigue otra vez la armonía cosmológica. Del mismo modo, la acción desordena el reposo, la vigilia desordena el sueño, y la sucesión de sístole y diástole en el trabajo del corazón o de exhalación e inhalación mientras respiramos crean nuevos órdenes y los desordenan. Es la vida.

Sin embargo, no deberíamos perder de vista nuestra condición de seres conscientes y responsables. Muchas veces el caos es producto del imponderable, de aquello que ni conocemos ni controlamos (a pesar de cierta soberbia científica y tecnológica, sobre todo esta última), excede a nuestra comprensión y nuestra voluntad. Muchas otras es provocado por la intervención humana, por el olvido de cuál es nuestro lugar y cuál nuestra responsabilidad. Es entonces cuando cada quien debe recordar las dos máximas del templo de Apolo: “Conócete a ti mismo” y “Todo en su medida”.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Sus últimos libros son "Inteligencia y amor" y "Pensar"

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