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Las bibliotecas personales en La Plata

La Ciudad mantiene desde la fundación una estrecha relación con el conocimiento y la cultura. La influencia de la Universidad y de los primeros sabios. Testimonios de un bibliotecario, de un médico y de un librero tradicional

MARCELO ORTALE

19 de Junio de 2016 | 00:06

La Plata mantiene desde siempre una estrecha relación con el conocimiento científico, con el humanismo, con el culto a las bellas artes y a las letras. Pero esa actitud reflexiva, de elaboración de una conciencia propia, no fue sólo obra de un grupo de intelectuales ciertamente vanguardistas, sino que la sociedad platense se sumó con entusiasmo. Una de las principales pruebas de ello reside en la gran cantidad de bibliotecas personales que hubo y sigue habiendo en la Ciudad. Tal como lo señalan ahora bibliotecarios y libreros, la Ciudad mantiene desde el origen una elevada densidad intelectual, entre otros motivos por haber sido sede de una gran universidad y de otros organismos culturales de primer nivel que perduran vigentes.

No existen estadísticas, pero los expertos estimaron alguna vez que en las 1200 hectáreas del geométrico casco histórico y en el océano anárquico de la periferia, los profesionales, los cultores del arte, los estudiantes de todas las facultades , los miles de lectores autodidactas y amigos de los libros suman en sus viviendas más de 15 mil bibliotecas caseras bien surtidas. Casi treinta librerías cubren estos días una demanda que no cesa en nuestro distrito. Por cierto que no puede dejar de mencionarse a las numerosas bibliotecas populares que perviven en los barrios y en el casco urbano platenses.

Lo cierto es que, así como Rocha fue el gestor político y Benoit el diagramador urbano, Joaquín V. González fue acaso el principal autor del plan cultural para la ciudad, basado sobre las aulas de la Universidad. A principios del siglo XX varios sabios sentaron sus reales en la Ciudad y legiones de estudiantes se formaron bajo las exigencias de Francisco P. Moreno, Francisco Beuf, Carlos Spegazzini, Florentino Ameghino, entre muchos otros, llenándose de libros las casas platenses. Haría falta editar una guía para mencionar a quienes vinieron con su luz a enseñar y a los jóvenes platenses que se forjaron con ellos desde entonces, convertidos poco después en faros del conocimiento.

“Actualmente en La Plata no hay bibliófilos, que son aquellos coleccionistas de primeras ediciones muy caras, casi imposibles de encontrar. Pero si existen muchos bibliómanos, muchos amantes de los libros. Y entre éstos podemos incluir a los que vienen a buscar primeras ediciones de autores argentinos clásicos” dice Mario Luis Lenzi, uno de los últimos, sino el último, de los libreros personales de la Ciudad.

Sobre los más de 30 mil libros de su librería cercana a plaza Italia, se vuelcan todos los días jóvenes estudiantes, académicos, profesionales, escritores, muchos historiadores y sobre todo lectores, gente que busca formar su propia biblioteca en casa. La mayor parte de los libros son de “viejo” o, como le gusta decir a Lenzi, de “lance”, que así las llaman en España porque el lector se tira el lance de encontrar algo bueno en ellas.

“El interés no cede, a pesar de las crisis”, dice Lenzi, que ofrece un dato no muy conocido: “creo que internet sólo pudo haber afectado un poco a los diccionarios y a las enciclopedias…La gente se maneja más con Wikipedia. Pero el libro, como tal, va a perdurar”.

Hace un tiempo, en declaraciones a este diario, Lenzi aludió a la muy trabada relación que existe en La Plata entre los libreros y los lectores, muchos de los cuales actúan como consejeros espontáneos de los comerciantes. ¿De qué tipos de clientes aprendió como librero? “Si usted me permite, no voy a generalizar. Le voy a dar un ejemplo, con nombre y apellido. Aprendí por ejemplo de Pedro Barcia, al que una vez consulté porque una mujer de Buenos Aires me había ofrecido una verdadera biblioteca personal en venta. Yo la había comprado, estaba poniéndoles precio a los libros y Pedro me alertó: mire Lenzi, este y este otro son libros de primera calidad, son primeras ediciones…Tenga cuidado, me dijo…Uno va sumando esos conocimientos”

Lo cierto es que en los cuatro puntos cardinales florecen las bibliotecas personales, pero cuando sus dueños son pensadores, sabios o literatos suelen poseer obras muy valiosas. Esos verdaderos tesoros entran habitualmente en riesgo de perderse, cuando mueren quienes las formaron. Y la experiencia enseña que el sistema legal de nuestro país no encuentra todavía fórmulas para preservarlas, para evitar que se dispersen o terminen mal vendidas por metro o por kilo.

“METASTASIS DE LIBROS”

Alfredo Guerrini es un médico platense poseedor de una biblioteca personal de más de cinco mil volúmenes. “Mi biblioteca central la tengo en el estudio, y las satelitales en los otros lugares de la casa…Es ya como una metástasis de libros…”.

Su colección comprende libros profesionales y los humanísticos, preferentemente de literatura. “El problema de los libros médicos es que envejecen a los cinco años de estar editados. Uno ya no sabe qué hacer con ellos y termina tratando de regalarlos”.

Guerrini –que de tanta lectura humanística terminó escribiendo relatos y ensayos-apela al orden de tipo alfabético, por el nombre del autor a la hora de guardarlos en los estantes. En cuanto a las revistas médicas o científicas dice que están siendo consultadas cada vez menos en soporte papel, ya que los lectores prefieren acceder a uno o dos artículos de ese ejemplar a través de internet.

UN BIBLIOTECARIO

“La biblioteca personal es como la biografía de uno. Pero también, a veces, una biblioteca me da una sensación un poco melancólica, es algo que digo ahora y que sé que suena complicado. Pienso que uno la formó y la reconfiguró. Y que alguien, alguna vez, la terminará comprando”, dice Federico Reggiani, profesor de Letras y Bibliotecario graduado en Humanidades.

Actualmente Reggiani es director de la Biblioteca Central de la Suprema Corte bonaerense, que cuenta con unos 18 mil volúmenes de derecho. Asimismo coordina las 23 bibliotecas departamentales de la Justicia bonaerense. “Lo que más me gusta como bibliotecario es la referencia, es decir, asesorar sobre los libros existentes de cada tema. Pero también me gusta organizar la vida interna de las bibliotecas”.

¿Qué es lo que ocurre con las donaciones de libros, de colecciones, que muchas veces no son aceptadas por el Estado? “El problema es sumamente complejo, ya que los derechos de autor en la Argentina perduran por 75 años más allá de la muerte del escritor. Supongamos que usted recibe la donación de una biblioteca personal de cinco mil libros. Muchos de ellos perdieron vigencia. Otros no se pueden digitalizar, por el tema de los derechos de autor. La ley no admite otras salidas y entonces conviene rechazar esas donaciones, ya que no se las puede dispersar ni reducir”.

¿El libro en soporte papel sobrevivirá a Internet? “Personalmente creo que sí, con excepción de los diccionarios y las enciclopedias. De todos modos uno puede tener un reader electrónico, con una colección de centenares de libro que están a disposición de uno en pantallas muy cómodas, que no tienen brillo. Sin embargo, en este caso el precio por acceder a los libros electrónicos asciende al 50 por ciento de lo que cuesta un libro en soporte papel, de manera que son caros”, dijo Reggiani, que, en otro orden, coincidió en que La Plata cuenta con una importante cantera de bibliotecas personales, a las que se suman bibliotecas públicas de excelente nivel.

AUTODIDACTAS

Un aforismo anónimo dice que “los libros no llegan solos a las bibliotecas, hay que salir a buscarlos”, pero es claro que esa tarea de búsqueda exige una preparación previa en el lector. El lector que elige un libro está mostrando una actitud autónoma, una capacidad para la opción. Pero lo que hay también en ese hombre que va forjando su biblioteca casera un impulso inaugural de su cultura, de modo que cada libro que adquiere se aproxima temáticamente con el que ya tiene en sus estantes. El poeta Roberto Juarroz así lo dice en su poema “La Biblioteca”:

 

“El aire allí es diferente.

“Está erizado todo por una corriente

que no viene de éste o de aquel texto,

sino que los enlaza a todos

como un círculo mágico.

El silencio allí diferente.

Todo el amor reunido, todo el miedo reunido,

Todo el pensar reunido, casi toda la muerte,

Casi toda la vida y además todo el sueño…”

 

Allí están, en el centro, en los barrios, en las localidades de la periferia, las bibliotecas personales de los platenses. En ellas corre un aire diferente, que respiran todos los textos enlazados como en un círculo mágico, todos reuniendo el amor, el miedo, el pensar, la vida y además el sueño humano. Esas colecciones íntimas deben ser defendidas, deben perdurar, nacieron de la primera semilla, de la piedra fundamental que sembró Dardo Rocha y siguen vivas ahora, enseñándoles a ser libres a todas las generaciones.

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