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Séptimo Día |PERSPECTIVAS - UNA MIRADA SOBRE LA VIDA

Los días del amor

Por SERGIO SINAY

Los días del amor

Los días del amor

19 de Febrero de 2017 | 00:57

Mail: sergiosinay@gmail.com

Cuando Valentín, de quien se dice que fue un médico romano luego convertido en sacerdote, se opuso a los designios del emperador Claudio II, que prohibía el casamiento de los jóvenes soldados porque consideraba que el matrimonio quitaba energía a los varones y los hacía débiles como soldados, seguramente no previó que dieciocho siglos más tarde (aquello ocurría en el siglo III de nuestra era) habría una festividad y un día que llevarían su nombre y que estarían dedicados a los enamorados. Valentín se las arregló para casar, a pesar de la prohibición, a las parejas que lo desearan y esto provocó, según narra la leyenda, su martirologio. El 14 de febrero del año 270 fue ejecutado y sus restos descansan hoy en la Basílica que lleva su nombre, en la pequeña ciudad italiana de Terni, en la región de Umbría. Junto a esa tumba, una joven llamada Julia, a quien el santo habría devuelto la vista, plantó un almendro de flores rosadas y ese árbol pasó a ser el símbolo del amor.

En el año 498 el Papa Gelasio I estableció la festividad del 14 de febrero en remplazo de los Lupercales, una celebración pagana, en la cual jóvenes varones azotaban a muchachas con látigos de cuero de cabra pues se suponía que esto provocaba fertilidad. Otros matices paganos aparecen hoy en el Día de los Enamorados, cuando este se convierte en una abrumadora apelación al consumo de supuestas pruebas de amor, como serían costosas cenas, viajes, joyas, ropa, muñecos y demás cuestiones.

Cinco días después de la celebración y pasada la resaca de las demostraciones efusivas, una pregunta aparece en el horizonte. ¿Qué ocurre con el amor durante los otros 364 días del año? Queda un largo tamo por delante hasta el próximo 14 de febrero y acaso resulte previsor explorar la respuesta.

DOS REVOLUCIONARIOS

En principio habría que recordar que enamoramiento y amor no son lo mismo, aunque se los suele considerar sinónimos. El enamoramiento es un momento inicial, una suerte de bing-bang sentimental de enorme voltaje emocional, de revolución hormonal y de gran desconocimiento mutuo. Ambas personas conocen poco de la otra, lo que conocen les gusta y eso las atrae. Se acercan montados en una enorme ilusión. Ojalá el otro o la otra sea quien yo siempre soñé como mi ideal, ruegan. Tiene que serlo porque hay en esa persona cosas que me gustan y me atraen irresistiblemente. ¿Cómo hacer para evitar que todo se desvanezca como una burbuja? ¿Cómo permanecer junto a ese desconocido, esa desconocida? Aparece la pasión como respuesta. Si apenas nos conocemos, ¿que nos uniría? Por ahora la pasión, esta no pide antecedentes, simplemente arde. Luego, si la historia prospera, la pasión se convertirá en energía y se plasmará en proyectos realizados, experiencias compartidas, logros alcanzados, dolores transitados en mutua compañía. Porque donde hay amor la pasión no se pierde, se transforma.

En su libro “Enamoramiento y amor”, un clásico en la materia, el pensador y ensayista italiano Francesco Alberoni compara el enamoramiento con una revolución. Se derroca lo existente, el viejo orden no está más, pero aún no hay uno nuevo, Todo bulle. “Es un movimiento de dos que avasalla”, dice Alberoni. El enamorado ve a la otra persona (y así es visto por ella) como alguien especial y único, aunque se trate de un ser como los demás. El enamoramiento, añade, nos separa de algo a lo que estábamos unidos y nos une a alguien que desconocíamos. Y si hubiese algún obstáculo a vencer, mejor, pues habrá más épica.

Como ocurre con las revoluciones que se instalan, tras el momento epopéyico hay que construir algo nuevo. Levantar un nuevo orden en el cual desarrollar la vida que continúa. Puede haber un día de los enamorados, pero si la historia ha de perpetuarse, si no será un simple fogonazo, habrá que construir el amor. Los demás días deberán ser del amor. Enamoramiento y amor están en puntos opuestos de un camino. El enamoramiento es comienzo, el amor es llegada, consagración. El enamoramiento es incertidumbre, agonía y renacimiento permanente, deslumbramiento, hiperventilación, desesperación por saber si lo que ocurre es cierto, si habrá continuidad. El amor es certeza, serenidad, seguridad sobre lo vivido, refugio, cimiento, cosecha. Todo amor empieza en enamoramiento. No todo enamoramiento termina en amor. Para que ello ocurra es necesario recorrer la totalidad del camino.

El amor no se da mágicamente (aunque en el arrebato del enamoramiento se llegue a creer que sí), no es obra de la voluntad, aunque necesita de ella, y, a diferencia del enamoramiento, que es inicial y transitorio, echa raíces, es estable y permanente. Pero básicamente es una construcción, y como tal no se erige en un día sino a través de un proceso y una labor. Se edifica con acciones amorosas. Una acción amorosa es aquella por la cual el amor de una persona llega a la otra de la manera en que esta necesita ser amada. Y necesitar no es lo mismo que desear. Para poder transmitir amor y que el otro lo reciba es necesario mirar a ese otro, escucharlo, dialogar, preguntar. Y para saber explicar el modo en que uno necesita ser amado es preciso tomar contacto consigo mismo, hacer introspección, explorar las propias necesidades. No es igual decir “Quiero que me acompañes” que “Me siento amado o amada cuando me acompañas de tal manera específica, que es la que necesito”. Esto vale también para “necesito que me escuches, “que me entiendas”, “que me esperes”, “que me valores”, etcétera. El amor es el “qué” de la cuestión. El “cómo” debe decirlo quien va a recibirlo. Quizás el otro no sepa o no pueda. Si no sabe tendrá que aprender. Si no puede, hay una dificultad a afrontar. Y también de dificultades afrontadas se nutre el amor.

Enamoramiento y amor están en puntos opuestos de un camino. El enamoramiento es comienzo, el amor es llegada, consagración

LAS FORMAS DEL AMOR

Todas estas cuestiones hacen a la labor amorosa, a la construcción del vínculo, a su solidez y trascendencia. El amor es algo demasiado maravilloso y grande como para envasarlo en una forma rígida y pretender que dos personas que se aman deban vivir su experiencia de una única manera, determinada desde afuera de ellas y establecida como un mandato. No es la forma la que determina el amor, sino el amor el que determina la forma. Hay quienes cumplen con el mandato de la forma pero no demuestran amarse a través de acciones. Y hay quienes se aman sincera, profunda y fecundamente a través de un tipo de vínculo que solo a ellos les pertenece. Es que, en definitiva, el verdadero amor tiene mucho que ver con la moral y nada que ver con el moralismo.

Se puede decir que el camino a recorrer va de la ilusión y el desconocimiento del enamoramiento a la certeza y el conocimiento del amor. Por eso este es un punto de llegada. Aquellos que se enamoraron y no se conocían terminan amándose porque se conocen. Es decir, han accedido a las luces y a las sombras del otro y así se reciben mutuamente. Este peregrinaje insume los 365 días de todos los años que se comparten. Uno o varios días de celebración son merecidos cuando la tarea ha sido emprendida y está en marcha Después de San Valentín quedan 364 días por delante. Y es en ellos en donde aguarda el amor.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Sus últimos libros son "Inteligencia y amor" y "Pensar"

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