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“Los escritores son la mala y la buena conciencia de su tiempo”

Rafael Felipe Oteriño: “son cada vez más los hogares en los que no se ven libros”. Importancia de las ferias. La literatura en el mundo y la búsqueda personal de cada autor. Su experiencia en la Academia Argentina de Letras

MARCELO ORTALE

8 de Mayo de 2016 | 00:10

“¿Cuál es el rol del escritor...? Para responder a ese interrogante...pienso en una frase que no es mía, sino del poeta francés Saint-John Perse: ser la mala conciencia de su tiempo. Pero me gustaría agregar que también lo es ser su buena conciencia, porque la escritura cumple una función tan crítica como paliativa, de ayuda, de acompañamiento”

Camina por el pasaje Rodrigo, por el barrio de Tribunales o por la plaza Rocha donde quedaba la casa familiar y reconoce rincones, ramblas, glorietas, árboles de su pasado platense. Su vida llegó a Mar del Plata donde hizo carrera como magistrado y profesor de Derecho Civil, pero la poesía es su fuego sagrado. Con ella sigue ahora la lucha existencial, ya incorporado a la Academia Argentina de Letras.

Rafael Felipe Oteriño es junto a Francisco López Merino y a Horacio Castillo una de las voces primordiales de la poesía platense y en una larga charla se expidió sobre temas que tienen que ver con la identidad del escritor en la actualidad, con el futuro del libro y con los movimientos literarios existentes en distintos países.

Publicó los siguientes libros de poesía: Altas lluvias (1966); Campo Visual (1976); Rara Materia (1980); El príncipe de la fiesta (1983); El invierno lúcido (1987); La Colina (1992); Lengua Madre (1995); El orden de las olas (2000); Agora (2005), Todas las mañanas (2010) y Viento Extranjero. Recibió, entre otros premios, los del Fondo Nacional de las Artes, Secretaría de Cultura de la Nación , el Premio Nacional y el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía y más recientemente el Rosa de Cobre que otorga la Biblioteca Nacional.

Alude a la importancia de las ferias del libro como experiencias masivas. “El primer saldo positivo que dejan, creo, es el que nos muestra que el libro en papel sigue gozando todavía de buena salud (aunque más adelante hablará de la horrorosa pesadilla de Bradbury sobre los libros) y que los escritores tienen un cometido en una civilización atravesada por los fantasmas anónimos de la masificación. De modo que caminar, como se hace estos días, por la Feria de Buenos Aires, es participar de un ansia, no del todo definida, por hallar la página que fue escrita para nosotros y, a la vez, tomar conciencia de que no será hallada, pues en la sociedad de consumo las cosas se recrean en su condición de promesa. Pero es una experiencia constructiva y dichosa, porque lo que allí se ofrece son libros, quienes caminan por sus pasillos son escritores, y unos son fruto y los otros artífices de uno de los dones que hace más singular al hombre: la imaginación”.

Las ferias del libro atraen habitualmente a escritores de renombre. Para no ser menos, la de Buenos Aires presenta ahora a Vargas Llosa y a Coetze, entre muchos otros. Oteriño valora estas presencias no ordinarias: “marcan una estatura estatura intelectual, un modelo de laboriosidad, y siempre dejan una palabra edificante”.

“La ejemplaridad –sigue diciendo- es uno de los disparadores de la creación literaria y los escritores de renombre han recorrido, con pruebas a la vista, que están en sus obras, el camino que va de lo no dicho a lo finalmente expresado. Y al hacerlo, descubrimos que manifiestan algo que secretamente nos concierne”.

“Esas presencias permiten comprender que, más allá de su máscara construida un poco por sus personajes y otro poco por la sagacidad de los medios, son iguales a nosotros: beben su café, sonríen cuando se los halaga, se asombran al ser reconocidos”.

LITERATURA EN EL MUNDO

Ya no existen corrientes o movimientos literarios nítidos, la globalización y los avances tecnológicos barren las huellas con rapidez. Pero tal vez pueden aún identificarse países en los que perduran corrientes literarias gravitantes...Oteriño reflexiona: “España, para la poesía, sigue siendo un valle fértil, como Inglaterra y Estados Unidos lo son para la novela; Francia continúa con su tradición reflexiva y está a la cabeza en el ensayo, como no podría ser de otro modo, después de Montagne, Foucault...”

Dice luego que toda Lainoamérica es como la gran sede de los poetas, aunque en el Río de la Plata renace con fuerza el cultivo del cuento y del texto breve, con mentores como Cortázar, Abelardo Castillo y el montevideano Mario Levrero. “Es tan vasto el mundo que lo que uno suponga...siempre será insuficiente. Pero no podemos dejar de mencionar a Claudio Magris, Paul Auster, a Coetze y siempre, siempre, al universal Borges”.

De allí vuelve a un interrogante crucial de nuestra época, al futuro del libro en soporte papel, si perdurará o no: “Es la pregunta del millón. Entiendo que, en el futuro inmediato, perdurará. Pero sospecho que dentro de dos o tres generaciones los asientos intangibles irán reemplazando a la edición del libro tal cual hoy la concebimos. Sólo basta ver la profusión de las formas efímeras del lenguaje comunicativo -el twitter, los correos SMS, el intercambio de selfies, las redes, los blogs, el libro electrónico y demás soportes crípticos del idioma- para comprender que el presente se va entendiendo bien con los soportes livianos”.

“Creo que el mensaje de Bradbury en Farenheid 451, fuera de ser horroroso - en la ficción, el gobierno ordena quemar los libros porque la lectura llena de angustia a los ciudadanos-, es una anticipación que se cumplirá, no por angustia, sino por el avance imparable y más económico de la tecnología. Hace años que veo con sorpresa, no exenta de melancolía, que son cada vez más los hogares en que no hay libros, pero sí televisores, equipos de música y reproductores de sonido”.

LA BUSQUEDA

La conversación se orienta hacia la búsqueda de cada escritor, hacia sus expectativas medulares. Medita unos segundos y considera: “creo que en lo personal, lo que busca cada escritor es encontrar su voz propia, como era el anhelo de Rilke, su voz hecha de un tono y sostenida por una experiencia que el lector puede compartir. En lo social, un escritor aspira a ser intérprete de su época y expresar los comunes afanes y desvelos de la sociedad. Pero esto no le quita su condición de anticipador, de adivinador o vate como lo era el poeta en la Antigüedad, de un hombre que pronostica mediante metáforas y leyendas los tiempos que vendrán”.

Define a continuación: “la identidad más deseada de un escritor es la de ser un hombre que escribe, así como la del carpintero es la de quien trabaja la madera o la del herrero quien manipula el hierro. No tiene sentido alguno, por eso, considerar si un poeta es o no mejor que otro. Escritor es todo aquel que nos lleva a lo profundo de la existencia con una mirada metafísica, trágica o meramente placentera. Eso es todo y para eso hay que seguir no a una inspiración que susurra, sino a la experiencia del lugar adonde esa fuerza nos conduce y nos deja solos. Bajar cada día al escritorio y saber que allí están ellas –las palabras- aparentemente inertes, hechas de blanco y negro, pero que de su propio ser nacen el amor, el terror, la piedad, el dolor, todo eso que hace grandes y posibles nuestras efímeras vidas”.

En los momentos de creación también juega un rol definitorio la nostalgia. Muchos escritores, por no decir todos, se ponen extremadamente serios cuando hablan de ella...La nostalgia es también como un estímulo poderoso...¿o no es así? “Las nostalgias, las carencias, el anhelo de conocer, de explorar y desentrañar algo que está en el horizonte de lo no dicho, son todos estímulos. Pero también lo es –y en grado superlativo- el dictado de la propia lengua, del que se vale del escritor para sobrevivir. Las palabras, para un poeta, son un comienzo y una finalidad”.

Un poeta es como un joven eterno, un perpetuo ingenuo. De pronto lo llaman de una Academia de Letras...¿qué es lo que ocurre entonces? ¿Una academia es un punto de llegada o de partida? “Es el lugar donde se recuerda que el pasado literario existe y es una fuente inagotable de creatividad. Donde se estudia el lenguaje como un organismo vivo que, más allá de su función comunicativa, tiene la capacidad de abrir otros mundos y acceder a zonas inexploradas de la inteligibilidad y el sentido. Allí se pulsa que la literatura puede convertir el acto lingüístico en la energía creadora que da rienda suelta a lo no dicho y a lo inexpresable. Y que en la literatura –repito- es verdadero lo que de ordinario no tiene lugar en el escenario de lo convencional. De donde la lengua, antes que víctima de la contemporaneidad, es su aliada: la que le presta su savia, la que le señala un rumbo y le asegura continuidad”.

¿Qué es lo peor que la literatura le transmite a un escritor?

Oteriño responde: “Como acto reflexivo –que sin duda lo es-, la conciencia de la finitud, y como efecto de ésta, la certidumbre de los límites, ya que por más que se escriba y se instauren mundos de la imaginación, la proporción de lo inexpresado no disminuye; antes bien, se acrecienta en relación directa de los nuevos espacios abiertos por la escritura. Como dice Montale: cada ganancia está compensada por pérdidas equivalentes en otras direcciones, mientras que el total de la posible realización humana permanece invariable”

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