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Los que castigan haciendo reír

El aporte de los humoristas gráficos a la política y a las costumbres del país. Los tres últimos grandes: Landrú, Sabat y Cascioli. Otros dos maestros: Medrano y Quino. El significado de las caricaturas

MARCELO ORTALE

24 de Mayo de 2015 | 00:38

Los humoristas gráficos viven en un subibaja. Los elevan para ponerles una corona de laureles y un instante después los bajan del podio a empujones. En estos días Hermenegildo Sabat, el número uno de los caricaturistas de la Argentina, fue elegido por el consejo superior de la Universidad Nacional de Buenos Aires para otorgarle el título de doctor honoris causa. En contraste, el “Menchi”, nacido en Montevideo, en su veterana carrera debió enfrentar amenazas, presiones e insultos que le dispensaron funcionarios o dirigentes políticos de todo color, militares o democráticos.

Sabido es que esas intimidaciones se traducen, a veces, en persecuciones de mayor entidad, cuando no en ráfagas de ametralladora, como les ocurrió hace poco a los dibujantes y periodistas de Charlie Hebdo. Habían hecho chistes sobre Mahoma, fue la justificación fundamentalista.

En nuestro país, uno de los primeros humoristas gráficos fue el sacerdote franciscano Francisco de Paula de Castañeda, varias veces expulsado de Buenos Aires entre 1815 y 1825 por sus caricaturas. Tenía una pluma pesada para escribir y lastimaba con su plumín de dibujante. Fue el precursor de la sátira política en la Argentina, que contaría luego con ilustres sucesores y fue también el primer periodista censurado.

Castañeda había apoyado la Reconquista contra los ingleses en 1807, pero después entró en desgracia al oponerse a la política religiosa de Rivadavia, aunque también se animó con el Libertador San Martín. A Castañeda le tocaron tres destierros, todos de cabotaje.

Lo echaron de Buenos Aires, primero al fortín de Kakel Huincul, hoy Maipú. Poco tiempo después lo despacharon detenido para que estuviera una temporada de destierro en Dolores y otra en Carmen de Areco. En una oportunidad dibujó a San Martín como una suerte de monarca ebrio, con varias cabezas cortadas a su alrededor. Allí quiso criticar los supuestos desbordes de poder en que incurría quien había liberado ya a tres países.

En junio de 1820, el padre Castañeda se quejó de las que calificó como pobres honras fúnebres que le dedicaron el pueblo y el gobierno de Buenos Aires a Manuel Belgrano. Como respuesta, el gobierno, dominado por Rivadavia, volvió a expulsarlo de las fronteras porteñas. Castañeda pegaba con fiereza y así le devolvían.

Lo cierto es que en ese vaivén continuo –con más palos en sus espaldas que caramelos en sus bolsillos- vivieron y seguirán viviendo los intérpretes de un arte popular que nació en la Antigüedad y que hoy mantiene plena vigencia. Sus dibujos, caricaturas e historietas los pueden llevar todos los días al paraíso o al infierno, con más viajes hacia este último, según aseguran.

LA TRIOLOGIA

Para los estudiosos del arte político- humorístico, como Mara Burkart, en las últimas cinco décadas de la Argentina hay tres grandes figuras dominantes: ellos son Landrú (Juan Carlos Colombres, creador de Tía Vicenta), Andrés Cascioli (creador de las revistas Satiricón y Humor) y Sabat (caricaturista de Clarín y La Opinión). Otros, claro, con exceso de razón, incorporan a Quino a esa lista.

Landrú se caracterizó por un estilo ingenuo y, a la vez, irreverente. Asistido por el surrealismo llenó la realidad de personajes inquisitivos, que ironizaban y desarticulaban las estructuras convencionales de los políticos. Su humor, acaso más costumbrista que político, se basó en el proverbio latino “castigat ridendo mores” (cambia las costumbres riendo).

Personajes de Landrú en apariencia inocuos como Ricardo Fox –con sus pensamientos magistrales, puestos al pie de cada página de Tía Vicenta (“Si la Argentina estuviera rodeada de agua sería una isla”) o Rogelio, el hombre que pensaba demasiado o el señor Cateura que se desvelaba para que su hijo fuera carnicero y así triunfara en la vida, terminaban infaliblemente desatando las iras de los gobiernos de turno.

Landrú –creador junto a Delfor, aunque éste se anticipó unos años, de la palabra “gorila”, para definir a los antiperonistas- debió luchar contra funcionarios peronistas enojados y fue severamente censurado por el gobierno del dictador Onganía, que cerró Tía Vicenta porque lo habían dibujado parecido a una morsa.

Cascioli, muerto hace muy poco fue, tal vez, el más expresamente censurado. Lo fue en varias ocasiones durante el tercer gobierno de Perón (cuando ya operaba el temible López Rega); dejó de salir en el período de Isabel Perón, volvió a salir y el régimen militar que vino después se enfureció por las tapas burlonas, con dibujos y caricaturas esmeradas de Cascioli, que la pasó mal. Fue una de las pocas publicaciones que se le animó a la junta de comandantes.

Al principio y al final de esas décadas hubieron dos dibujantes también geniales, que enseñaron a pensar: ellos fueron el perfecto Luis Medrano, con sus inolvidables grafodramas diarios en La Nación, y el cordobés Quino (Joaquín Lavado Tejón), el más reconocido internacionalmente y cuyo personaje mítico, Mafalda, generó mucho alboroto. Claro que también estuvieron Oski, Miguel Brascó, César Bruto, Caloi, Fontanarrosa, Garaycochea, Alfredo Olivera, Copi, Blota y más acá Rep, Daniel Paz, Grondona White, Colazo, Fortín y muchos más. Se podrían marcar muchas omisiones, menos una: la de un humorista gráfico que está de moda y que, al mismo tiempo, es duramente cuestionado por sus colegas que lo acusan de “plagiario serial”.

GARGANTA

Javier Garganta sostiene que se puede hablar de los riesgos que ofrece el oficio de humorista gráfico y de caricaturista, “aunque se puede también decir que no es igual al de un obrero de la construcción que se encuentra colgado de un andamio a 30 metros de altura o el de un carnicero que puede rebanarse algún dedo con la sierra eléctrica, sin ir más lejos”.

Humorista de este diario hace muchos años, Garganta también publicó sus trabajos El Patagónico de Comodoro Rivadavia; Río Negro de Gral. Roca, Ámbito Financiero y La Prensa. También colaboró en la Gaceta de Hoy y en el Latino Weekly de Los Angeles (EE:UU), además de numerosas revistas, entre ellas Tía Vicenta, Rico Tipo, Humor y Billiken, Humor, entre muchas más.

“Los dibujantes –agrega- corremos hoy riesgos peores que antes. Sabemos lo que ha ocurrido en Francia o en países donde la libertad de expresión no es considerada una virtud, léase Venezuela, Cuba y Ecuador mismo, por nombrar países cercanos”.

Añadió que en los países autoritarios “directamente se los encarcela, se los persigue, se les quita toda posibilidad de trabajo, se cierran revistas y diarios y el trabajo desaparece”, para agregar que “el oficio de humorista gráfico tiene por objetivo causar gracia en el que lo lee, pero, además, el de criticar a la realidad política, económica y social en la que se encuentra e intentar que el receptor piense y analice sobre sus mensajes. El dibujante debe necesariamente transitar por una delgada línea para decir lo que cree, tratando de no ofender susceptibilidades. A veces lo logra y cuando no…”

EL PASADO

Además de Castañeda, que fustigó entre otros a San Martín y a Rivadavia, pulularon revistas a partir de la Revolución de Mayo en los que se ironizó sobre Saavedra, Soler, Carrera, Sarratea, Rosas, los unitarios y los federales. En realidad, casi nadie quedó ileso. A partir de la caída de Rosas, la oferta de humor político se multiplicó y en 1863 apareció El Mosquito, una revista de vanguardia y con excelente calidad de impresión.

Los primeros caricaturistas fueron Meyer y Monniot, a los que siguieron Enrique Stein y otros que se burlaron de Mitre, Sarmiento, Avellaneda y de todo político que pasara cerca. En 1890 se produce otra instancia trascendental: aparece Caras y Caretas, dirigida por el español Pellicier con caricaturistas de fuste como Fray Mocho (también escritor, claro), Luis Mayol y José María Cao. Ya en los albores del siglo XX aparecen las revistas PBT y Fray Mocho. Pocos años después empezaría a tallar el diario Crítica y allí trabajarían Cao, Silva, el mítico Divito y el gran dibujante Diógenes Taborda, seguidos luego por el parlamentarista Ramón Columba y otros ilustres como Lanteri y Dante Quinterno.

“RETRATOS SOBRECARGADOS”

A pesar de que viene de antes –algunos la remontan al antiguo Egipto- se cree que fue a a partir del Renacimiento, con la influencia irradiante de Miguel Angel y Leonardo, cuando surge la caricatura tal como se la conoce ahora. Se habló por primera vez de la caricatura de una manera estricta, que es la que responde a la acepción etimológica de la palabra, nacida del término “ritratti carichi”, que significa retratos sobrecargados. El narigón era más narigón, los ojos grandes se convertían en ojos saltones.

Baudelaire, escritor del XIX, se extrañaba por el hecho de que no se hubiera escrito hasta entonces una historia de la caricatura, ya que ella –decía- “se relaciona con todos los hechos políticos y religiosos, graves o frívolos, relativos al espíritu nacional y que han agitado a la humanidad”.

Esa historia es la que forjan cotidianamente en todas las redacciones los humoristas gráficos, muchas veces sin necesidad de que sus “retratos sobrecargados” necesiten palabras para explicarlos. Una tarea casi muda que, en la historia de nuestro diario, además de Garganta, ejercieron con brilantez Redoano, Casajuz, Pujol, Pilo Truet y ahora Joel Vigo, entre muchos otros.

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