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SANDRA CORNEJO
“Todo poeta es un disidente” asegura Osvaldo Ballina. Y es cierto. Y lo es especialmente en su caso. Más aún cuando escribir implica expresarse “desde el desafío, desde el reto”, por citar palabras de la escritora María Elena Aramburú refiriéndose a la poética de Ballina.
En su reciente libro “oficio de extraño” otra vez observamos ese desafío ante el rompimiento del lenguaje, quebradura que no es otra cosa más que la discrepancia con lo gastado, lo fácil, lo accesorio. Sus poemas, libro a libro, van convirtiéndose en símbolos a seguir. Hay, en cada verso, una cosmovisión medular o, para usar sus propios trazos en “infinitud”, hay una intención “más dulce, más verde, más siena” ante una constelación de “cerebros vacíos” adictos a las “frases célebres”. Solo, aislado de la “habitual vocinglería”, el poeta prefiere (o no puede hacer otra cosa más que preferir) el extrañamiento.
Refugiado en su “cueva templo”, Ballina observa la opacidad del devenir con cierto pesimismo kafkiano (otra vez Aramburú) pero también con una traslúcida filiación oriental. Ocurre que en un viaje a la India el poeta experimentó la explosión de un universo para comprender definitivamente que, el mundo, este mundo que habitamos, es una inmensa metáfora.
Es así como en su “diminuta infinitud”, en medio de “una oscura libertad”, la paloma, el mandril, el estornino, el cuervo, la hidra, los grillos, (tanto como lo que queda del ser humano), buscan, entre las orillas, un paisaje que contemple el Uno, y en el Uno, “los mapas, los astros, las brújulas, los rescates”. Es el poeta, como el orante entre los fuegos, “sabedor de que murieron el misterio y la piedad en la tierra”. Es el poeta (y el lenguaje poético cuya reminiscencia atraviesa todas las artes) quien puede atravesar el umbral que lleva a cierta galaxia, a un jazmín o al vislumbre de una nueva lengua.
“Oficio de extraño” no es más ni menos que un oráculo. Un paisaje marítimo que anuncia, tormentoso: “nadie sabe quién es entre falsos sueños/salvo el eremita, el santo o el asesino”. De alguna manera, este extraño en su oficio nos deja una inquietud: ¿cuál de estos sustantivos querríamos habitar? ¿Eremita, santo, asesino? Nos deja la inquietud, y el tiempo apremia.
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