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Séptimo Día |HISTORIA

Rasputin, entre la leyenda y la realidad

A 100 años de su asesinato, una revisión sobre una de las figuras más enigmáticas de la historia contemporánea que logró un inexplicable ascenso al poder tras ingresar en la corte del último zar, Nicolás II

8 de Enero de 2017 | 01:32

Grigori Yefímovich Rasputin, una de las figuras más enigmáticas y extravagantes de la historia contemporánea, ha permanecido bajo el misterio de su inexplicable ascenso al poder tras conseguir entrar en la corte del último zar, Nicolás II. Ahora se cumplieron 100 años de su asesinato.

Si para algunos fue un ser superior, un monje místico con fama de sanador, para otros sólo se trató de un siniestro personaje, un demente impostor. Nada se sabría de él, de no ser porque, creyéndose con poderes curativos e hipnóticos, Rasputin no logró curar, pero sí mejorar, la salud de Alexis, único hijo varón y heredero del zar, que padecía hemofilia. A partir de entonces pasó a estar protegido por la zarina. Presentado como un hombre de Dios, la vida del también llamado “monje loco” fue de lo más libertina. Sus biógrafos coinciden en describirlo como un ser autoritario y despiadado, cuyos actos, ya fueran grandes banquetes que terminaban en orgías o la toma de decisiones, eran revestidos de un falso misticismo que todo lo justificaba.

Pero aquel monje semianalfabeto, poseedor de supuestos dones espirituales, con los que llegó a ejercer una total influencia, no sólo sobre la zarina, sino sobre el destino del país, fue víctima mortal de su ambición desmedida. Una intriga palaciega encabezada por el príncipe Félix Yusúpov, uno de los hombres más poderosos y ricos de Rusia, acabó con su vida a fines de diciembre de 1916, hecho que coincide con el fin del imperio de los zares y la revolución bolchevique, diez meses después.

UN MONJE MUY INFLUYENTE

El escritor ruso Eduard Radzinsky, que ha investigado los nuevos archivos estatales rusos encontrados en 1995, ofrece una imagen más equilibrada de este controvertido personaje. Gracias a su acceso al “Expediente Rasputin” extrae una historia extensamente documentada, basada en hechos reales. Radzinsky parte de las declaraciones de sus amigos, devotos, o admiradoras, para explicar lo inexplicable: cómo aquel monje consigue ampliar su influencia en la corte hasta hacerse con el control de todas las decisiones del Estado, y quién fue, de los reunidos aquella noche, el verdadero autor de su muerte.

Nacido en 1869 en Siberia occidental en el seno de una familia de campesinos, Grigori Rasputin era un hombre corpulento y de fuerte carácter, con poderes psíquicos desde niño. Se casó antes de los 20 años y tuvo tres hijos. Tras vagar presumiendo de religioso, llega a San Petersburgo ya con fama como monje sanador y entra en el círculo de las familias más acaudaladas.

Su suerte cambia en 1904 cuando es llamado por la zarina Alexandra, una mujer muy religiosa y supersticiosa (que fue canonizada por la Iglesia Ortodoxa Rusa en el año 2000), para curar al pequeño Alexis, el heredero y único hijo varón del zar, al que logra sanar, no se sabe si mediante hipnosis, o por sus conocimientos de medicina, o por todo a la vez, pero lo cierto es que el heredero mejoró y aquello fue tomado como la muestra de su poder. Desde entonces se instaló en el palacio y ejerció una gran influencia sobre la zarina, no tanto sobre el zar que nunca se fió de él. Así como Rasputin fue aumentando su poder en la corte fue sumando enemigos entre los poderosos, que veían en él a un impostor peligroso que debían eliminar. Por si fuera poco, sus escándalos sexuales eran cada vez más descarados y difíciles de tapar por el halo de misticismo.

Máximas como: “Se deben cometer los pecados más atroces, porque el mayor placer de Dios es perdonar a los grandes pecadores”, confirman sus conocidas odiseas sexuales

Máximas como: “Se deben cometer los pecados más atroces, porque el mayor placer de Dios es perdonar a los grandes pecadores”, confirman sus conocidas odiseas sexuales que tanto ayudaron a aumentar su leyenda, y que ahora, Radzinsky, ratifica a través de los sorprendentes testimonios dejados por las mujeres de San Petesburgo, sobre las que ejerció una irresistible fascinación.

Rasputin logró ser odiado por todos. No le gustaba ni a la corte, que no soportaba el meteórico ascenso de un simple campesino, ni a la clase política, que no comprendía el poder que ejercía sobre los zares, ni a la Iglesia ortodoxa, que conocía su pasado como miembro de una secta. Era incomprensible que el zar desoyera tantas opiniones en su contra, y que incluso destituyera a quien así lo aconsejara. La explicación, según Radzinsky, radicaría en esa religiosidad supersticiosa de los zares que creían en ciertos dones superiores, conocidos como “demencia santa”; la tradición rusa está llena de “santos locos”, la misma catedral de San Basilio de Moscú, está dedicada a uno de ellos.

UNA ESCALADA DE PELICULA

Cuando empieza la I Guerra Mundial, Nicolás II destituye a su comandante en jefe y, a instancias del propio Rasputin, abandona la corte para encabezar el Ejército. Y es entonces cuando en su ausencia, la zarina asume el control del Gobierno, que delega en su fiel consejero. Ambos van destituyendo cargos claves hasta llegar, incluso, a disolver la Duma (Cámara Baja de carácter consultivo). El estallido de indignación contra Rasputin es tal, que la zarina no tiene más remedio que expulsarlo de la corte.

El joven príncipe Félix Yusúpov, casado con una sobrina del zar, relata en sus memorias, una Rusia sin rumbo, a la deriva, y reconoce, además de su homosexualidad, cómo se vio obligado a organizar aquel crimen “para liberar al país de tal funesto personaje”. Según Radzinsky, la noche del 16 de diciembre de 1916 -en el calendario juliano, imperante en Rusia, que equivale al 29 de diciembre en el gregoriano-, Rasputin fue invitado al palacio del príncipe quien, tras intentar infructuosamente envenenarlo sirviéndole arsénico en el vino, le tuvo que disparar un tiro en el pecho en un intento por rematarlo. Creyéndolo ya muerto abandona, junto a sus tres cómplices, la estancia pero cuando vuelven para deshacerse del cadáver, Rasputin logra “resucitar” en una aterradora escena de película e inicia su huida.

Fue entonces cuando interviene Vladimir Purishkiévich, un político ultramonárquico, quien se atribuyó la autoría de los cuatro disparos que le propinaron por la espalda, en una versión nada creíble, que asegura haber errado los dos primeros y acertado, incomprensiblemente, los dos últimos, con la víctima huyendo a mayor distancia. Radzinsky resuelve cualquier duda indicando que la resistencia de Rasputin al veneno pudo deberse a un error en la cantidad suministrada dada su gran envergadura. En cuanto al disparo de frente de Yusúpov que sólo le hirió, lo explicaría por la torpeza y el miedo propios del que es débil y no sabe de armas.

Con respecto a los cuatro supuestos disparos de Purishkiévich, el escritor ruso indica que el político debió fallar los dos primeros, porque fueron los únicos que realizó, además de autoinculparse de los otros dos, los que habría disparado en realidad el miembro de la realeza y primo del zar, Dimitri Pávlovich Romanov, militar y tirador de élite. Unos disparos certeros -espalda y cabeza- que lo remataron. Una prueba contundente fue el duro castigo que el zar le impuso: su inmediato destierro a Persia.

El cuerpo finalmente fue arrojado a las frías aguas del río Neva en San Petersburgo y, cuando fue encontrado, con los antebrazos en alto, la autopsia reveló que la causa de la muerte fue por ahogamiento, algo que ayudó a rematar su leyenda.

Es difícil imaginar qué hubiera sido de Rasputin de haber vivido apenas diez meses más para presenciar la Revolución de octubre o para haber visto cómo se cumplieron sus temibles predicciones: el fin de la familia Romanov y el de la monarquía rusa. El 16 de julio de 1918 todos los miembros de la familia real fueron ejecutados por la dictadura bolchevique.

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