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Séptimo Día |TENDENCIAS

Todo tiene un límite

Por SERGIO SINAY (*)

Todo tiene un límite

Todo tiene un límite

29 de Octubre de 2016 | 23:50

Mail: sergiosinay@gmail.com

¿A dónde vamos a parar? La pregunta está en el aire, se repite a diario. Abundan los motivos. Un chico de 13 años mata a un ladrón con la pistola de su padre, un hombre obnubilado asesina a su pareja, a su cuñada, a su suegra e intenta hacer lo mismo con dos criaturas que salvan la vida milagrosamente, una chica de 16 años es violada y ultimada por tres miserables salvajes, discusiones de tránsito terminan en asesinatos, desacuerdos entre vecinos derivan en muertes. No hay pausa. Cada día un nuevo episodio se suma a la galería del horror.

¿A dónde vamos a parar? La pregunta se instala cuando desaparecen los límites. Mientras estos existen y están vigentes tanto una persona, como toda una sociedad saben dónde parar. En la línea demarcada por el límite. De allí no se pasa. Los límites forman parte de la vida. Los hay naturales y los hay creados por la interacción humana. Límites naturales son el tiempo (somos mortales), el espacio, la geografía, los fenómenos climáticos, la biología, la fisiología, las leyes de la física, entre otros. De la interacción humana nacen límites consensuados a lo largo de la historia y de la evolución, como son las normas, las reglas, las leyes, los estatutos, los protocolos, los valores. La moral.

La moral, creación humana, nos dice qué se debe y qué no se debe con relación a la posibilidad de convivir, de establecer comunidades, de preservar y honrar el bien común y, como consecuencia, de crear condiciones para que cada individuo, en vinculación con los demás, pueda desarrollar sus potencialidades y ofrecerlas al conjunto. Los valores morales (responsabilidad, confianza, gratitud, sinceridad, honestidad, compromiso, generosidad y más) nada significan cuando desaparece el otro, es decir el prójimo, el congénere, el conviviente, el socio, el amigo, el vecino, el cliente, el paciente, el proveedor, etcétera. El otro en todas sus expresiones. Es hacia él, desde él, con él que se manifiestan los valores. No se es honesto, responsable, confiable, agradecido, humilde sino hacia y con el otro, del mismo modo en que él lo es con nosotros. Rota esa trama que nos vincula, no hay valores en ejercicio real.

EL DESEO Y EL DEBER

La moral, como decía el gran físico y pensador austriaco Erwin Schrödinger en su libro “Mente y materia” (recientemente reeditado), nace de la confrontación entre lo que queremos y lo que debemos, es la lucha entre la declaración “yo quiero”, del ego primitivo y natural, y la respuesta “tú debes”, de la conciencia, apoyada por la comunidad de humanos. Cuando la conciencia se impone nos convertimos en seres sociales, aprendemos a convivir.

Si esto ocurre y, por lo tanto, los valores morales (además de las leyes, normas y reglas que se nutren de ellos) están vigentes, todos nos topamos con límites. Vivir como seres sociales y actuar como agentes morales significa reconocer que hay otros, que no podemos todo, que nuestro deseo no es la ley, y mucho menos ley universal. Al señalarnos esto los límites nos obligan a resignar y, sobre todo, a elegir. No es libre quien hace lo que quiere y no encuentra obstáculos ni límites, sino quien racional y sensatamente reconoce la existencia de los límites y las normas y hace elecciones responsables, dispuesto a responder por ellas. El individuo moralmente libre, entonces, sabe dónde va a parar y por qué.

La moral, creación humana, nos dice qué se debe y qué no se debe con relación a la posibilidad de convivir, de establecer comunidades, de preservar y honrar el bien común y, como consecuencia, de crear condiciones para que cada individuo, en vinculación con los demás, pueda desarrollar sus potencialidades y ofrecerlas al conjunto

Las tragedias cotidianas de nuestra sociedad son eso. Tragedias. Desde los antiguos griegos se sabe que la tragedia es un mecanismo que se pone en marcha y que sus protagonistas no detienen, pese a todas las señales y advertencias, hasta que desemboca en un final fatal. Nuestras tragedias, dolorosas como son, vienen anunciadas por un largo proceso durante el cual una masa crítica de quienes integran la sociedad ha corrido los límites y los ha hecho tan laxos y vulnerables que estos se evaporaron. Se ignoran normas y reglas, se burlan leyes, se impone la transgresión como método. Se ve en los hechos de cada día: burla de los límites de velocidad, conductores que estacionan donde quieren y no donde deben, contratos que no se respetan, clientes y usuarios maltratados, protestas callejeras que vulneran derechos de otros en nombre de los propios, avivadas permanentes, promesas electorales que no se cumplen, pasajeros tomados como rehenes por paristas autoritarios, padres que temen imponerles límites a sus hijos. La corrupción y los crímenes son el apogeo de la tragedia que se cuece en un fuego lento y constante. Expresan la ignorancia final y total de la existencia del otro, deshonran la condición social del ser humano, nos devuelven a las cavernas.

Hermes Trismegisto (que significa Hermes, el tres veces grande), un mítico sabio cuyo nombre es griego y su origen egipcio y a quien se atribuyen los llamados siete principios de la verdad, decía que como es arriba es abajo, como es adentro es afuera y como es en lo pequeño es en lo grande. Esto último, sobre todo, explica cómo los límites que no se respetan en los más pequeños actos cotidianos van transformando a la sociedad entera en un escenario propicio para las grandes tragedias que luego la horrorizan. Una sociedad que con sus conductas y hábitos usuales corre los límites hasta sacarlos del cuadro, crea las condiciones para que se liberen los impulsos de quienes tienen una propensión a veces psicopática a no reconocer demarcaciones, normas, leyes ni valores, y a imponer el “yo quiero” sobre el “yo debo”. En sociedades donde las leyes escritas y no escritas de la convivencia funcionan, estos individuos también existen, y algunos actúan su propensión hasta el final, pero en general están limitados y contenidos por el medio ambiente, por la atmósfera moral que esa sociedad respira e impone.

LIMITES DE ADENTRO Y DE AFUERA

“Observar el límite forma parte de la cultura del tratamiento humano”, afirma el sacerdote benedictino Anselm Grün en “Límites sanadores”, uno de sus muy agudos ensayos. Y para que no queden dudas subraya que “el límite es el tabú que no debe traspasarse”. Grün advierte que es difícil respetar y reconocer el límite que los otros nos ponen con su mera existencia, si no conocemos nuestros propios límites. Y si no sabemos dejarlos en claro. Cosa difícil pero muy necesaria en una cultura que alienta el desconocimiento del límite. “El dolor para, vos no”, proclamaba la publicidad de un analgésico llamando a no respetar un límite con el que nuestro organismo nos dice algo importante. Otros anuncios repiquetean con promesas inciertas de minutos, planes, abonos, velocidades y otras cuestiones, todas “ilimitados”. Esta velocidad tiene el límite de onerosas facturas. La velocidad ilimitada de un auto tiene límite en el accidente mortal, la diversión ilimitada que estimula el anuncio de una bebida choca con el coma alcohólico. Usar la tarjeta de crédito serialmente frena en el límite del quebranto económico. Y así podemos seguir con incontables situaciones que nos rodean o en las que estamos inmersos. Los límites existen. La consecuencia que espera detrás de su no observancia, también.

¿A dónde vamos a parar? Cada uno es responsable de su propio límite, dice Anselm Grün. Sumadas, esas responsabilidades contienen una respuesta.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Sus últimos libros son "Inteligencia y amor" y "Pensar"

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