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Falleció el rosarino Lalo de los Santos

27 de Marzo de 2001 | 00:00
Lalo de los Santos, cuyos restos fueron inhumados ayer en el Cementerio de la Chacarita, fue músico, compositor, arreglador y, esencialmente, un obstinado soñador que trabajó incansablemente por impulsar la música de Rosario, ciudad que lo vio a nacer hace 45 años y a la que le regaló su tema más emblemático.
El"Tema de Rosario" -quizá la más popular de sus muchas canciones- fue sólo una muestra de la ligazón afectiva del artista con su terruño, con sus raíces y con la certera convicción de la necesidad de proyectar este legado hacia otras regiones del país y del mundo.

Si la canción rosarina de la mano de populares exponentes como Fito Páez y Juan Carlos Baglietto se ganó un lugar propio dentro de la geografía musical argentina, fue Lalo quien empujó incansablemente por conseguir que ese reconocimiento se generalizara, se hiciera conocido y tuviera un fundamento histórico, estético y testimonial.
Es que el artista protagonizó desde marzo de 1973 como parte del Ateneo Músicos y Amigos de Rosario (AMAdeR), las búsquedas de los entonces jóvenes rosarinos por nuclearse y hallar una nueva síntesis en la que convivieran la rebeldía del incipiente rock, las raíces folclóricas y el tono urbano de la ciudad santafesina.
Como integrante de la mítica banda de rock sinfónico Pablo el enterrador primero, y con las consiguientes travesuras musicales que encaró luego, Lalo de los Santos fue, al mismo tiempo, parte y voz de una corriente que peleó por tener una voz propia capaz de hacerse escuchar.
Entre idas y vueltas, una estadía en Buenos Aires para intentar (junto a Rubén Goldín) ser parte de la banda de Raúl Porchetto y su triste alejamiento de Pablo el enterrador, regresó a la "ciudad de la furia" pero para ver nacer a su hijo Iván y trabajar de tenedor de libros en una empresa de la City.
Sin embargo, en una noche de agosto de 1981 cuando sus amigos rosarinos liderados por Baglietto llegaron al estadio de Obras para tomar parte en un recital de repudio a la próxima llegada de Frank Sinatra a la Argentina, el músico reencontró su lugar en el mundo.
"Cuando escuché que la canción 'Mirta de regreso' decía '/.../en la estación retumba el Estrella del Norte/.../'la conmoción interna que sentí hizo que me planteara, por primera vez, mi procedencia, asumiera mi 'rosarinidad, reconociera mi grupo de pertenencia y me embriagara al ver a 5 mil monos gritando 'Rosario, Rosario'", evocó alguna vez.
Tras aquel movilizador concierto y la consiguiente cena en el típico restaurante porteño Pipo, a Lalo le cambió la vida.
Ya reinserto a la actividad musical, fue quien cobijó al jovencísimo Fito Páez cuando el muchacho decidió cambiar a Rosario por Floresta, tomó parte en el auge de Baglietto en paralelo con el fin de la dictadura militar y la edición de "Tiempos difíciles" y comenzó a ser bajista y arreglador de la cantante y compositora Silvina Garré.
En paralelo, en 1984, debutó como solista con el disco "Al final de cada día" que le produjo su coterráneo Litto Nebbia y en el que plasmó su peculiar estilo autoral en piezas como "Para la gente de barrio", "Al maestro con música", "El Káiser", "Goldianía" e, inevitablemente, "Tema de Rosario".
Hacia 1987 dio a luz "Hay otro cielo", otra vez bajo la batuta de Nebbia, y con una renovada apuesta a resguardar la peculiar estética que lo forjó de la mano de las sólidas canciones "No te caigas campeón" y "Tibio brote de amor", dos de las que integraron el disco.
Con una fe inquebrantable, De los Santos continuó trabajando en la salvaguarda de ese estilo de composición e interpretación y, además, fue el principal instigador de las reuniones entre pares que llevara a las bateas y los escenarios la idea que sólo la unión era capaz de hacer fuerza frente a un panorama adverso.
La salida de "Canciones rosarinas" (1996), donde reunió piezas de sus dos primeras placas y estrenó "Aquella niña en soledad" (dedicada a Silvina Garré) y "Vuela Aldo vuela" (donde exhibió una vez más su desbordada pasión por Rosario Central y por el goleador Aldo Pedro Poy), fue el paso previo a la concreción de uno de sus sueños compartidos.
En 1997 tomó parte junto a Adrián Abonizio, Jorge Fandermole y Rubén Goldín del proyecto acústico Rosarinos que se hizo disco en vivo hacia fines de año y significó una suerte de bocanada de aire fresco para el impreciso género de la canción popular.

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