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Se cumplen 30 años del asesinato de David Kraiselburd

El legado de una vida al servicio del pluralismo

17 de Julio de 2004 | 00:00
La indiferencia y la desconfianza caracterizan en estos días la actitud de mucha gente frente a las instituciones, en un momento de la vida nacional en el que, con muy escasas excepciones, la defensa de intereses aparece como motor casi excluyente de las conductas. La idea de poner una vida al servicio de valores esenciales, resulta poco menos que incomprensible para quienes se desarrollan en medio de debates centrados en problemas materiales y en los que la capacidad de creer parece reservada únicamente a los fanatismos.

En ese ambiente de posturas tibias y actitudes demagógicas que se tuercen con docilidad a favor de la corriente resulta reconfortante recordar a un hombre que creyó razonadamente y comprometió su vida entera para defender la vigencia de principios universales, con el coraje de quien conoce el riesgo, pero considera indispensable afrontarlo.

Se llamaba David Kraiselburd y fue ante todo un humanista, que profesó el periodismo y fue asesinado, hace hoy treinta años, como directa consecuencia de su militancia al frente de este diario, en la lucha por preservar el derecho al disenso y el pluralismo, que estaban amenazados, en su querida Universidad de La Plata y en el país entero, por la acción de grupos sectarios que habían demostrado claramente su decisión de destruir a todos aquellos que se interpusieran en la realización de sus designios. Un temprano ejemplo de su voluntad de luchar por esos principios universales fue el recordado por su amigo y compañero, Aquiles Martínez Civelli, cuando junto con él improvisó una tribuna callejera para que el profesor del Colegio Nacional Enrique Loedel Palumbo, manifestara su rechazo a la ejecución de Sacco y Vanzetti, condenados sin pruebas en los Estados Unidos.

El entonces adolescente comenzó poco después sus carreras en EL DIA y en la Universidad, los dos ámbitos en los que se volcó primordialmente su pasión humanista.

APUNTES BIOGRAFICOS

Nacido en Berisso, David Kraiselburd llegó al diario cuando todavía no había terminado el bachillerato, que cursó con honores en aquel Colegio Nacional donde enseñaban profesores como aquel orador rebelado contra la injusticia y otros prestigiosos intelectuales. Martínez Estrada, Henríquez Ureña, los Marasso, Grinfeld y Sánchez Viamonte, entre otros, fueron los maestros que enriquecieron y fortalecieron esa pasión por el pensamiento libre y el pluralismo que llevaba consigo aquel joven cuando inició su trayectoria en EL DIA.

Su inteligencia y su lucidez para comprender la realidad lo habilitaron para desempeñar las más diversas facetas de la función periodística. Actuó como cronista y comentarista deportivo y luego como encargado de la información universitaria, consolidando en el camino un prestigio cada vez mayor en el ejercicio de su cometido, mientras cursaba sus estudios de abogacía en la facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de La Plata, que culminó en 1932.

Así llegó a desempeñarse luego como redactor y por fin como editorialista, al tiempo de enriquecía su visión de lo humano cursando el profesorado de Historia, que coronó en 1937. Durante algunos años desarrolló una amplia actividad, en sus calidades de periodista, abogado y docente, que acompañó con una fuerte vinculación a su alma mater, como miembro de la Federación de Graduados.

Esa pacífica dedicación a sus quehaceres se vio alterada cuando EL DIA debió afrontar horas difíciles, con el desplazamiento de sus legítimos propietarios y la larga lucha por su recuperación, que llegó recién en 1961. David Kraiselburd desempeñó en esa prolongada batalla un papel crucial, en el que probó su coraje y su firmeza de carácter.

CONCEPCION Y VALORES

A cargo ya de la dirección del diario, en setiembre de 1961, dejó claramente delineada en una exposición su idea de la misión periodística. "En una hora como la actual -dijo entonces-, en un mundo como en el que vivimos y en un país como el nuestro, sólo tiene razón de ser vital, sólo se justifica la dignidad de nuestro oficio ejerciendo un periodismo comprometido. Comprometido como forzosamente tiene que ser la vida misma cuando hay ideales y cuando a la comodidad y el conformismo se los margina con un quehacer sereno, firme y rectamente orientado. Periodismo comprometido en defensa de la libertad, que es condición para su misma existencia, en la defensa de los principios democráticos, en la defensa de la justicia, en la defensa de los derechos esenciales de toda comunidad, que hacen y garantizan honorables condiciones en lo espiritual y lo material. Y comprometido también en la salvaguardia de la moral ciudadana, que debe relucir con más pureza cuando más encumbrada sea la posición que se ocupe, como comprometido igualmente en esa larga, difícil, pero impostergable empresa nacional de restituir al pueblo argentino lo que corresponde al pueblo argentino".

No tardaría mucho en refrendar con hechos hasta qué punto era capaz de aplicar ese concepto. Fue en junio de 1966, cuando, horas antes del derrocamiento del presidente Arturo Illia, llegó a EL DIA la proclama de los golpistas, que nadie había querido dar a conocer, ante el hecho casi consumado, por temor a las posibles represalias del gobierno militar. Entonces David Kraiselburd decidió asumir el riesgo y eso determinó que luego los detentadores del poder intentaran confiscar el diario. Había que "dar la cara", como era siempre su elección, afrontar el desafío sin temor, cuando estaban en juego los principios. Siempre había estado en contra de los golpes de Estado.

Desde la dirección del diario, siguió viviendo su tarea en plenitud, abarcando con su actividad todos los matices del quehacer periodístico, recorriendo todas las dependencias y aportando a todas las etapas de la labor cotidiana, con sugerencias, correcciones y, a veces, con su participación directa, cuando se sentaba a una máquina de escribir para precisar un concepto. Con cada una de esas acciones, ejercía docencia, regando a su paso una directiva, un consejo o un ejemplo, que servían de orientación y a veces, de aliento.

CRISIS Y DESAFIOS

Pero la complicada historia del país, que saltaba de crisis en crisis, exigía continuamente nuevos aportes, que volvieron a encontrar en él adecuada respuesta. Así, cuando en 1973 el gobierno resolvió prohibir a las agencias internacionales proveer información nacional, lo que, en la situación de entonces, equivalía a dejar a los diarios argentinos en manos de la agencia oficial de noticias, única organización local existente. La iniciativa y empuje de David Kraiselburd evitaron que ello ocurriera, impulsando apenas en días la asociación de varios órganos periodísticos argentinos, que dio origen a Noticias Argentinas. Kraiselburd asumió la presidencia de la empresa, sin ninguna retribución y sin abandonar su labor en EL DIA.

Paralelamente, por esos días seguía creciendo la amenaza que significaba el poder adquirido por los representantes de un sectarismo extremista empeñado en controlar las universidades, con especial predominio en la de La Plata. Se procuraba, como es práctica invariable en quienes profesan ideologías totalitarias, manejar los principales centros de formación y difusión del pensamiento, para convertirlos en usinas de adoctrinamiento y ese objetivo requería eliminar el disenso.

El diario y particularmente quien era el responsable de esa línea editorial, se convirtieron así en un obstáculo que debía ser eliminado. El director de EL DIA, que caminaba solo cotidianamente desde su casa al diario, fue un objetivo fácil para los violentos. A quienes le recomendaban prudencia o le señalaban el peligro que corría, les contestaba que esconderse era ceder el campo a la intimidación y el único camino era "dar la cara". Entonces fue primero secuestrado y luego asesinado.

A treinta años de la muerte de ese luchador, EL DIA recuerda una vez más el ejemplo del coraje con que siempre defendió los valores a cuyo servicio puso su vida desde la adolescencia. Hoy no parece que en nuestro país esos principios sufran la amenaza de ser acallados por medios violentos, pero los sofoca la asfixia nacida de la indiferencia y el descreimiento. Su capacidad de creer y asumir con fervor el compromiso con esos valores esenciales constituye un legado irrenunciable.

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