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La Ciudad |Nota I

Familias arrasadas por la droga y la impotencia

Hace cuatro semanas, en Tolosa los vecinos empezaron a instalar urnas para recibir denuncias anónimas (que giran a la Justicia) sobre la venta de drogas en el barrio. Detrás de esa iniciativa, que ya se ha extendido a El Mondongo y seguiría en otras zonas, hay un inmenso drama humano que destruye a miles de familias. Datos, historias y testimonios para entender qué esconde este pedido de auxilio

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24 de Noviembre de 2016 | 01:42

Luciano Roman

“¿Por qué me hacés esto, hijo, por qué? ¿Cómo te puedo ayudar? ¿Cómo hacer para que no te destruyas y no nos destruyas más?” Entre llantos ahogados por el dolor y la impotencia, son preguntas que se hacen, en soledad, miles de madres y padres en los barrios de La Plata.

Detrás de las urnas instaladas en Tolosa para denunciar a quienes venden droga, late, agazapada, una inmensa tragedia que desquicia a miles y miles de familias. La instalación de las urnas (hace cuatro semanas) ha sido, en verdad, una reacción nacida de la angustia y la desolación que arrasa a las “madres de la cocaína”. No es un drama de Tolosa; es un flagelo que agobia a muchos barrios de la Ciudad, que no reconoce fronteras sociales pero que hace mayores estragos en las zonas vulnerables de la periferia suburbana. Ahora, sin ir más lejos, se han sumado vecinos de El Mondongo con una iniciativa idéntica: ya llevan instaladas siete urnas para recibir denuncias sobre el narcomenudeo.

 

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Silvina tiene 38 años y un hijo “secuestrado” por la droga. Siente que lo ha perdido todo. Ya no se ríe; hace años que no duerme tranquila y que se le fue la serenidad. Casi no se acuerda cómo es comer en familia ni charlar sin tensiones con su hijo. Se quedó sin trabajo “porque todo esto me desbordó”. Ha dejado de pagar las cuentas y lidia con una penosa supervivencia en la que todo gira alrededor de su único hijo, al que ama profundamente pero con el que está, al mismo tiempo, “enojadísima”. Le cuesta entender por qué; lo ve transformado, perdido, devastado. Ve cómo le sangra la nariz todos los días, cómo pierde peso, sufre temblores y se le cae el cabello. Son efectos de una adicción que carcome a los jóvenes en todos los frentes. Los debilita física y mentalmente; les quita el dominio sobre sí mismos; los transforma en una amenaza para ellos y para sus familias.

Como Silvina, miles de madres viven atrapadas en una telaraña de angustia, violencia e impotencia que les destruye la vida. Sienten que la droga les roba a sus hijos y las deja en un lugar de infinita desolación. Se duermen y se despiertan sobresaltadas, acosadas por una violencia permanente, con miedo a las peores cosas. Saben que cada vez que sus hijos cruzan la puerta de calle es para internarse en una jungla de alto riesgo, en la que algunos, hasta pueden matar o morir en una fracción de segundo. Es, además, un drama que muchas veces se vive con vergüenza y con culpa, que genera poca solidaridad y acompañamiento social, y que por lo tanto se sufre en un contexto de aislamiento y orfandad.

 

Miles de madres viven atrapadas en una telaraña de angustia, violencia e impotencia que les destruye la vida. Sienten que la droga les roba a sus hijos y las deja en un lugar de infinita desolación

“Hay barrios en los que los pibes están `calzados` todo el día. Conseguir un `fierro` no les cuesta nada. La `merca` y los `fierros `están al alcance de cualquiera…” Lo dice otra madre y no necesita traducción. Habla de chicos armados y de un circuito en el que las drogas y las armas están peligrosamente asociadas.

 

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F. tiene 21. Jugó al fútbol desde los 5 años. Se destacó en Tolosano. Era “comprador”, carismático, cariñoso. Estuvo seis años de novio y trabajaba en un local del Centro. Ahora es un chico áspero, agresivo, con el que su madre casi no puede hablar. Dejó la escuela, el trabajo, el noviazgo. “Sé que consumía desde hace tiempo, pero ´con carpa´”, cuenta la madre. Eso significa que lo hacía a escondidas, con cierto cuidado, quizá de tanto en tanto. “Pero hace unos meses se convirtió en otra persona. Te roba hasta el cargador o la funda del celular para venderlos y conseguir droga. Se ha metido en algo de lo que no puede salir. Vendió su ropa, sus zapatillas, mis cosas… Y lo que consume es una cocaína muy barata, que mezclan con cualquier cosa y eso los destruye más rápido”. Desde 50 ó 100 pesos -cuenta Silvina- les venden un sobrecito de nylon que les da para dos o tres aspiradas. Aparentemente, son residuos de cocaína “cortada” con paracetamol, bicarbonato y vidrio molido de tubos fluorescentes.

 

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Igual que otros barrios de La Plata, los márgenes de Tolosa se han convertido en territorios hostiles, en los que la presencia de la droga condiciona la vida cotidiana. Son zonas degradadas urbanísticamente, sin espacios que contengan a los jóvenes, sobre todo a partir de los 12 ó 13 años. Los clubes de barrio cumplen un rol fundamental, pero se ven superados por altos niveles de conflictividad. En las escuelas, los docentes también se sienten desbordados por la magnitud de la problemática social y no están capacitados para abordar el drama de las adicciones.

Por 40 ó 50 pesos les venden un sobrecito de nylon que les da para dos o tres aspiradas. Aparentemente, son residuos de cocaína “cortada” con paracetamol, bicarbonato y vidrio molido de tubos fluorescentes

Como en otras batallas de vida o muerte, son algunas madres las que se ponen la tragedia al hombro y salen a pedir ayuda. “Ahora intentan organizarse para reclamar, de parte del Estado, alguna contención y una lucha más frontal contra el narcomenudeo. Los vecinos hemos empezado a luchar con los pocos recursos que tenemos y así surgió la idea de las urnas, que ya nos han permitido reunir alguna información valiosa”. El que lo cuenta es Pablo Pérez, un joven dirigente barrial de Tolosa que hace tres años formó la asociación Iniciativa Ciudadana para intentar dar algunas respuestas desde la solidaridad y el empuje comunitario.

“El Colo”, como todos conocen a Pérez en su barrio, nació y vivió toda su vida en Tolosa. La realidad de esa zona no se la cuenta nadie; la vive y la sufre en carne propia todos los días. Hace 18 años, un pibe “pasado de droga” mató a su padre en un asalto. Tito tenía un reparto mayorista de artículos de kiosco. Era un laburante querido por sus vecinos. Nunca pensó -seguramente- que un chico del barrio le arrebataría la vida por la desesperación de unos pocos pesos. Su hijo se ha dedicado, desde aquella tragedia irreparable, a tratar de entender y ayudar. Ha militado en política y llegó a cubrir, por pocos meses, una banca en el Concejo Deliberante. “Pero acá no es cosa de partidos; es cosa del Estado. Hay que hacer algo para que no se destruya la vida de los pibes”, dice con convicción. Y afirma, con los pies en el barrio, que la situación social se ha deteriorado aún más en los últimos diez años.

Igual que en otros puntos de la periferia platense, en un amplio sector de Tolosa los vecinos sienten que el Estado no llega. “No tenés dónde pedir ayuda”, resume Silvina. “La policía sabe dónde venden droga pero no se mete. Los CPA (Centro Provincial de Adicciones) no sirven”. No hay asistencia psicológica para las madres ni lugares de referencia en los que las orienten sobre cómo manejarse frente a la adicción de sus hijos.

 

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Los CPA -que se crearon en la Provincia a partir de 1995- han estado subordinados a vaivenes y volantazos políticos. Conservaron la sigla pero pasaron de llamarse Centro Preventivo Asistencial a Centro Provincial de Adicciones. El cambio de nombres, de un gobierno a otro, es quizá una muestra de la falta de continuidad en los programas y estrategias asistenciales. A los nombres, las “etiquetas” y las palabras se les presta, aparentemente, más atención que a las acciones: la Secretaría de Adicciones ha pasado a ser ahora la “Subsecretaría de Determinantes Sociales de la Salud y Enfermedad Física, Mental y de las Adicciones”. A los profesionales con más antigüedad les cuesta recordar dónde trabajan.

Un psicólogo con más de diez años de experiencia en el sistema público de prevención de adicciones aporta un dato clave: en sus orígenes, a mediados de los noventa, “la mayoría de las consultas que se atendían en los CPA eran motivadas por problemas derivados del consumo de marihuana”. Hace al menos una década que eso prácticamente ha desaparecido. “Hoy es muy difícil encontrarse con alguien que consulte por consumo de marihuana. Ya es considerado ´normal´, al igual que el alcohol”, explica el profesional.

En los barrios, “el porro” se considera natural e inofensivo. “En la calle ves pibes de 12 ó 13 años aspirando Poxi Ran y fumando `un caño`. Empiezan así y después se dan con cualquier cosa”, cuenta Silvina.

“Lo que se consume es una cocaína de pésima calidad, mezclada con alcohol, fármacos, nafta, pegamento…”, confirma Pablo Pérez. “Eso los revienta; los deja tirados, hechos bolsa”, describe.

 

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Silvina sufre ahora por su hijo y antes lo había hecho por su sobrino. El hijo de su hermana “se perdió antes que el mío. Llegamos a verlo encadenado en el subsuelo de un hospital. Tuvo cinco accidentes en moto o en auto; se cortaba las venas… Fue un infierno”. No son, como se ve, casos aislados. En La Plata, Berisso y Ensenada, casi tres de cada diez chicos de entre 15 y 25 años reconocen haber consumido drogas ilícitas, según un estudio hecho el año pasado por el Observatorio de la Deuda Social de la UCA con apoyo de la Fundación Florencio Pérez. Esa proporción, si se toman los datos del último censo en La Plata, equivale a unos 40 mil jóvenes de esa edad que reconocen consumo de drogas. Hablar de una epidemia es, quizá, quedarse cortos.

 

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En muchas barriadas de la Región se escucha un grito ahogado de dolor. Es el grito de familias que sienten que la droga les roba la vida. “He visto a mi hijo llorar desesperado, romper todo, gritar y pegarse con furia la cabeza contra la pared. He tenido que salir en medio de la noche a pedirles plata a los vecinos para darle y que se vaya a comprar droga por ahí. A eso he llegado…”. Una tristeza infinita se dibuja en su mirada. Silvina lo cuenta con el dolor agudo de una madre que ya no sabe qué hacer. Que cuenta su drama para pedir auxilio. Y que no sólo pide por su hijo sino por cientos de chicos a los que ve atrapados en una telaraña infernal.

“En Tolosa necesitamos un centro de formación laboral para jóvenes; un SUM en la zona más vulnerable, más centros de atención de adicciones y un programa de contención para las familias”, enumera Pérez. Saben, los vecinos, que no habrá fórmulas mágicas ni soluciones inmediatas. Pero no se resignan a bajar los brazos. Las urnas son, después de todo, también una muestra de esperanza: expresan la voluntad de hacer algo, de luchar, de comprometerse.

En las urnas de Tolosa se denuncian eslabones de un circuito mafioso que lucra con la vida de los pibes. Pero son urnas que guardan, en definitiva, el reclamo de una comunidad agobiada por la tragedia de la droga. En esas urnas hay un pedido de auxilio. “Que venga la Gendarmería; que manden grupos especiales; que alguien haga algo para sacar a los narcos del barrio”, pide Silvina en nombre de muchas otras madres y de su propio dolor.

En las urnas de Tolosa hay un mensaje que no admite indiferencia.

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