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Escape hacia la muerte

29 de Marzo de 2003 | 00:00
San Justo, octubre 31 de 2002. 19.50 horas.
-"¿Ezequiel, con quien estás?"
-"Tengo miedo, Pa".
-"¿Hijo, pero qué tenés en la cabeza?"
Estas fueron las últimas palabras que, según consta en la causa, cambiaron el ex sargento de la Policía Federal, José Luis Dicugno con su hijo Ezequiel en la vivienda de la calle Sarcione, en Burzaco. En en ese mismo momento y en otra habitación de la casa un hombre flaco, canoso, vestido con un jean y una remera azul rezaba por su vida. Era Antonio Echarri, secuestrado a las 05.45 del 24 de octubre al darle la espalda a un sujeto que, desde hacía una semana, a la misma hora, llegaba a su puesto de diarios en la esquina de Gutiérrez y Suárez, de Avellaneda, y le compraba un ejemplar del diario deportivo Olé.
Inmediatamente después de aquel diálogo con su padre y con un batallón de policías bonaerenses afuera, a escasos 30 metros de la casa, Ezequiel Dicugno saltó un paredón y se perdió en la noche para convertirse en prófugo. Nadie volvió a saber de él hasta que su cuerpo baleado, apuñalado y atado a un bloque de cemento apareció diez días después entre la podredumbre de un arroyo del primer cinturón del Conurbano.

UN PADRE AFLIGIDO
Un rato antes de aquel último diálogo entre padre e hijo, el ex sargento Dicugno se había presentado en la comisaría 2º de Burzaco y, ante un oficial de apellido Genel, había relatado: "Una vecina, Verónica Lillo, me dijo que mi hijo Ezequiel tiene secuestrado a Echarri en la casa que yo le alquilé". Enseguida, Dicugno, Genel y un escuadrón de Investigaciones Complejas de Quilmes corrieron a comprobar si Lillo había dicho la verdad. Era cierto. Echarri fue liberado pero sus captores escaparon.
El 22 de enero los jueces federales de La Plata Alberto Durán y Sergio Dugo plasmaron, en un fallo de la Cámara de Apelaciones que integran, las dudas y sospechas que aquel episodio les había generado al tomar contacto con la causa para resolver una serie de cuestiones procesales. En esa oportunidad los jueces consideraron "insólita y sospechosa la forma en que logró escapar" Ezequiel Dicugno.

UN ESCAPE DEMASIADO FACIL
"Quisimos preservar la vida de la víctima", habían explicado los policías sobre aquel escape.
"La Policía no tomó las mínimas precauciones para que no aconteciera lo que aconteció, esto es, que escaparan los delincuentes", consideraron los camaristas en su fallo, en el que calificaron como "cuanto menos ineficiente" el desempeño del titular de Investigaciones Complejas de Avellaneda, el subcomisario José Hernández, que actuó en aquel operativo.
En aquel fallo, los jueces también resolvieron que Juan Carlos Cajigal, Germán Víctor Ferrand Luna, Esteban Dionisio Furtado y Martín Murgia -por entonces detenidos como autores del secuestro- sólo debían ser procesados por extorsión al apoderarse del dinero del rescate en un acto de "mexicaneada". Y que los autores del secuestro eran los prófugos Ezequiel Dicugno y sus amigos Fabián Mónaco y Juan Torres.
Lo cierto es que ahora la aparición del cuerpo de uno de los secuestradores se imponen algunas preguntas por demás inquietantes. ¿Quién o quiénes mataron a Ezequiel Dicugno? ¿Y por qué? ¿Lo mataron para silenciarlo? ¿Lo mataron sus cómplices que siguen prófugos? ¿Estarán también ellos sumergidos bajo un bloque de cemento?

LAS ZAPATILLAS DETRAS DE LA CORTINA
En aquel fallo judicial los camaristas platenses también pidieron que se intensificara la pesquisa sobre Dicugno padre, que entonces estaba beneficiado en la causa por la figura de la "falta de mérito", y para quien -en el mismo escrito- no ahorraron ironías sobre su supuesta actitud de "buen ciudadano" al considerar que su relato de los hechos era "chocante con la lógica más elemental". ¿Habrán sido de Dicugno padre aquellas zapatillas que Echarri vio asomarse y enseguida esconderse detrás de la cortina del comedor de la calle Sarcione cuando empezó su secuestro?
HIPOLITO SANZONE

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