El aura: riguroso, preciso y atrapante filme de Fabián Bielinsky
| 17 de Septiembre de 2005 | 00:00

EL AURA.- Gran película de Fabián Bielinsky. La segunda, después de su formidable "Nueve reinas". El protagonista absoluto es Esteban (impecable trabajo Ricardo Darín), un ser distante, parco, casi autista, al que el oficio de taxidermista le agrega más virtualidad a su vida. Esteban imagina, diseca, está solo y su enfermedad lo aísla más. Pero la vida lo sacará del lugar elegido y lo pondrá en el sitio imaginado. Se va al Sur en una cacería que es más una escapada. Y se encuentra con una cabaña perdida en el medio del bosque, con dos hermanos algo extraños, con un dueño ausente y con un perro de mirada intensa, todo muy perturbador. Hay un crimen, accidentes, caras nuevas, un extraño clima. Y el hombre cada vez se va metiendo más dentro de una historia que lo supera, pero a la que se somete con los viejos mecanismos que ha sido puliendo en su vida solitaria: el poder de asociación, la memoria, la capacidad para encontrar siempre una coartada justa. Es un tipo que imaginaba cosas (las secuencias clave están adelantadas por su pensamiento) y que un día tiene frente a sí la posibilidad de actuar. Y no va rehuir el compromiso. Aunque tenga que aprender que las cosas no suelen ser como uno las imagina y que la realidad es más sorpresiva y más peligrosa que los cálculos. Y no se puede contar más.
Los 20 minutos iniciales son perfectos: hay datos, sutilezas, referencias claves sobre sus personaje. El protagonista escucha música y no le importa que su mujer golpee tras la puerta. Es epiléptico, su esposa lo abandona, pero el tipo es un bicho que todo lo registra en su memoria fotográfica y que vive planeando delitos que nunca se atreva a cometer. Todo está contado allí por una cámara precisa que no necesita ni andar a los saltos ni gente crispada ni escenas fuertes. El filme acumula sólo datos significativos, no desperdicia un plano, no requiere palabras ni explicaciones, apela al detalle, a su ritmo pausado y denso, a la pura fuerza de sus imágenes.
Bielinsky arma una historia con mecanismo de relojería para hablar de la zona oscura de los hombres. Hay golpeadores y golpeados, codicia, rencor, soledad, seres casi desquiciados, gente que se quiere escapar y no puede, un clima humano cada vez más perturbador. "El aura" es una película de rara precisión, que aporta información en cada un plano, una obra potente, rigurosa y estupendamente contada por una cámara que prefiere la claridad expositiva sobre el alarde. Es una obra llena de rugosidades, que siempre exige ir más allá. Cine del bueno: duro, filoso, atrapante, sin atajos ni facilísimos.
Esteban, un cínico solitario, encontrará al fin algo a la medida de su imaginación. Y sólo esos dos ojos que lo miran podrán saber el secreto de su vida turbulenta, extraña y vacía. Es que el destino -explica al hablar de su epilepsia - llega de golpe, transforma todo y no hay manera de detenerlo. Por eso sigue impasible, como después de uno de sus ataques, sin recordar nada, disecando animales, silencioso y ausente.
Los 20 minutos iniciales son perfectos: hay datos, sutilezas, referencias claves sobre sus personaje. El protagonista escucha música y no le importa que su mujer golpee tras la puerta. Es epiléptico, su esposa lo abandona, pero el tipo es un bicho que todo lo registra en su memoria fotográfica y que vive planeando delitos que nunca se atreva a cometer. Todo está contado allí por una cámara precisa que no necesita ni andar a los saltos ni gente crispada ni escenas fuertes. El filme acumula sólo datos significativos, no desperdicia un plano, no requiere palabras ni explicaciones, apela al detalle, a su ritmo pausado y denso, a la pura fuerza de sus imágenes.
Bielinsky arma una historia con mecanismo de relojería para hablar de la zona oscura de los hombres. Hay golpeadores y golpeados, codicia, rencor, soledad, seres casi desquiciados, gente que se quiere escapar y no puede, un clima humano cada vez más perturbador. "El aura" es una película de rara precisión, que aporta información en cada un plano, una obra potente, rigurosa y estupendamente contada por una cámara que prefiere la claridad expositiva sobre el alarde. Es una obra llena de rugosidades, que siempre exige ir más allá. Cine del bueno: duro, filoso, atrapante, sin atajos ni facilísimos.
Esteban, un cínico solitario, encontrará al fin algo a la medida de su imaginación. Y sólo esos dos ojos que lo miran podrán saber el secreto de su vida turbulenta, extraña y vacía. Es que el destino -explica al hablar de su epilepsia - llega de golpe, transforma todo y no hay manera de detenerlo. Por eso sigue impasible, como después de uno de sus ataques, sin recordar nada, disecando animales, silencioso y ausente.
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