Gabriel Rolón, del diván a la televisión

Comenzó en el programa radial de Dolina y hoy es columnista de "RSM"

En su consultorio del barrio de Once no falta el diván ni el ambiente característico de un psicoanalista. Lo que marca la diferencia es que su dueño el licenciado Gabriel Rolón, es también una figura reconocida de la radio y la televisión. Se hizo famoso a partir de su trabajo en la radio junto al Negro Alejandro Dolina. Y explotó al lado de Elizabeth Vernacci. Hace dos años que está en RSM, el programa de América que conduce Mariana Fabbiani y del que es un destacado columnista.

Dice que lo suyo es el psicoanálisis, pero que intenta "desacartonarlo" y evitar los mitos sobre el tema creados por el imaginario popular. Y que los medios son su otra vocación, su hobby y su cable a tierra. Junto a la música, a la que -confiesa- tiene abandonada entre pacientes, programas de radio y de televisión.

CRECIMIENTO EN LOS MEDIOS

"Empecé a estudiar a los veintipico e, inmediatamente, pude trabajar con pacientes." Aunque su incursión en los medios fue un poco por casualidad, ya venía con un bagaje de experiencia: se pagó los estudios trabajando como músico. Todo empezó cuando su amigo Dolina lo llamó para hacer una suplencia por quince días. Y se quedó catorce años. "Trabajando con el Negro, un día, también por casualidad, estaba hablando con Eli Vernacci sobre la anorexia y me preguntó si me animaba a explicarlo en su programa. Fui como invitado y me quedé como columnista psicológico", recuerda. Con Dolina, en cambio, lo suyo tenía más que ver con la música y el humor, aunque también hacía el personaje de un psicoanalista, pero en clave graciosa.

"RSM me pareció un programa donde se daba el juego. Sin mala leche. Trato de armar mi camino en los medios lo más lejos que se pueda de escándalos y peleas y que mi opinión no dañe", asegura.

¿Cómo se compatibiliza el psicoanálisis con la exposición mediática?

"Tengo una relación aceitada con mis pacientes. Los que vienen a atenderse conmigo ya saben quién soy. Pero también tuve pacientes antes de ser conocido. Si alguien viene solamente porque estoy en los medios, no hay posibilidad de análisis y en la segunda o tercera entrevista, se cae. Jamás tomo un paciente por obligación".

Por lo general, existe una imagen acartonada de los psicoanalistas, de la que usted parece bastante alejado...

"Tengo la idea de que se puede tutear a un paciente, recibirlo con un beso y, cuando termina la sesión, acompañarlo y hablarle en el ascensor. No siento caerme de ningún lugar por eso ni compro el estereotipo del psicoanalista tradicional, porque no tiene que ver conmigo... Los pacientes me ven en televisión y buscan alguien que les hable y lo haga de manera más o menos clara".

"Si sostenemos las bases teóricas del psicoanálisis hay variaciones en la forma de abordaje y de pensar a un paciente que busca la verdad, aunque duela", reflexiona.

¿No teme que algunos piensen que usted también es un chanta?

"Muchos lo deben pensar. Mi hijo estudiaba psicología en la UBA y en una cátedra dijeron que yo era un chanta. Se quedó muy mal, porque sabe la cantidad de horas que trabajo, la cantidad de pacientes que atiendo y el tiempo que paso escribiendo. Le dije que sacara sus propias conclusiones y no se dejara llevar".

¿Se siente demasiado expuesto en los medios?

"Lo que realmente me molesta son los que no saben de lo que hablan y opinan de lo que no deben. Pero esto es como un campo de batalla y hay mucha exposición. Me cuido mucho porque cualquier cosa que se diga puede impactar en mis pacientes y en mi familia. Pero son los riesgos de hacer lo que a uno le gusta..."

¿Qué responsabilidad tienen los intereses del sistema de salud y los laboratorios en las campañas en contra del psicoanálisis?

"Absolutamente toda. Una prepaga cubre 12 o 20 sesiones por año y se dirige, obviamente, a otro mercado, que no es compatible con el análisis. Pensar que en veinte sesiones el paciente va a mejorar es imponerle al dolor del otro los tiempos del mercado. Pero las empresas de salud tienen el poder y lo utilizan".

Rolón -quien vive hace siete años con una violinista y tiene dos hijos de un matrimonio anterior- no escatima temas de conversación y se dispone a hablar sobre los argentinos. "Hemos pasado una realidad muy dura, allá por 2001, y esa situación dejó secuelas. Muchos hombres de 40 se sintieron viejos, sin posibilidad de trabajo. Esto generó mucho estrés y todavía hay un cierto miedo sobre poner o no la plata en el banco. Es difícil vivir en una sociedad que no termina de ser segura y con altos índices de marginalidad. Pero tengo mi deseo de que lo vamos a poder revertir. Me encantaría ver un día las cacerolas en la calle, no porque la clase media haya perdido sus ahorros sino porque en el Chaco hay chicos que se mueren de hambre...", reflexiona.

Para el psicoanalista, "tenemos mucho territorio que recorrer y mucho egoísmo que superar. Hay gente a la que le gustaría poner un cerco alrededor de la General Paz, dejar del otro lado las carencias y vivir en un mundo irreal y feliz".

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