Alberto Federico Sagastume Berra
| 10 de Marzo de 2011 | 00:00

Su fallecimiento
La sencillez de su trato y el empuje con el que encaró cada momento de su vida fueron dos de los grandes baluartes de Alberto Sagastume Berra. Por eso fue querido en todos los ámbitos en los que se desempeñó; los mismos que con su prematura desaparición se sorprendieron amargamente.
Alberto nació en La Plata el 9 de abril de 1963 en el seno del hogar conformado por Laura Sepúlveda y Ricardo Sagastume; fue el segundo de cuatro hermanos: Gabriel -fiscal-, Bernardo -periodista radicado en las Islas Canarias- y Rodrigo -ya fallecido-.
Pasó su infancia en la zona de 1 y 59 compartiendo inquebrantables códigos de amistad y al igual que sus hermanos, hizo la primaria en el colegio John Kennedy -actual colegio del Valle-, donde su madre trabajaba como maestra. Luego continuó su formación en el colegio Nacional Rafael Hernández y cumplida esa etapa, se inscribió en la facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de La Plata. Allí Maik -como todos lo llamaban- se sumergía en las aulas con ideas renovadoras para dar rienda suelta a las concepciones espaciales.
En su adolescencia jugó en el club de rugby "Los Tilos" y a raíz de sus dificultades visuales se ganó el apodo de "Magoo". En el plano futbolístico fue simpatizante del club Estudiantes.
Al graduarse como arquitecto comenzó a transitar su camino profesional en Salta, provincia en la que fue apuntalado por un tío materno.
En el año 1998 unió su vida a la de Cecilia Echeverría y una vez más decidió dejar su ciudad natal para radicarse en las Islas Canarias. Allí pudo vivir de su profesión y amalgamar un proyecto familiar en un entorno marítimo como a él tanto le gustaba. También vivió un tiempo en Bilbao, donde su crecimiento personal se coronó tiempo después con el nacimiento de su hijo Iker. En el año 2006 regresó a la Argentina, encaró distintos trabajos profesionales y festejó la llegada de su hija Olivia.
Entre otros trabajos participó del proyecto del paseo de compras Dot Baires y hacia fines de 2008 aceptó un nuevo desafío profesional que lo llevó a radicarse en Mar de las Pampas para encolumnarse en el estudio Ravier.
Siempre tuvo la idea de vivir en la costa para estar cerca del mar y la playa, algo que concretó en los últimos años. Allí, en contacto con la naturaleza, no sólo pudo realizar su trabajo profesional sino también encontrar en un marco de tranquilidad la forma de dedicarse a lo que más le apasionaba: su familia.
De buen caracter, fue poseedor de una forma de ser calma y reflexiva, pero marcada por un gran sentido del humor. Una de sus consignas fue disfrutar del día a día sin caer preso del ritmo vertiginoso que se vive en las grandes urbes.
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