Una guerra que no debió desatarse y el derecho argentino sobre Malvinas

Los 30 años que hoy se cumplen del inicio de la guerra de Malvinas reabren en la memoria colectiva una de las más dolorosas heridas que vivió la Argentina a lo largo de su historia. Porque es verdad que esa aventura bélica formó parte de los graves e irreparables excesos registrados a lo largo de la extensa noche de autoritarismo que se extendió en nuestro país durante el régimen militar que gobernó entre 1976 y 1983.

En esa fecha, de una manera ciertamente angustiosa, los argentinos pudimos palpar -al costo de cientos de vidas jóvenes- cómo un derecho inalienable de nuestro país era malogrado y utilizado como excusa para una guerra irracional, por un grupo de militares cuyo objetivo profundo era encontrar cualquier tipo de herramienta para perpetuarse en el poder.

Pero haber comprobado eso, de ningún modo exime de la obligación de honrar a los jóvenes soldados que lucharon y murieron convencidos de que estaban sirviendo a la Patria y, también, de no arriar jamás la bandera de la recuperación efectiva de nuestra soberanía sobre las Islas Malvinas por la vía diplomática que nunca debimos abandonar.

Ya se ha dicho en esta misma columna editorial y conviene recordarlo: la guerra contra Gran Bretaña fue una aventura bélica decidida por una camarilla militar que no midió fuerzas, contextos ni resultados. Una guerra absurda que se pagó con sangre de nuestros hombres y con largos años de aislamiento y de desconfianza internacional sobre nuestro país. Fue aquel, sin embargo, también un proceso complejo porque se montó sobre un inclaudicable derecho de nuestro país y sobre un sentimiento caro a la ciudadanía argentina, que en más de un siglo no olvidó jamás que las Malvinas pertenecen a nuestro territorio. Por eso, ese proceso generó un fuerte compromiso emotivo de la sociedad y el heroísmo de muchos militares jóvenes y soldados que fueron enviados sin equipos ni infraestructura suficientes y que cumplían órdenes en un enfrentamiento destinado al peor de los fracasos. Ellos, por supuesto, no lo habían decidido. Pero estuvieron dispuestos a dar la vida por la Patria

Se sabe que Gran Bretaña es la potencia que no respeta las resoluciones que, año tras año, dicta las Naciones Unidas, instando a los dos países a reanudar las negociaciones y a buscar fórmulas no beligerantes para resolver el pleito. Es el gobierno inglés, el que se niega sistemáticamente, apelando al poder de veto de que dispone en el Consejo de Seguridad de la ONU, oponiéndose así, desde hace más de medio siglo, a la voluntad de la comunidad de naciones.

A treinta años de aquella dolorosa y traumática experiencia, la Argentina debe reforzar su trabajo y dedicación para reclamar, hasta conseguir, por la vía diplomática y en todos los ámbitos internacionales, el reconocimiento pleno de nuestra soberanía sobre las Islas Malvinas. La única manera de lograrlo será no desviarnos jamás de la senda de las negociaciones diplomáticas y de poner en ella todos los esfuerzos. Sólo así, cuando alcancemos ese objetivo y por esos medios, honraremos un día como se merecen a quienes quedaron para siempre en los mares del sur o en tierra malvinense.

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