Una vida heroica, desde la cárcel al triunfo de sus grandes ideales
| 6 de Diciembre de 2013 | 00:00

Si bien Nelson Mandela es un emblema inapelable de los valores del perdón y de la reconciliación por haber sacado a su país del régimen racista del apartheid y haber renunciado a la venganza contra la minoría blanca, que lo mantuvo en prisión durante 27 años, al iniciar su lucha fue un nacionalista africano que quería echar a los blancos y que en su momento optó por la vía de las armas.
“El perdón libera el alma, hace desaparecer el miedo. Por eso el perdón es un arma tan potente”, expresó Mandela, premio Nobel de la Paz en 1993, en una frase ahora mítica que desgrana su visión del mundo y de la humanidad y que lo convirtió en uno de los dirigentes más populares del siglo XX. Pese a que se había retirado de la vida pública hace años, siguió siendo una figura venerada más allá de las fronteras de África.
Calificado de “ícono mundial de la reconciliación” por Desmond Tutu, otra de las grandes figuras de la lucha contra el apartheid, el ex mandatario sudafricano, que nunca predicó ideas políticas ni religiosas, encarna valores universales, una suerte de humanismo africano alimentado por la cultura de su pueblo, los xhosas.
“Madiba”, el nombre de su clan con el que lo llamaban afectuosamente sus compatriotas, nunca fue un revolucionario al estilo de Lenin o Gandhi. Cuando era joven le gustaba el deporte -fue boxeador amateur-, los lindos trajes y tenía fama de seductor. “Lejos de asumir un papel divino Mandela es, por el contrario, total y absolutamente humano, la esencia del ser humano en todo lo que esa palabra puede significar”, escribió sobre él su compatriota Nadine Gordimer, premio Nobel de Literatura.
Sus actos, recordados y venerados por sus compatriotas a lo largo de los años, terminaron creando una especie de culto que Mandela nunca buscó. “Uno de los problemas que me preocupaban en prisión era la falsa imagen que tenía y no quería proyectarla al mundo. Me consideraban un santo y nunca lo fui”, explicó una vez a un periodista.
Nelson Mandela había nacido el 18 de julio de 1918 en el pequeño pueblo de Mvezo, en la región de Transkei (sureste del país) dentro del clan real de los Thembu de la etnia xhosa. Su verdadero nombre, Rolihlahla, que significa “el que trae problemas”, se lo dio su padre, pero en la escuela la maestra empezó a llamarlo Nelson, el nombre que utilizó desde entonces.
La rebelión del joven Mandela empezó muy pronto, primero cuando fue expulsado de la universidad de Fort Hare (sur del país) tras un conflicto con la dirección y luego, a los 22 años, cuando huyó de su familia para evitar una boda convenida.
A su llegada a Johannesburgo, una gigantesca metrópolis minera, Mandela tomó conciencia de la segregación que dividía a su país. Allí conoció a Walter Sisulu, que se convertiría en un mentor y en su mejor amigo y quien le abrió las puertas del Congreso Nacional Africano (CNA), el partido de la mayoría negra. Su militancia política lo alejó de su primera esposa, Evelyn, pero lo llevó a conocer a Winnie, una enfermera de 21 años. Junto a Oliver Tambo y a otros jóvenes líderes tomó las riendas del partido para luchar contra el régimen blanco, que había “inventado” en 1948 el concepto de apartheid, el “desarrollo separado de las razas”. Tras el relativo fracaso de las campañas de movilización no violenta inspiradas en los métodos de Gandhi, el CNA fue ilegalizado en 1960. Mandela fue detenido en varias ocasiones, pasó a la clandestinidad y decidió orientar el movimiento hacia la lucha armada.
Arrestado en 1962, Mandela alegó en su juicio que el recurso a la violencia era ante todo una respuesta a la violencia del régimen del apartheid. Y lanzó una proclama de fe que anunciaba su futura dimensión de reconciliador: “He dedicado toda mi vida a luchar por los africanos. Luché contra la dominación blanca y luché contra la dominación negra. Mi ideal más preciado fue el de una sociedad libre y democrática”, declaró.
Fue llevado a la isla-prisión de Robben Island, frente a las costas de Ciudad del Cabo. Luego de permanecer 27 años encerrado, fue liberado en 1990.
Ya en 1986, convertido en figura emblemática de resistencia al apartheid y aún preso, tomó la iniciativa de entablar negociaciones secretas con el régimen confrontado a crecientes presiones internacionales. “Yo no estaba dispuesto a abandonar la violencia de inmediato, pero les dije que la violencia nunca podría ser una solución definitiva para Sudáfrica”, apuntó Mandela en sus memorias “El largo camino hacia la libertad”. Tras su elección triunfal como presidente en 1994, se convirtió en un predicador incansable de la reconciliación de las razas.
Su sentido de los intereses del Estado y su trato cordial y elegante, sin someter a sus adversarios a ninguna humillación, allanaron el camino de Nelson Mandela para convertirse rápidamente en “padre de la nación”
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