Amores a destiempo y sentidas canciones
| 15 de Octubre de 2014 | 00:00

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
Esta semana se despide de la cartelera “¿Puede una canción de amor salvar tu vida?”, una cálida y contagiosa comedia romántica del irlandés John Carney. Es, lo dijimos en su momento en nuestra reseña, un film tierno, agradable, con gente problemática pero inteligente, un film que no necesita de un final feliz y que en vez del relato edulcorado prefiere la sencilla ternura de contar una historia simple con buenos recursos y grandes intérpretes.
Aquí, como en su anterior trabajo, la estupenda “Once”, Carney utiliza la música como un pequeño elixir que nos mejora el ánimo y nos invita al cambio. En los dos films (también en un drama anterior “On the Edge”, sobre el suicidio) Carney parte aborda el retrato de personajes humildes y desgraciados y la relación amorosa que se establecerá entre ellos. Y será la música, en “Once “ y en “Puede una canción…” el mejor remedio para poder despejar sus angustias y empezar a mirar con más esperanza el futuro.
Carney deja que la música –temas expresivos con letras muy intencionadas- envuelva sus personajes y que también vaya enriqueciendo los contornos de una ciudad que, sin ella, no deja lugar para los sueños. Hay un momento de “Puede una canción…”que deja en claro esta idea: Mark Ruffalo y Keira Nightley están sentados en una plaza, escuchando canciones. Y él dirá que cualquier lugar y cualquier momento pueden ser memorables sólo por la música. Es decir, que el furioso ruido de las ciudades de hoy necesita más que nunca del aporte compensador de las bellas melodías. Y precisamente será desde ese lugar, él como productor y ella como cantautora, que los dos encontrarán no el amor -un estadio casi inalcanzable para las confundidas criaturas de Carney- pero si, por la música, la chance de un cambio prometedor.
En Once y en “Puede una canción…” Carney también habla de los flechazos demorados. Los protagonistas se encuentran pero la reacción de uno y otro es distinta. Pasa como en la vida: uno ama más que el otro. Carney parece desconfiar de esas comedias donde los dos, al mismo tiempo, descubren que se necesitan de igual manera. En sus comedias musicales, el amor surge de a poco, entre recelos y dudas, y llegará a destiempo, dejando otra vez más incertidumbre que dicha.
Es un cine en voz baja, una apología de las pequeñas cosas queridas, una comedia sensible que transforma a sus queribles criaturas en seres insignificantes y confundidos. La hermosa canción del final, “Estrellas perdidas”, subraya ese aspecto: la ciudad enorme parece excesiva ante la necesidad de amor de estas parejas extraviados. Y allí se escucha que “Somos matas de polvo en medio la galaxia”, un idea que el estribillo se encarga de subrayar: “Somos estrellas pérdidas/ tratando de iluminar en la oscuridad”.
De eso se trata, de no dejar de intentarlo
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