Cromañón: diez años de dolor

LAS MARCHAS DE FAMILIARES PIDIENDO JUSTICIA, UNA CONSTANTE EN LOS ÚLTIMOS DIEZ AÑOS

“A consumirme, a incendiarme, a reír sin preocuparme hoy vine hasta acá”, cantaba Patricio “Pato” Fontanet en el comienzo del recital que su banda, Callejeros, ofrecía el 30 de diciembre de 2004 en el boliche República Cromañón, del barrio porteño de Once. Era el principio de un recital que encontraba al grupo en su mejor momento, convertido en referente emergente del rock barrial. Faltaban minutos para que, lo que debió ser una fiesta, se transformara en la peor tragedia provocada por motivos no naturales ocurrida en la Argentina, que dejó el saldo de 194 muertos y más de 700 heridos. Una bengala arrojada en medio del recital, el incendio de una media sombra que al arder liberó gases tóxicos y una puerta de emergencia cerrada con candado contribuyeron a desatar el espanto.

A poco de que se cumplan diez años del horror, la herida sigue abierta en las secuelas de los sobrevivientes y en el interminable reclamo de justicia de los familiares de los muertos, que consideran blandas las penas impartidas por la justicia y subrayan que una década después sólo quedan dos detenidos por la tragedia. Pero también la herida sigue abierta para una sociedad que no sale de su conmoción y que fue testigo, a lo largo del juicio, de como iba saliendo a la luz un entramado de negligencias y corrupción que estalló en Cromañón aquella noche, pero pudo registrarse en otro sitio. Como reconoció Carlos Solari, el líder de Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota en alguna oportunidad: “lo que pasó en Cromañón fue como ese juego en el que te van sacando sillas. O como cuando se van pasando una granada, hasta que a uno le explota en la mano”.

Diez años después, Cromañón dista de ser un caso cerrado. Los familiares de las víctimas siguen hablando de impunidad y protagonizando marchas, descontentos con las decisiones de la justicia. Una película que recuerda la tragedia, que se estrenará por estos días en Buenos Aires (“La lluvia también es no verte”, de Mayra Bottero) plantea que tras la tragedia del boliche de Once palpita una lógica en la que se mezcla la negligencia y la corrupción. Y que esa lógica, (relacionada con la forma en que se construye poder en la Argentina, con el accionar de las policías y hasta con la insuficiente respuesta de los hospitales ante un siniestro) no cambió en los últimos diez años: “Cromañón no terminó, sigue sucediendo”, dice la cineasta que hace en su película un paralelismo entre esa y otras tragedias evitables anteriores y posteriores, como el choque de un tren en la estación Once que dejó en febrero de 2012 el saldo de 51 muertos y más de 700 heridos.

En la actualidad el caso no está cerrado y sigue a cargo del Tribunal Oral en lo criminal Número 24. Tiene como únicos condenados al empresario Rafael Levy, dueño del complejo donde funcionaba el boliche, el ex subcomisario Carlos Díaz y el ex manager de Callejeros, Diego Argañaraz. A esos nombres se suma el del ex gerenciador del local, Omar Chabán, quien murió el 17 de noviembre del 2014 cuando cumplía prisión domiciliaria afectado por una grave enfermedad.

A mediados de 2012 fueron absueltos el ex secretario de Seguridad porteño, Juan Carlos López; su segundo Enrique Carelli, el ex director de Seguridad privada del gobierno porteño Vicente Rizzo y el ex comisario Gabriel Sevald.

El 9 de agosto pasado los integrantes el grupo Callejeros fueron liberados a la espera de que sus condenas fueran revisadas , ya que no se había cumplido el criterio del “doble conforme”, según el cual toda persona tene la garantía de inocencia hasta que no existan dos sentencias condenatorias firmes. Junto a ellos recuperaron su libertad los funcionarios que estaban presos. El único integrante de la banda que sigue en prisión es el baterista Eduardo Vásquez por el crimen de su esposa Wanda Taddei.

DERIVACIONES INEDITAS

Las derivaciones de la tragedia fueron múltiples, resonantes y algunas de ellas inéditas. Como la decisión de la Legislatura porteña de destituir a Aníbal Ibarra, entonces Jefe de Gobierno, por su responsabilidad en la tragedia, una decisión inédita que se basó en considerar que el funcionario había incurrido en “mal desempeño de sus funciones”.

Como contracara del heroísmo mostrado por muchos jóvenes que ingresaron al local en medio del desastre para rescatar a sus compañeros (se estima que el 30% de los que murieron lo hicieron después de haber logrado salir del local y reingresado para rescatar familiares o amigos), el juicio por la tragedia puso de manifiesto una red de actos de corrupción y negligencia que pesaron en la catástrofe final.

Muchos aspectos que fueron puestos bajo la lupa. Uno de los principales la organización de un recital que reunió a más de 4.000 personas en un lugar habilitado para poco más de 1.000.

Esta situación, sumada al hecho de que las puertas de emergencia hubieran estado bloquedas en el momento de la tragedia - lo que impidió escapar a cientos de chicos - pusieron en el ojo de la tormenta, desde el primer momento, al gerenciador de Cromañón, Omar Chabán.

Chabán, figura clave del movimiento alternativo porteño entre los ´80 y los ´90, cuando creó lugares que marcarían una época, como el Café Einstein o Cemento, se convirtió en gerenciador de República Cromañón en 2004 y cumplía ese rol la noche de la tragedia. La Justicia lo condenó en 2009 a 20 años de prisión, pero su defensa apeló la sentencia y el quedó en libertad. En 2012 hubo un cambio de carátula. La acusación pasó de estrago doloso a estrago culposo, lo que redujo las penas. Chabán fue condenado a 10 años y 9 meses de prisión. A fines de ese año, la justicia ordenó el cumplimiento efectivo de la pena, tanto para Chabán como para el resto de los acusados. En 2013, estando en prisión, le diagnosticaron un linfoma de Hodgkin, compleja enfermedad a partir de la cual se le concedió el arresto domiciliario y que le provocó la muerte en noviembre de este año.

Pero Chabán no fue el único cuestionado: la investigación demostró que Cromañón funcionaba con un certificado de bomberos vencido, lo que puso en el centro de la tormenta a los controles del gobierno porteño y derivó en el procesamiento de seis de ellos. La investigación sacó a la luz también que las autoridades policiales con jurisdicción en el lugar recibían coimas .Y fallas en la parte de la organización del concierto que correspondía a la banda, como la sobreventa de entradas o la imposibilidad de controlar e impedir el uso de pirotecnia por parte de sus fans. Es que a ese cóctel de corrupción y negligencia se sumaron los códigos temerarios del rock barrial y la costumbre de encender bengalas en espacios cerrados. Una tradición que no terminó con Cromañón, a pesar de los muertos: en setiembre de 2013, un joven murió en un recital del grupo La Renga, en La Plata como consecuencia de una bengala.

Mientras el debate sigue, en el oscuro local de Once, las cosas siguen intactas: todavía se observan zapatillas de lona en el piso, bienes personales de las víctimas, como documentos o tarjetas de crédito. Y las huellas de manos y uñas que, sobre las salidas clausuradas y las paredes de alrededor, pugnaron hasta último momento por escapar de la trampa mortal de la peor tragedia contemporánea de la Argentina.

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