Confianza herida

LEOPOLDO MANCINELLI  
Psicólogo

El siniestro de Germanwings en los alpes franceses ha diseminado la desconfianza en los usuarios de los medios aéreos. A los temores habituales de los viajeros se suma ahora la desconfianza en las actitudes de la tripulación que pudieran afectar el viaje, o hacerlo colapsar. Es decir que las nuevas prevenciones, inauguradas por la denunciada actitud de Andreas Lubitz, tienen que ver con la posibilidad de que algún tripulante, por motivos personales, por ideas sobrevaloradas o por iniciativas delirantes, se proponga emplear su función profesional en un sentido opuesto al que le han encomendado.

En algunos medios se habla del burnout del copiloto, la probabilidad que en Lubitz hayan fracasado los mecanismos de adaptación a situaciones de estrés prolongado. Pero la presencia del mencionado síndrome no podría explicar la actitud de clausurar voluntariamente la entrada a la cabina y la decisión expresa de disminución de la altura, hasta la caída final.

El gesto insólito de Lubitz se emparenta con el de Francesco Schettino, capitán del Costa Concordia, el crucero de lujo italiano en el que murieron 25 personas y se perdieron 600 millones de euros sólo para rescatar al barco de su encalladura.

Si es como comenta la novia de Lubitz, que éste quería pasar a la historia rebelándose contra supuestas injusticias de su compañía aérea, las motivaciones de Schettino fueron más frívolas, porque sólo quería complacer a su modesto camarero, oriundo de la isla donde ocurrió la tragedia, rozándola con su costado de estribor y haciendo sonar con fuerza las sirenas del barco. La maniobra fracasó, 25 personas no pudieron salir de su recinto y el capitán recibió 16 años de prisión.

“Los accidentes no son accidentales” rezan los carteles de muchas fábricas. Y no es necesario recurrir al burnout (cabeza quemada), a la depresión o al agotamiento psicofísico para explicar los motivos de un siniestro. La persona que está a cargo de un coloso del transporte colectivo, terrestre, naval o aéreo siempre está expuesta a que su función se vea interferida por sus asuntos personales, frívolos o de los otros.

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