Simpatía por la máquina

La superproducción de ciencia ficción-western de HBO, que estrena hoy su segundo episodio, carga con la pesada mochila de reemplazar a “Game of Thrones”

HBO está en “problemas”: el magnate de la ficción televisiva siempre juega dos jugadas adelantado como un maestro de ajedrez y ya vislumbra un mundo sin “Game of Thrones” en su pantalla. La serie de los dragones terminará en dos temporadas y entonces, ¿qué le quedará al canal premium? Un puñado de shows aclamados, como “Veep”, pero de baja audiencia (y por ende, con la capacidad de atraer pocos nuevos clientes) y una serie de apuestas grandes apuestas, como “Vinyl”, que no cumplieron con las expectativas.

A ese fin, el canal creó “Westworld” de la misma manera que uno de sus protagonistas, el Doctor Robert Ford, crea a sus androides: no buscaba construir una creación adecuada, capaz de entretener, sino algo más, algo inasible. HBO buscó el Santo Grial televisivo, un éxito seguro y masivo de crítica y audiencia, como Ford busca crear el Santo Grial del progreso: la singularidad, el primer robot con conciencia, cumpliendo el sueño prohibido de la humanidad, su conversión a Dios. Ambos experimentos, claro, tienen algo de hibris que parece condenarlos a la tragedia, aunque aún es temprano para determinarlo.

El canal procuró primero adherir al proyecto grandes nombres delante y detrás de cámara: el impecable elenco encabezado por Anthony Hopkins es dirigido por Jonathan Nolan, el hermano de Christopher, y todo cuenta con la producción de J.J. Abrams, el supuesto Spielberg del nuevo milenio.

Un conjunto de talento joven al que se le encargó la tarea de construir “Westworld” a partir del molde de la nueva televisión: violencia gráfica, complejos dilemas filosóficos y desnudez intentan empujar a la serie de ciencia ficción western a una nueva frontera para un género popular pero atascado, en la percepción de la audiencia, en una adolescencia fabricada de regocijo en ser de culto, chistes internos y una especificidad que conspira contra su propia universalidad.

Así operó “Game of Thrones”, llevando la fantasía medieval, un género reservado para una minoría incluso dentro del consumo cultural “nerd”, hacia la adultez y el reconocimiento: temporada tras temporada la saga de Poniente desafió las fronteras del género hasta que a los Emmy, que históricamente ningunea shows de género, no le quedó otra que reconocer la calidad del ahora programa más premiado de la historia.

FUSION

En la fusión entre lo popular (los géneros masivos como el western, la aventura, la ciencia ficción) y las complejidades del drama adulto HBO encontró su gran suceso, que ahora busca replicar en “Westworld”. El molde es apto: el dinero arrojado para la creación de la serie permite la creación de un piloto que podría ser la primera hora de una película de gran presupuesto, una hora de televisión que demuestra la madurez de la pantalla chica y su desafío a su hermana mayor, el cine.

Hay algunos tics innecesarios, algo de violencia y sexo “porque sí”, aunque el show justifica sus excesos al poner en el eje a los androides, y convertir seres sin conciencia, máquinas (¿o acaso ocultan un fantasma dentro de la máquina?) en víctimas de los deseos desaforados del hombre, prácticamente un extra en la serie.

Allí reside la utilidad superficial de “Westworld”: un parque temático donde el hombre puede ir a vivir la experiencia del salvaje oeste como desee, ya sea acampando a orillas de un río, cabalgando o asesinando y violando a mansalva. La sangre en pantalla revela la naturaleza humana agonística, su deseo primal de destrucción. El despertar de las inteligencias artificiales no es sino el despertar de su capacidad de dañar a otros, algo que el show sugiere es la verdadera agenda de Ford, que, como el espectador, no puede sino sentir simpatía por sus maltratadas máquinas: los demonios somos nosotros.

HBO espeja a Ford también en ese sentido. Mostrar el tabú en pantalla constituye la misma decisión que el dueño del parque realiza cada vez que abre las puertas del lugar: facilitarle entretenimiento al humano, darle lo que quiere. En ese sentido, los demonios no sólo son los humanos que pagan en el parque, sino nosotros, que nos regocijamos en el espectáculo.

SHOW OSCURO

Es indudablemente un “Show Oscuro” (con mayúsculas, institucionalizado por la TV siglo XXI) aunque consigue generar mucha más incomodidad (y mucho más vuelo artístico, por ende) cuando se aleja los lineamientos de la nueva televisión y escoge la ominosa mesura de una mosca aplastada sobre el regocijo “gore” de sesos salpicados de ingeniosas maneras como una forma de crítica social nihilista. Porque los personajes humanos, a excepción de Ford y su asistente, Bernard, son unidimensionales en sus ambiciones de sangre o de dinero (y por lo tanto, poco nos interesa su destino): incluso la aparición del siempre enorme Ed Harris parece sacada de otro momento de la televisión.

En la primera hora de show Harris ha disfrutado de ser un verdadero bastardo, pero su inmersión en el universo delicado del despertar de la inteligencia artificial ha sido a puro trazo grueso. Harris, un pistolero sin nombre, es un villano sacado del western clásico, vicioso mecanismo de la trama para tener un enemigo: más robot programado para matar que los propios robots.

Con estas decisiones de poca sutileza, el show conspira contra su propio corazón tenebroso y construye altos muros que limitan sus posibilidades: además de Harris, el primer episodio dejó demasiado claro las líneas argumentales a explorar, presentando incluso de manera explícita que hay un “juego profundo” en el parque que busca Harris, evidentemente coincidente con la “agenda secreta” de la gerencia. Un tipo de sobreexposición (además, a partir de conversaciones y no de hechos) que conspira contra la adicción del televidente. Y si no preguntenle a Abrams, que dirigió el primer episodio de “Lost”, donde todo era sugerencia: nadie, desde entonces, pudo dejar de mirar, porque es mejor no conocer qué ocurre en la isla (o el parque), vivir semana a semana con la incertidumbre, que desde el arranque tener una buena idea de lo que acontece.

Con nueve horas de televisión en la primera temporada (¡y cuatro temporadas programas más!), un parque que se “reinicia” día a día, repitiendo siempre la misma historia, y un mundo básicamente cerrado, más allá del potencial ingreso de nuevos humanos al lugar, “Westworld” podría correr el riesgo de repetirse episodio a episodio, caminando por la cuerda floja entre revelar sus misterios demasiado temprano y postergar con tramas tiradas de los pelos, durante horas, finales anunciados.

Pedro Garay

 

PARA AGENDAR
QUE: “Westworld”
CUANDO: El primer episodio se repite esta noche a las 21.45. El segundo episodio se emite a las 23
DOnde: HBO Plus y HBO

Anthony Hopkins
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