Dar y recibir (y no ser disfuncional en el intento)

Hay parejas felices y parejas hostiles, pero otras oscilan entre ambos extremos. ¿Cómo funcionan las relaciones afectivas en las que coexiste una alta carga de elementos positivos y negativos? ¿Cuáles son las consecuencias físicas de esta situación y cómo se puede solucionar? La ciencia responde y la farándula vernácula nos invade con ejemplos

Daba envidia de sólo mirarlos. Ella lo acariciaba a modo de peluche y él, dos cabezas y más abajo, se dejaba hacer con una sonrisa de San Valentín eterno o como si fuese en realidad una especie de tamagochi humano. El amor entre José Ottavis y Vicky Xipolitakis duró lo que parece durar el amor cuando se lo mira por TV, pero lo cierto es que en tiempos donde la farándula vernácula nos apabulla de ejemplos de amores fugaces, de tuits que se suben para anunciar un flechazo y, a los pocos días nomás, para formalizar el final de ese mismo flechazo, la ciencia de las emociones y los sentimientos se pregunta y se cuestiona: ¿qué nos lleva a pasar del amor al odio casi al mismo tiempo y con la misma persona? O más puntual aún: ¿qué genera ese pasaje vertiginoso del amor al odio en nuestro castigado cuerpo? Porque no se trata sólo de famosos. El de la Griega con su peluche humano o el de Federico Bal con Barbie Vélez, por citar algunos de los casos más representativos de la fauna autóctona, son apenas la punta de un iceberg que, en las profundidades de su anonimato, esconde a miles o millones de parejas que pueden pasar del sentimiento más puro y sincero al odio más repentino y genuino. ¿Por qué?

Un estudio de la Universidad Birmingham, en EE.UU, encontró esta semana -casi al mismo tiempo que Vicky anunciaba su ruptura patria con uno de los líderes de La Campora- que las parejas que viven una relación ambivalente de este tipo tienen una tensión arterial más alta que aquellas cuyos miembros se apoyan mutuamente. Para su estudio, los investigadores encuestaron a una serie de matrimonios sobre como percibían su propio comportamiento y el de su pareja, y si percibían su relación como de apoyo o de ambivalencia. Después los dotaron a todos con unos monitores para medir su presión sanguínea a lo largo del día y descubrieron que los niveles subían y bajaban como una montaña rusa o, mejor para el caso, como una relación donde el amor y el odio parecían crecer casi en el mismo lugar.

El estudio reveló que, así como les sucede a los protagonistas de nuestra farándula, cada vez son más las parejas que oscilan entre el amor y el odio con la naturalidad de una nutria que nada en el río. El mismo estudio demostró que las relaciones de amor-odio pueden inscribirse dentro de las denominadas parejas disfuncionales, en las que uno de los miembros se comporta de una forma determinada con el otro y, en consecuencia, aumenta la motivación de su pareja para comportarse de idéntica forma. “Es un dar y recibir”, resume con maestría y poder de metáfora la psicóloga María Muñoz, una de las responsables en analizar el trabajo de Birmingham. Dar y recibir. ¿Acaso no se trata de eso la vida?

Birmingham y su grupo solo estudiaron las consecuencias de los matrimonios ambivalentes en la salud física, pero detectaron indicios de que los implicados en estas relaciones muestran una menor responsabilidad e intimidad hacia sus cónyuges y les revelan menos lo que sienten, algo que, hay que ser sincero, no sería el caso de Vicky y el pequeño gran Ottavis, quienes se cansaron de decir que se amaban y se recontra amaban y también que, al menos en el caso de ella, se separaba y se recontra separaba por sentirse defraudada, estafada y un montón de cosas más siempre difíciles de escribir en un simple y fugaz tuit.

La buena noticia -para los investigadores de Birmingham, claro-, consiste en que la ambivalencia no tiene que ser necesariamente permanente, ya que “los matrimonios pueden cambiar su comportamiento si se percatan de esta situación, apoyándose y escuchándose mutuamente y compartiendo cosas para generar más positividad (sic)”.

Ahora bien, ¿qué indicios puede tener una persona, por ejemplo en la etapa de noviazgo, de que está entrando en una relación ambivalente en la que quizá no le convenga seguir adelante? “Si observamos desprecio, ironía, sarcasmo o descalificación de parte de alguno de los miembros de la pareja -alerta María Muñoz con igual maestría-, podemos ir pensando si esa relación debe seguir o no. Es el indicativo de que se puede estar construyendo una pareja disfuncional”.

Además de afectar la salud física, como muestra la investigación norteamericana, Muñoz nos advierte también que este tipo de relaciones pueden tener “efectos emocionales y psicológicos en sus integrantes, como producir una baja autoestima o fomentar la creencia en uno de ellos de que va a salvar la relación”. Según asevera la experta, incluso, muchas de estas relaciones ambivalentes suelen funcionar debido al enganche emocional del “hoy discutimos pero mañana nos amamos”, y hace notar así que, por lo general, “suelen ser parejas muy apasionadas en las que el sexo puede ser un ámbito que mantenga la relación”. Dar y recibir, podría agregar la experta. Pero no. “A quien esté pasando por una situación de este tipo le diría que acuda a un especialista -recomienda ella con altruismo y poder de síntesis-. Será él quien podrá decidir si se puede hacer terapia de pareja para solucionar el problema y recuperar el amor o si se necesita en cambio acudir a un abogado para llevar el tema a otro plano”. Dar y recibir, debería acotar. Como en la vida. Como en el amor.

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Vicky Xipolitakis

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