“Pensé que nos mataban”, dijo el dirigente de Olmos
| 26 de Junio de 2016 | 01:45

Por
Alejandra castillo
“Pensamos en mudarnos, lo charlamos con la familia, pero, ¿a dónde vamos a ir? No hay un lugar en Argentina donde sepa que estaremos seguros; menos en la provincia de Buenos Aires”, reflexiona Hugo Mollo en su casa de Olmos, ese lugar que el 10 de junio se le volvió un infierno del que no creyó salir con vida. Fue cuando tres delincuentes irrumpieron a patadas y disparos en su chalet de Ruta 36 entre 46 y 47, donde él estaba junto a su esposa. Ella salió ilesa. Mollo, presidente del centro de comerciantes de Olmos, con un disparo en la mano derecha y otro en el estómago, por los que estuvo internado en una clínica porteña hasta hace pocos días.
Uno de los delincuentes, de 25 años, murió de un balazo en la nuca que salió de la pistola de uno de sus compinches. Los otros dos escaparon y siguen prófugos (ver aparte). Todo pasó allí, donde la vida sigue -aunque distinta-, y Mollo -que en pocos días cumplirá 69 años- lo cuenta.
“Físicamente estoy bien, con más fuerzas; emocionalmente, no es lindo, ni es fácil”, admite. De ese viernes a la noche recuerda Hugo que “mi señora se había puesto a hacer palabras cruzadas en la piecita de al lado y yo me había acostado a mirar televisión. Por ahí escuché una explosión y, enseguida, los gritos de mi esposa y tiros por todos lados. Fui al placard, agarré mi arma y salí a defenderme”.
Se refiere a una pistola calibre 9 milímetros que resolvió comprar hace unos años, después de otro asalto que sufrió en esa misma casa. “Todavía vivía mi madre; esa vez me fajaron”, rememora, aclarando que sabe usar el arma, la tiene registrada y no se arrepiente de aquella decisión que tomó.
Mollo explica que aún antes de escuchar el pedido de auxilio de su mujer, Lidia (67), supo que había intrusos en la casa. “Hace rato que venía pensando que iban a romperme la puerta y entrar”, reveló.
El comerciante no sabe cuántos disparos hubo, aunque “(los investigadores) dicen que fueron 13, o 14, y siguen apareciendo tiros por todos lados”. Lo que no duda es de que los ladrones abrieron fuego antes de verlo a él y exigir dinero. Lo primero que pensó fue “nos hicieron”. La escena se desarrolló en un desnivel lindero al comedor, donde estaban dos de los delincuentes y el propio Mollo.
“El otro (ladrón) estaba arriba y me tiraba desde acá (por el comedor). Al chico lo mataron ellos mismos, porque tiene un tiro en la nuca y es imposible que yo le haya tirado desde donde estaba”, describe, admitiendo que él llegó a hacer un disparo o dos, no puede asegurar en qué dirección, antes de que le “volaran la mano”, al parecer de un escopetazo.
Mientras tanto, a Lidia la mantenían reducida en el piso. “Lo único que me decían era ‘hijo de puta te vamos a matar’”, contó Mollo, convencido de que aunque no pidieron plata era eso lo que fueron a buscar, “porque tenían los brazos llenos de precintos”.
“no tuvieron tiempo”
El comerciante no puede precisar cuántos segundos duró su odisea porque “se te va la idea del tiempo”, aunque calcula que no fueron muchos. La explosión de la puerta, los tiros y la alarma que pulsó su esposa, además de la muerte de uno de ellos, apuraron la fuga de los delincuentes. No se llevaron nada.
“El de acá arriba le decía al otro ‘fijate el chico, fijate el chico’, y el que estaba abajo se fue”, relató el comerciante. Afuera los esperaba un cuarto hombre, aparentemente en un auto.
Después llegó la policía y la ambulancia que llevó a Mollo al hospital de Melchor Romero, donde lo estabilizaron antes de trasladarlo a un centro de capital federal. Hasta que entró al quirófano, Hugo estuvo consciente, aunque con pocas esperanzas de sobrevivir. Es que yo “sabía que tenía un tiro en el estómago. Contaba con que estaba, pero no estaba”, dice, antes de resaltar el “excelente trabajo del personal del hospital” de Romero.
Mollo, que es dueño de un supermercado, preside el Centro Comercial Oacis y mantiene una fuerte cruzada contra la inseguridad, reconoce que el episodio no lo tomó por sorpresa: “Estamos todo el día pendientes de este tema. Tenía ilusiones de que el nuevo gobierno se decidiera a acabar con esto, pero estamos peor”.
“No sé nada de seguridad, aunque creo que le están errando feo con el tema policial. Hay que darles un poco más de libertad, porque a un chico no lo pueden requisar, ni pedirle documentación, pero ese chico sí nos puede matar”, reflexiona.
Mollo no descarta que la banda que lo atacó haya hecho inteligencia previa o contara con los datos aportados por un entregador. No obstante duda de que los ladrones supieran de sus reclamos como dirigente de los comerciantes.
“No creo que les interese atacar a los referentes por la inseguridad, porque pasamos inadvertidos para ellos”, asegura, agregando que “hacemos reuniones de barrio y siempre hemos luchado por Olmos, porque creemos que si la gente está bien los comerciantes también estamos bien”.
Lidia se mantiene alejada de la entrevista. “No quiere ni hablar del tema”, explica Hugo. Con sus hijos conversaron sobre la posibilidad de mudarse, pero no sabrían a dónde ir: “Decime un lugar seguro y me voy; no hay”, sentencia.
Por la casa corretea un chihuahua negro. En la puerta hay un patrullero con dos policías, en una custodia que -dice Mollo- “no pedí, no sé cuánto durará y desconozco los motivos”. El, de a poco, va retomando la rutina, aunque no sabe cuándo volverá a su vida “normal”, en caso de que eso sea posible.
La bala que le perforó el abdomen sigue en su cuerpo. Ya lo sometieron a un par de cirugías y resta que atraviese, por lo menos, una más, en un proceso que le demandará algunos meses. No sabe si hará terapia -“yo soy más calentón; ahora estoy tranquilo, debe ser por las pichicatas”- y quiere tener esperanzas de que “esto cambie”, aunque le está resultando difícil.
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