El patrimonio verde, un escudo contra el “horno” urbano
| 29 de Enero de 2017 | 02:40

Por FRANCISCO LAGOMARSINO
Lunes 23 de enero, tres y media de la tarde, plaza Moreno. La Ciudad padece una abrasadora ola de calor, y desde su piedra fundamental, la silueta del templo mayor se desdibuja a través del aire caliente. Junto al monolito que marca el centro geográfico del casco urbano, sobre las lajas, los termómetros marcan 42 grados; sin embargo, a un puñado de metros de allí, la temperatura desciende hasta los 27. Una hilera de tilos consigue lo que resultaría inviable para el más costoso sistema artificial de refrigeración.
Durante la semana que pasó, un relevamiento encarado por investigadores de la UNLP le puso números a la relevancia de la sombra viva a la hora de atenuar los efectos de la “isla de calor”, ese horno de asfalto, concreto y vidrio en que se convierten las áreas urbanas más pobladas si no cuentan, sobre todo, con la forestación adecuada.
El estudio, realizado por la ingeniera forestal Corina Graciano, experta en ecofisiología forestal e integrante del Instituto de Fisiología Vegetal (INFIVE, CONICET/UNLP), y el ingeniero agrónomo Alfredo Benassi, docente en la cátedra de Planeamiento y Diseño del Paisaje de la facultad de Ciencias Agrarias, escogió el espacio verde comprendido entre las calles 12, 14, 50 y 54 como lugar testigo por contener áreas vecinas bien diferenciadas en su equipamiento y conformación: explanadas asoleadas, paños verdes, áreas con sombra parcial y total, pisos de cemento, tierra y grava.
Las mediciones se recabaron en aire y superficies -veredas, hojas y césped-, con termómetro tipo “IR” -infrarrojo- y termohigrómetro. Y en ese contexto, las marcas más altas se correspondieron con las baldosas en el centro de la plaza: 56 a 57 grados centígrados sobre las de color claro, y 58º a 60º sobre las negras, equivalentes respectivamente a superficies de cemento y asfalto. En el otro extremo de la escala, las temperaturas más tolerables se registraron sobre el césped, a la sombra de los tilos: 26,5 a 27,5 grados.
Del estudio de los datos compilados por Graciano y Benassi se desprende que no sólo es la sombra viva la que marca diferencias a la hora de refrescar el ambiente; también la calidad del suelo. De los 58 grados de las lajas oscuras expuestas al sol, se descendió a 51,3º sobre los sectores de pasto más ralo o “peladales” de los canteros con ligustrinas. Siempre bajo la luz directa del astro rey, el césped verde de calidad midió 35,8º. Pasando a los tramos sombreados, los senderos de grava devolvieron 31,3º; y el pasto, 27,5º a 26,5º.
Las “islas de calor” son generadas cuando las superficies naturales dejan paso a cuencas urbanas impermeables, principalmente de cemento, vidrio, metal y asfalto. Los edificios actúan durante el día como paneles solares, cuyos materiales tienen una alta capacidad de almacenamiento de calor; por las noches, liberan ese calor, pero no con la velocidad suficiente como para regresar a la temperaturas de la noche anterior: las ciudades se convierten, sobre todo durante madrugadas sin viento ni nubes, en “islas” más calientes que el medio rural que las rodea. Y más aún en los “túneles” de edificios, donde el calor rebota una y mil veces antes de disiparse, lo que prolonga y profundiza el fenómeno.
MITIGAR EL CALENTAMIENTO
“El verde mitiga los calentamientos urbanos si se halla en adecuada cantidad, distribución, frecuencia y composición botánica” advierte Alfredo Benassi: “es decir, si el sistema de espacios verdes, avenidas con ramblas y calles con veredas arboladas brinda una trama urbana de ductos verdes foto-transpirantes. Esto redunda en una amplia gama de beneficios, desde aminorar el consumo energético doméstico en materia de climatización, hasta hacer un aporte al combate contra el calentamiento global, pasando por la protección de las franjas poblacionales más vulnerables a las olas de calor”.
“Las correctas prácticas paisajísticas urbanas aportan un potencial significativo de regeneración ambiental y mejoras en la calidad de vida” agrega el profesional: “esto implica poner sobre la mesa una ingeniería verde basada en dos procesos metabólicos vegetales como son la fotosíntesis -que fija dióxido de carbono y libera oxígeno- y la transpiración foliar, que disipa el calor; en las hojas hay poros o estomas que liberan agua, y ésta al pasar del estado líquido al gaseoso lleva consigo calor latente en sus moléculas, que pasan al estado de vapor de agua en el aire”. Por este motivo, en las zonas rurales, con mayor cantidad de verde disipando el calor en la atmósfera, la temperatura siempre es un poco más baja que en las urbanas.
El lunes pasado, cuando las marcas trepaban a 42º en el centro de plaza Moreno, las hojas de los tilos expuestas al sol promediaban 28 grados. Las copas de los árboles no sólo interceptan la radiación solar evitando un calentamiento mayor de lo que está debajo, sino que transpiran, evaporando grandes volúmenes de agua; ese proceso captura calor, y hace descender la temperatura del entorno. En épocas de vientos secos y cálidos, además, interceptan las corrientes que se infiltran hacia el interior de las edificaciones.
CRITERIOS A CONTRAMANO
En nuestra ciudad, la eliminación de miles de metros cúbicos de follaje, durante los operativos de poda ejecutados por el municipio a lo largo de 2016, fue a contramano de estos criterios, y se tradujo en críticas de vecinos y profesionales por haber dejado virtualmente sin sombra ejes urbanos céntricos como los de 60 entre 1 y plaza Rocha, diagonal 73 entre plazas Rocha y Moreno, y diagonal 74 entre plazas Moreno e Italia.
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