Angustiantes referencias sobre el auge de los embarazos entre las adolescentes argentinas

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El informe de las Naciones Unidas dado a conocer estos días, indicativo de que la Argentina tiene una de las mayores tasas de embarazo adolescente, sólo superadas por Bolivia y Colombia a nivel regional y por algunos países de Africa en los que se registra un enorme nivel de inequidad social, origina preocupación y deja a la vista un profundo fracaso de las políticas educativas y preventivas.

Tal como se informó y pese a que el acceso a métodos anticonceptivos para las mujeres es en general alto en nuestro país, la tasa de adolescentes argentinas de entre 15 y 19 años que tienen hijos sería una de las más altas de la región. Además el informe advierte que el aumento de embarazos no deseados en esta etapa de la vida se ha convertido en un síntoma de pobreza y desigualdad.

Según la coordinadora obstétrica del ministerio de Salud bonaerense las cifras de embarazo adolescente en la Provincia son en cualquier caso más bajas que el promedio de nuestro país. La realidad de este fenómeno varía mucho en cada región; de hecho no todas las provincias adhieren a la Ley de Salud Sexual y Reproducción Responsable y el acceso a los métodos anticonceptivos es también muy desigual. En suma, dijo, las cifras de la ONU pueden ser ciertas, pero no en lo referido a la provincia de Buenos Aires.

Cabe señalar que el embarazo de menores viene ocupando la agenda desde hace años, e incluso uno de sus organismos, el Fondo de Población, propuso una serie de medidas para prevenirlo, figurando entre ellas prohibir el matrimonio a temprana edad, garantizar el acceso a la educación y “visibilizar” a los menores.

La organización alertó que alrededor de 67 millones de niñas contraen matrimonio antes de los 18 años en los países en desarrollo y que 9 de cada 10 embarazos adolescentes se dan en relaciones formales. Según el documento, 146 países aprueban el matrimonio o las uniones de mujeres menores de 18 años y, de ellos, 52 países permiten los enlaces con niñas menores de 15 con el consentimiento de los padres.

Esta realidad obliga a multiplicar esfuerzos en materia preventiva. La educación es, por supuesto, la herramienta principal para revertir un panorama que resulta tan inquietante como dramático. Y es en los sectores más vulnerables de la población infanto-juvenil en los que debería ponerse el acento. Una chica de 13, 14 ó 15 años no está preparada para enfrentar el complejo desafío de la maternidad pero si, además, está afectada por situaciones de pobreza y marginalidad, el panorama supone riesgos aún mayores.

Los sistemas sanitario, educativo y asistencial deberían fijar como prioridad el trabajo preventivo frente a esta verdadera epidemia social. Deben profundizarse los programas y estrategias en este sentido, procurando una conjunción de esfuerzos en la misma dirección.

Los informes aquí mencionados deberían ser examinados a fondo por todos los sectores involucrados en la tarea de educación y asistencia a los jóvenes. No puede mirarse con indiferencia. El embarazo adolescente es, después de todo, una de las caras -angustiantes, por cierto- de las carencias y de las dramáticas situaciones que sufre una gran parte de la población más joven. A ese sector deben destinarse, entonces, especiales esfuerzos del Estado y de la propia comunidad.

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