Las dos caras del odio en los EE UU de Donald Trump

Las nuevas cintas de Guillermo Del Toro y Martin McDonagh entregan dos retratos de una EE UU convulsionada y dividida

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El cine de festivales suele retratar las problemáticas urgentes del mundo, y Mar del Plata no ha sido excepción, con la exhibición en competencia de “El silencio del viento”, sobre el problema migratorio en Puerto Rico; “Cocote”, filme sobre las hondas desigualdades entre las clases sociales en República Dominicana ; “Una mujer fantástica”, retrato chileno de los obstáculos que enfrentan las personas trans con olor a Oscar; o la hipnótica “Good Luck”, dos horas y media documentales de Ben Russell sobre el trabajo en las minas de carbón; mientras que fuera de competencia se ofrecen otras lecturas a problemáticas sociales actuales, como la impactante “120 battements par minuto”, de Robin Campillo y con el protagónico del argentino Nahuel Pérez Biscayart (otra con aroma a premios internacionales).

Pero a esta cruzada parece haberse sumado el Hollywood “clase media”, el que no aspira a liderar la taquilla pero si a los grandes premios que en los últimos años han ido para películas sobre “temas importantes” como “Moonlight”, “En primera plana” o la sobrevalorada “12 años de esclavitud”.

Dos de esas contendientes, que asomaran en la cartelera comercial platense justo a tiempo para los Oscar, en febrero de 2018, llegaron al Festival Internacional de Mar del Plata: “La forma del agua”, la nueva cinta de Guillermo del Toro, una fábula sobre la discriminación, y “Tres anuncios por un crimen”, de Martin McDonagh (“En Brujas”), policial nihilista sobre la pérdida, son retratos perfectos de la industria en los tiempos separatistas de Donald Trump, y revelan dos posibilidades para el camino del odio y la división que parece haberse instalado en el imperio norteamericano.

LADO A: La fábula de Del Toro

“La forma del agua” es la respuesta de Del Toro, cineasta mexicano instalado en Estados Unidos, a la xenofobia que ha adoptado como normal su país en los últimos años: la respuesta es utópica, donde el amor conquista la soledad y el odio, una cinta sobre la esperanza que inevitablemente tiene que tomar la forma de un cuento de hadas porque, como el propio cineasta explicó, la película es un homenaje al cine, la música y el amor (es decir a la ficción, al arte) como manera mágica de tender puentes entre las personas.

De todos modos, Del Toro siempre es personal: la fórmula del cuento de hadas oscuro que él mismo inauguró con “El laberinto del fauno” regresa pero, siempre, con un personalísimo giro que incluye una actualización sobre las imágenes oníricas de los cuentos de hadas y una subversión de ciertas convenciones que incluye encuentros sexuales entre los platónicos mujer y bestia.

La cinta relata cómo una mujer muda de vida modesta encuentra en el laboratorio donde trabaja limpiando un monstruo amazónico cautivo: a través de la lengua de señas entablará una relación romántica con la criatura temida y torturada por la corporación gubernamental, con la esperanza de desarmarlo y convertirlo en arma.

El amor los liberará, claro, de esa existencia al margen, y de esa visión de mundo bélica, que aplasta las otredades. La cinta cae en ingenuidades y subrayados, seguro, pero es parte del juego, de la fábula, y muy intencional: la ingenuidad es para Del Toro, según afirmó a los espectadores del Festival a través de un video, un antídoto al cinismo actual del mundo.

LADO B: Incertidumbre y tragedia

La respuesta de Martin McDonagh, el cineasta de “En Brujas” y “Siete Psicópatas” (ambas para ver en Netflix) a la problemática del creciente odio racial en Estados Unidos es mucho menos esperanzadora: oscura y ambigua, “Tres anuncios por un crimen”, una de las mejores cintas proyectadas en el Festival, retrata desde el microuniverso de un pueblito estadounidense al sur una espiral de violencia sin aparente solución.

La película comienza cuando tras la violación y muerte de su hija, una madre decide colocar tres avisos al costado de la ruta pidiendo al comisario local la resolución del crimen y desatando un infierno grande en pueblo chico. Se trata de una historia donde la pérdida de una madre despierta un odio sin solución (en el universo de McDonagh no hay justicia posible) y que colisiona de frente con los resquemores, prejuicios y odios de un pueblo repleto de policías inescrupulosos y racistas, hombres golpeadores y borrachos e ignorancia.

En su película más “coeniana” (completa con Frances McDormand al frente del elenco y, como siempre, sensacional), McDonagh construye una tragedia de visos griegos donde los personajes actúan por reflejo, por reacción, y las acciones erráticas, potenciadas por el odio, de los seres humanos, no llevan a soluciones sino que engendran más violencia. El castigo del “ojo por ojo” ni siquiera suele recaer sobre los culpables, sino que arbitrariamente victimiza a testigos inocentes, toda una metáfora de lo que las políticas del odio y el revanchismo provocan.

McDonagh dosifica con maestría y mucho humor negro, a través un guión brillante, desternillante y moralmente ambiguo, un drama denso y duro de digerir, donde la falta de respuestas, de certidumbre, tensa a la audiencia tanto como a los pobladores que buscan sin sentido la justicia, y entrega una luz de esperanza en el comisario construido por Woody Harrelson, una hipótesis de potencial escape a ese callejón sin salida de la violencia. Pero, claro, McDonagh no está seguro que sus criaturas, tan humanas, puedan emerger de ese pantano de frustración pesada como el sudor constituido durante años, y por eso entrega un final abierto.

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