Las manos en el fuego y las manos en la masa
Edición Impresa | 5 de Noviembre de 2017 | 02:17

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El acoso ocupa toda la escena. Las víctimas con sus denuncias le acabaron dando al desahogo una misión curativa y ejemplificadora. Es que el acoso es un chantaje disfrazado: parece proponer un amistoso pero en verdad va por los tres puntos. Todo empezó en la saga abusadora del productor Harvey Weinstein (siempre Hollywood se reserva los estrenos). A partir de ahí, una onda expansiva en pleno crecimiento ya se ha llevado puesto a Ari Paluch, Kevin Spacey y a dos ministros británicos. Y le ha producido las primeras abolladuras a Dustin Hoffman, astros de diferente tamaño y cielos, que ahora enfrentan con pocas armas un batallón de cargos que tiene principio deshonroso y final abierto.
En House of cards, Kevin Spacey recrea un presidente brutal que logra lo que quiere sin medir obstáculos ni consecuencias. Una ficción que sin querer encontró una remake pronta y verídica en la Casa Blanca. Weinstein, su productor, mimetizado con el libreto, aconsejaba a las mejores del elenco a repasar letra y música en su dormitorio. El escándalo ha obligado a estos dos acosadores a pedir un perdón de largo alcance. Y los ha llevado a concurrir a esos centros de rehabilitación que, tras seis meses de mea culpa y abstinencias, los sosiegan y los largan a la calle, sin tobilleras ni arrepentimientos.
Dos ministros británicos, acariciadores de rodillas jóvenes, tuvieron que renunciar
Esta semana, lo más resonante fue la performance de ese par de ministros británicos, acariciadores de rodillas jóvenes, que tuvieron que abandonar cargo y compostura para pasar a engrosar la vergonzosa lista de abusadores. Ellos habían aprendido que las mejores cosas se concretan bajo la mesa. Y aprovechaban cualquier circunstancia para tantear zonas de novios y traumatólogos. Buscaban articulaciones frescas con la esperanza de poder seguir polleras arriba, a lo mapuche, deambulando por tierra sagrada. ¿Por qué? Es el poder, como siempre, el que les promete fueros a estos canallas que eligen la rodilla como comienzo de viaje. Y que primero piden favores y después piden indulgencia. Los que han denunciado a Kevin son jóvenes que lo reverenciaban. Las chicas de Harvey también estaban bajo su dominio. Ellos aprovechaban su ventajosa situación para obtener en el mejor de los casos un falso consentimiento que estaba ligado al miedo y no al erotismo. Harvey desapareció de escena y hasta fue echado de su empresa. Y Kevin buscó desligitimar esas denuncias al confesarse bisexual. Pero los homosexuales creen que estrenó fuera de temporada el papel de gay. Y no para poder salir del placard, sino para entrar en el camarín de las coartadas. Hay un renacer denunciador que en estos días ha calado hondo. Lo de Paluch, un conductor mano larga con derecho al roce y al maltrato, aconteció en medio de un tembladeral de indagatorias que han obligado a comparecer a ciertos funcionarios que manoseaban cheques más que señoritas. Muchos empiezan probando con la rodilla de algún vuelto y siguen subiendo ¿Son todos culpables? Nadie pone las mano en el fuego dijeron la señora y De Vido. Es que hay mucha fogata dando vueltas y mucha mano negra. Y no por el hollín. Entre coimas y aprietes transcurre la vida de los abusadores. Los dólares y el sexo provocan un éxtasis parecido. El bolsillo y la bragueta están muy cerquita. Y sus dueños se calman y se afirman cuando los dejan satisfechos. Cada vez se afina más la línea que separa el sano espíritu conquistador con el atropello degradante de los acosadores. Los albañiles de la calle44, que hicieron docencia al auto prohibirse el silbido, ahora se consideran pioneros de esta gesta galante. Si el telón se sigue corriendo, y todo indica que así será, aparecerán muchos más casos. Las mujeres que se han permitido hacer memoria en voz alta le han dado fuerza vengadora al escarmiento. Es justo que los que abusan le teman a la condena social y el calabozo. Habrá exageraciones y suspicacias, como siempre. Pero cualquier mujer bien inspirada sabe distinguir el flirteo con el apriete. Es indudable que estos tipos avanzaban sobre todos los supuestos de galantería y acecho. Y que esta cruzada moralizadora obligará los toquetones a moderar en el futuro abrazos y pretensiones. Las denuncias avanzan. Manos sucias sobran por estos lados, acariciando rodillas o efectivo. Pero ya nadie pone las manos en el fuego. Paluch la puso más abajo y se quemó. Quiso chocar los cinco, y chocó.
(*) Periodista y crítico de cine
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