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Por SERGIO PALACIOS (*)
Después de años de negar o desdeñar los índices inflacionarios, el mes de febrero mostró una vez más la gravedad de ese flagelo al mostrar a los sindicatos docentes reclamando aumentos salariales y reconocimiento de la inflación pasada, presente y futura.
El conflicto aparece como disparador del debate sobre todo el sistema educativo. Pero este aparece banalizado al reducirse a slogans como “más presupuesto es más educación”. Mejores salarios o salarios justos no implican necesariamente mejor calidad de educación. No es difícil observar en materia educativa algunos resultados que se agravan cada año: 1) la caída de su potencial como herramienta de socialización; 2) la degradación de la jerarquía social sufrida por maestros y profesores mediante el mal trato que llega hasta la violencia física; 3) la conversión de “instituciones educativas” en corporaciones que se encierran para tornarse impermeables frente al cambio de la sociedad industrial a la sociedad de conocimiento.
Esos y otros problemas no pueden reducirse a una cuestión presupuestaria centralmente. La pregunta es ¿Más dinero para que este sistema se mantenga así?
La escuela y sistema educativo no ha cambiado en un siglo. Como institución ha gozado de un gran prestigio desde finales del siglo XIX hasta las últimas décadas del siglo XX. Para la naciente sociedad industrial, educar a las masas que serían la fuerza laboral de ese proceso resultaba indispensable. Así lo hicieron EEUU y nuestro país bajo un sistema de instrucción pública masivo cuando a su población se incorporó una gran cantidad de inmigrantes.
La instrucción masiva colocó a nuestro país en las coordenadas correctas para ser una potencia y formar personas plenamente integradas a la comunidad. A muchos de nuestros padres y abuelos con la escuela primaria (a veces incompleta) les bastaba para llevar adelante una vida social y familiar plena. Esa escuela y sistema de instrucción funcionó porque existía además un compromiso social muy fuerte que se completaba con la educación de los padres a los hijos: escuela + familia = socialización. Hoy perdimos totalmente el rumbo como resultado de una larga decadencia y la paulatina conversión de la “educación” en un simulacro de lo que alguna vez fue. La fórmula dominante hoy es: escuela - familia = dessocialización.
Con estos resultados es imperioso debatir cómo modernizar y construir la educación del siglo XXI. El simulacro educativo condena a nuestros hijos a vivir en una mentira al dotarlos de herramientas que sabemos son de una época que ya se fue.
Si hablamos de “educación” debe priorizarte “el conocimiento” y dejar de cantar himnos a la “institución”. Los espacios de conocimiento y el aprendizaje ya no son cerrados y únicamente controlados por “instituciones”.
Ivan Illich, un pensador muy radicalizado que antes de renunciar a los hábitos llegó a ser sacerdote católico a cargo de una parroquia en Nueva York, fue un impulsor de la “desescolarización” en los años 70 porque la institución escolar servía para el control social y no necesariamente para la enseñanza. En su libro “La sociedad desescolarizada”, de 1978, trae un ejemplo profético. Describe cómo en 1956, ante la necesidad de enseñar rápidamente español a varios centenares de maestros, trabajadores sociales y curas de la arquidiócesis de Nueva York para poder comunicarse con los portorriqueños, con un anuncio radial en español se convocó a hispanohablantes nativos que viviesen en Harlem. Se logró reunir cuatro docenas, muchos de ellos desertores escolares. Con ellos el cardenal Spellman logró en seis meses capacitar a su personal y contar en 127 parroquias al menos con tres miembros que podían conversar en español. Ningún programa escolar, decía Illich, podría haber logrado los mismos resultados. Y agregaba que “las oportunidades para el aprendizaje de habilidades pueden multiplicarse enormemente si abrimos el mercado. Esto depende de reunir al maestro correcto con el alumno correcto, cuando éste está altamente motivado dentro de un programa inteligente, sin la restricción del currículum…”. Así, hace 40 años, Illich proponía como modelo educativo, algo que hoy es tendencia a escala planetaria: un sistema educativo abierto en sus espacios. El saber, la experiencia, el compartir conocimiento responde a un espíritu, no al monopolio de una institución que relaciona la titulación cono única acreditación del conocimiento.
Hoy, como espacio educativo, el ciberespacio brinda oportunidades de colaboración y pone a disposición de todos, sin límites geográficos, libros, cursos, conferencias, manuales, instructivos, redes para intercambio de información y experiencias. Esas son algunas de las herramientas colaborativas que deben sustituir al modelo vertical y autoritario de la vieja institución educativa. Jeremy Rifkin, en su libro “La sociedad de coste marginal cero”, explica que “en la nueva Edad Colaborativa, los estudiantes verán el conocimiento como una experiencia compartida en el seno de una comunidad de iguales … El cambio de un estilo de enseñanza autoritario a un entorno de aprendizaje lateral u horizontal prepara mejor a los estudiantes de hoy para trabajar, vivir y prosperar en la economía colaborativa del mañana. La nueva pedagogía colaborativa ya se aplica en centros de enseñanza y comunidades de todo el mundo. El objetivo de sus modelos educativos es liberar a los alumnos del espacio privado y cerrado de las aulas tradicionales para que puedan aprender en múltiples ámbitos abiertos: el ciberespacio, la plaza pública, la biósfera…”.
Si nos importa la educación, abramos nuestra mente para un debate audaz, sin caer en la trampa mezquina de aquellos que la utilizan como consigna con otros propósitos, y sin olvidarnos que los docentes, como trabajadores, merecen un reconocimiento salarial acorde con las altas responsabilidades que les hemos entregado.
(*) Profesor de Economía Política UNLP
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