Nuevos paradigmas de las familias ensambladas
Edición Impresa | 29 de Abril de 2017 | 02:41

Por Ana Laura Esperança
Uno pensaría en un rompecabezas humano. La “familia ensamblada” es la convivencia bajo un mismo techo de una pareja, pero también de los hijos de uniones anteriores de uno o ambos y, en muchos casos, de sus hijos en común.
Al igual que otros escenarios familiares atípicos, la familia ensamblada se calibró legalmente tras la Reforma del Código civil, vigente desde 2016, con nuevas denominaciones, derechos y obligaciones. Sin embargo, es un espacio vincular heterogéneo que pide balance, y, sobre todo, paciencia. “La palabra ensamblar aparece en el siglo XVI, del verbo francés ensemble, y su adverbio significa ‘uno con otro, conjuntamente’”, resume la Licenciada Mirta Petrollini, docente y supervisora de la Institución Fernando Ulloa. Y plantea algunos interrogantes: ¿cómo sobrellevar los cambios de las distintas casas?, ¿éstos afectan a los niños?, ¿cómo inciden las diferencias de criterio en educación o en el aspecto económico?, ¿tendrán más dificultades que los niños que viven en familias tradicionales?
Sofía Denis (40) es secretaria privada. Cuando conoció a Alejandro, su actual pareja, era correctora en una revista donde él era fotógrafo. Ella tenía a Justo, hoy de 15; él a Jerónimo, hoy de 16. Cuando se vieron la primera vez sólo cruzaron miradas. No pasó demasiado para que volvieran a encontrarse: Sofía cantaba coros en un recital; él disparaba su cámara para registrar el show. Con la excusa de las fotos, la música, la vida, comenzaron a conocerse. Hoy conviven de forma alternada con sus respectivos hijos, y con Martina, la nena de siete años que tuvieron juntos.
“Nuestra vida familiar es muy dinámica”, dice Sofía.
Cuando eran chicos, Justo y Jerónimo tenían días estipulados con sus otras familias. De grandes, se organizan entre ellos para coincidir; aunque Justo pasa más tiempo en la casa porque va a una escuela en Villa Elisa, barrio donde viven. Los conflictos, cuenta esta madre, son los típicos de una familia común con el condimento de que deben lidiar con hijos propios y ajenos. “Lo bueno es que podemos ser más objetivos cuando opinamos y aconsejamos al otro con su propio hijo”, asegura.
La familia ensamblada de Gustavo (47), administrativo en un hospital, se compone así: Mateo (14), hijo de su primer matrimonio, Lucio (12), hijo de Mariel, su actual mujer (39), y Máximo, el flamante hijito en común. Cuando todavía estaban con sus anteriores parejas, Gustavo y Mariel coincidieron en un curso y quedaron en contacto. Tiempo después, ya separados, volvieron a encontrarse y se hicieron amigos, de esos que hablan sin reservas, hasta que sintieron que había más que una amistad.
“Al principio ninguno quería saber nada con una pareja estable. Pero decidimos probar y de a poquito surgió el amor”, cuenta él. Mateo se mudó con ellos después del nacimiento del bebé; Candela, la otra hija de Gustavo (15), vive con la madre. Al bebé lo adoran todos: Mateo le cambia los pañales y lo baña.
Si bien la relación de Gustavo con su ex no es buena, la de Mariel con el papá de Lucio, un nene especial, sí los es, y se organizan perfectamente para cubrir todas sus necesidades. “Lucio evolucionó muy bien desde que estamos todos juntos”, dice Gustavo, “aprende mucho de Mateo, con quien se adoran y pelean como hermanos”.
La historia de Luis Alonso (48), empleado de comercio y de Villa Elisa, y Marita (48), maestra jardinera, comenzó hace mucho cuando, gracias a una amiga en común, se conocieron en una reunión y empezaron a salir. Luis ya tenía a Agustín, que hoy tiene 22; Marita a Ezequiel y a Maitén, hoy de 27 y 26. Hace dieciséis años tuvieron juntos a Franco.
“Al saber del hermanito, sus hermanos lo aceptaron enseguida”, dice Luis, complacido de la excelente relación fraternal. “Imagináte: cuando era chiquito para ellos era como un juguete. Lo aman”, cuenta. Por el tono vital que transmite su voz pareciera que ese hijo en común, además de brindar mucha felicidad, reforzó la unión familiar.
Modelo para armar
Que la familia nuclear está desapareciendo en favor de otras realidades familiares -unipersonal, monoparental, ensamblada- es una verdad global. Aunque siga prevaleciendo el matrimonio tradicional, es sólo una opción y mantener la pareja de primeras nupcias parece excepcional. Un estudio de Havas Media reveló la tendencia:
En Japón un tercio de la población adulta vive sola. Los matrimonios con hijos representaban en 2005 el 21 % de los hogares, contra el 43 % de 1980. En Francia, viven solas un 33 % de personas frente a un 27 % de hogares compuestos por matrimonio e hijos.
El número de concubinatos aumentó en Estados Unidos más de mil por ciento desde 1960, y un 40 % de los niños que nacen, son hijos de madres solteras. El caso de Alemania muestra que un 40 % de los hogares son unipersonales, y que la edad media al primer matrimonio aumentó de 23 para mujeres y 26 para hombres en 1980, a 30 y 33, respectivamente, en 2010.
Para Federico Lamaison, director de Havas Worldwide, basta mirar alrededor para ver que en Argentina la tendencia es la misma; “las concepciones de familia mutaron mucho desde los Baby Boomers a la Generación X y la Millennial”, dice.
En el 2010 la ciudad de Buenos Aires arrojaba un total de 35.000 familias ensambladas. Cabe suponer que a 2017 la cifra ascendió. Así y todo, que menos personas vivan en hogares tradicionales no disminuye su encanto: según la encuesta de Havas Media, 6 de cada diez personas, a nivel mundial, aseguran que quienes permanecen solteros se pierden una importante parte de la vida; y un 51 % de los encuestados cree que los chicos criados por padres biológicos tienen ventaja sobre los que no.
El aumento de separaciones y divorcios con hijos de por medio hace que el amor pensado como unión de dos implique a otros actores. Como suele decirse: “viene con paquetito”.
El “ensamble entre familias”, entonces, une dos tribus con historias y universos simbólicos diferentes, con códigos y visiones del mundo diferentes
“Los cambios en sí no son negativos”, sostiene la licenciada Petrollini, “depende cómo cada adulto pueda tolerar las diferencias, la construcción de nuevas pautas y su flexibilización; porque si bien hay más personas involucradas, éstas no necesariamente son fuente de conflicto
La “familia ensamblada” es la convivencia bajo un mismo techo de una pareja, pero también de los hijos de uniones anteriores de uno o ambos y, en muchos casos, de sus hijos en común
Dicho esto, es lógico suponer que en los ensambles familiares haya tensiones y resistencias, dado que la tendencia humana es rechazar al distinto, y en una primera instancia esa “otra tribu” representa una diferencia radical a la nuestra.
El “ensamble entre familias”, entonces, une dos tribus con historias y universos simbólicos diferentes, con códigos y visiones del mundo diferentes. Para que se produzca una articulación más o menos armoniosa, hay que aprender a negociar y sacrificar orgullos.
Tactica y estrategia del ensamble
“Renegamos como nunca, al punto de poner en peligro la pareja”, dice Gustavo, “cuando Mateo se llevó ocho materias y en diciembre no rindió nada: fue una crisis”. Él y Mariel pelearon a diario al borde del colapso matrimonial. Sin embargo, fue Mariel quien ayudó al chico a aprobar matemática y estuvo con su esposo para que se sentara a estudiar. “Finalmente rindió bien cinco y pasó con tres previas”, dice el padre ahora en paz, después de la tormenta.
Para Sofía, el secreto es armarse de paciencia y estar unidos para enfrentar la adversidad. “De por sí es difícil compartir criterios en una pareja; más difícil cuando hay que ponerse de acuerdo con el otro progenitor”, dice. “Los primeros años para nosotros fueron los más complicados, con el paso del tiempo todo se fue acomodando y hoy disfrutamos de ver a Justo y Jerónimo contar uno con otro como hermanos”.
El caso de Gustavo con Mateo es más delicado porque el nene, que está en la pre adolescencia, tuvo un conflicto con su mamá, -razón por la cual se mudó con él- y su psicóloga diagnosticó falta de imagen materna. Esto, sumado al asunto de las materias, perfiló un veranito dramático. Pero las desavenencias, si bien manifestaron conflictos que tensaban la atmósfera de la casa, fueron una oportunidad para ajustar tuercas y fortalecer “el ensamble”.
“Los cambios en sí no son negativos”, sostiene la Licenciada Petrollini, “depende cómo cada adulto pueda tolerar las diferencias, la construcción de nuevas pautas y su flexibilización; porque si bien hay más personas involucradas, éstas no necesariamente son fuente de conflicto: lo importante es cómo el adulto tramitó la separación, y la aceptación de la nueva relación, incluyendo un tiempo donde se les afirma a los hijos que la separación se refiere a los adultos, no a ellos”, concluye.
Para Luis, el empleado de comercio, sería ilógico que no hubiesen existido temores y traspiés en los cimientos de la relación. “La aceptación de mi hijo hacia Marita, y la de los hijos de ella hacia mí, al principio fue difícil, obvio”, sostiene. Destrabaron las dificultades a base de voluntad y diálogo. Gracias a eso, las cosas funcionaron y siguen funcionando. “Con el tiempo todo mejoró mucho”, afirma Luis. Y comparte ésta anécdota: una vez, hace unos años, la familia entera, que todavía no tenía auto, viajaba en tren a Quilmes. Por fuera lucían como una familia típica, numerosa; nada hacía pensar otra cosa. Pero pasó algo gracioso, elocuente. Una mujer sentada en la butaca de enfrente, del lado de la ventanilla, empezó a charlar con ellos: qué linda familia, ¿a dónde van?, cuántos chicos. Su serie de comentarios desembocó en uno peculiar: se le ocurrió destacar “el parecido físico” de Agustín, hijo del primer matrimonio de Luis, con Marita: “¡cómo te parecés a tu mamá!”, soltó satisfecha con el cumplido. A lo que Marita, entre risas, respondió: “Puede ser, pero no está acá, porque no soy yo la mamá”. Para Luis, que atesora esa historia como una de las fotos de su álbum familiar, el momento sigue siendo vívido y hermoso. Y quizá un signo de cuánto pueden estrecharse los lazos, aunque no sean de sangre.
Otra oportunidad
El éxito al formar una nueva familia depende mucho de que sus integrantes hayan hecho una buena separación, madura y adulta, de sus vínculos anteriores. Después de una separación, parece impensable la idea de reconstruir la vida amorosa; así y todo, el deseo le gana a la duda y, más allá del miedo a reincidir que provoca una nueva unión, las promesas de amor no pasan de moda.
“Los temores están siempre: miedo a involucrar a tu hijo en una relación sin garantías de que sea duradera, por más que en ese momento una crea que es para siempre; a que se encariñe con esa persona y luego sufra la ruptura”, confiesa Sofía, aunque lo vivió con naturalidad porque desde el principio vio que ella y Alejandro querían cosas parecidas para sus vidas. “Yo tenía ganas de estar con una persona en la misma sintonía y por eso los temores se esfumaron con el correr del tiempo”.
Para Gustavo las cosas se dieron de otro modo. Tanto él como Mariel se cansaron de cruzarse con personas equivocadas. “Sufrí con mis parejas; Mariel, por el contrario, decía que ‘no se fumaba bobos’, así que era de relaciones cortas”, comenta. Lo cierto es que las cosas se fueron dando y decidieron tener un hijo. “Para mí, como padre abuelo, lo digo por mi edad, es una experiencia hermosa este bebé. Mi último hijito. Cuando mis hijos grandes eran bebés yo tenía dos trabajos, andaba a las corridas, tenía la carrera. Siento que ahora lo disfruto muchísimo”.
Sofía cuenta que su hija más chica vive con naturalidad el ensamble familiar: “nació y la familia ya estaba así constituida, quizá lo que más sufre es cuando uno de sus hermanos no está, porque lo extraña”. La niña tiene una relación de amor y conflicto a la vez con los hermanos; por una parte, se llevan muchos años; por otra, son varones. “Ella sueña con haber tenido una hermana mujer”, concluye Sofía.
Luis hace un análisis retrospectivo y asegura que en la familia jamás hubo problemas de fondo respecto a la crianza; el hecho de tratarse de un ensamble familiar no propició grandes conflictos: “Los padres externos y nosotros, más allá de ciertos límites y reglas de cada uno, siempre compartimos valores y criterios”, dice.
La Licenciada Petrollini explica que “en el desarrollo de la personalidad de un niño las palabras de sus padres y los seres que los rodean son importantes, producen una marca. Al igual que producen marca el colegio al que asisten, el club, etc”. Y advierte que en la construcción de estos vínculos hay celos, ternura, hostilidad, amor. “Es de estas relaciones que surgen los ideales y las prohibiciones que brindan la identidad de un niño que más tarde encontrará su propio rasgo”, dice.
Petrollini da cuatro consejos fundamentales para los papás: 1) Respetar el tiempo de adaptación de cada niño en la construcción de los vínculos, 2) respetar las pautas de convivencia consensuadas en la nueva pareja y, si es posible, con la anterior, 3) equilibrar tiempo familiar e individual, especialmente tiempo para procesar los cambios, e 4) intentar mantener las diferencias económicas en el nivel de los adultos. “De este modo se van construyendo las bases para que un niño pueda crecer y aceptar diferencias”, explica.
“Fue Donald Winnicott (1896-1971), pediatra y psicoanalista inglés, quien dijo: El lugar en que vivimos: en mi propio hogar, que es mi castillo me hallo en el séptimo cielo.” Cuánta razón tenía.
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