Alberto Marino
Edición Impresa | 5 de Noviembre de 2018 | 01:47

Una longeva vida dedicada a transmitir saber y prodigar solidaridad fue la que supo transitar Alberto Marino. Su fallecimiento, a los 95 años, provoca pesar entre quienes valoraron su fecunda trayectoria docente y su incansable labor en el marco del CAS Voluntades, para crear y llevar ayuda a escuelas de frontera.
Hijo de Beatriz y Antonio, una pareja de inmigrantes italianos dedicados a la agricultura que se afincó en San Andrés de Giles en el período de entreguerras, Alberto nació el primer día de marzo de 1923. Fue uno de los mayores entre trece hermanos.
Después de completar su instrucción primaria en su pueblo natal, llegó a La Plata guiado por una honda religiosidad y la avidez por el conocimiento que siempre lo caracterizó, para ingresar en el Seminario Mayor situado en 24 y 66, frente a la plaza Castelli.
Allí, junto a varios compañeros que tiempo después se destacaron en su labor pastoral, completó el secundario, como paso previo al ingreso en la carrera de Letras de la UNLP.
A mediados de los años ‘50, ya graduado y tras iniciar con Mariana Isabel Núñez -profesora de geografía e historia- un matrimonio que superaría con holgura el medio siglo, se radicó en General Villegas. Allí, en el oeste bonaerense, consolidó el Colegio Nacional en la doble función de profesor y rector; y allí nacieron sus dos hijos, Alberto y Claudia -hoy radicada en Italia con su hija, Eliana-.
En los tempranos años ‘70, tras solicitar su traslado a Carmen de Areco, pasó a dirigir el Anexo Comercial de esa ciudad, hasta su jubilación, diez años después. Entonces regresó a La Plata, junto a Mariana, para reunirse con sus hijos que se hallaban en su etapa universitaria.
Una casa en Tolosa, en 9 y 531, fue el escenario de su vida desde entonces. Tras desvincularse del Club de Leones, del que fue activo integrante durante su estada en Areco, contribuyó a fundar el Club Argentino de Servicio “Voluntades”, por medio del que canalizó aportes para construir y equipar decenas de escuelas en parajes remotos del país. También participó en la creación del Instituto Superior de Formación Docente “Guido de Andreis”, de 46 entre 7 y 8.
Hospitalario, eximio jugador de paleta, experto en latín, apasionadamente “tripero”, tolerante, carismático, siempre mantuvo encendido su ímpetu por hacer y educar.
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