El vandalismo contra los frentes no parece encontrar límites

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Pasan los años y, sin embargo, el problema de los grafitis y pintadas que arruinan los frentes de las viviendas y comercios platenses no sólo permanece irresuelto, sino que se agrava cada vez más. Ni siquiera el hecho de que la Ciudad ha vuelto a buscar reconocimientos internacionales por la calidad de su diseño -algo que la obligaría a embellecer sus cualidades arquitectónicas- ha logrado que el poder público, salvo algunos intentos aislados, se preocupe por fiscalizar y sancionar tantos actos que arrasan con el patrimonio urbano en todos los barrios.

Un informe publicado ayer en EL DIA no pudo ser más elocuente al reflejar el avance irrefrenable del vandalismo. Ya sea una pretendida expresión de rebeldía o autoafirmación; o ya se trate de una competencia desorbitada entre tribus urbanas, la ola de pegatinas y leyendas se ha convertido en una pesadilla para frentistas y comerciantes.

Según se indicó, los llamados “tags” o firmas y la intrincada estética de los diseños contemporáneos pueden no revelar nada ante ojos no entrenados, pero suelen ser distintivos de un autor en particular -otros buscan su estilo partiendo de la imitación-; en cualquiera de los casos, cada vez son más los vecinos que se topan con las fachadas de sus casas llenas de garabatos.

El informe puso de relieve que, además de las multas, siempre vigentes y nunca efectivas, en la última década se esbozaron otras estrategias para enfrentar, desde diferentes ángulos, el problema de las pintadas. Una de ellas fue el enjalbegado de monumentos con productos especiales “antigraffiti”. Otra, el lanzamiento de programas y operativos de remoción, lavado y limpieza de este tipo de intervenciones indeseadas, con posterior aplicación de una película protectora para evitar ulteriores ataques.

Estas sustancias, que permiten preservar algunas superficies tienen su talón de Aquiles, y son precisamente las metálicas -como las persianas de comercios- y las texturadas. Allí gana el vandalismo, dado que en muchos casos, las tintas y pinturas utilizadas tienen un componente corrosivo, por lo que penetran en los materiales sobre los que se imprimen y hacen más difícil su remoción.

Según se informó, en el municipio se apuesta a la entrada en vigencia de un nuevo “código de convivencia”, actualmente en debate, como espaldarazo para políticas de control y sanción de este tipo de contravenciones y delitos. En la Comuna calculan que cada año el vandalismo genera pérdidas equivalentes al costo de más de 800 cámaras de seguridad.

Al margen de la prevención y del accionar policial que debiera desplegarse para tutelar a estos bienes, surge también con claridad que debieran profundizarse las campañas educativas tendientes a frenar estos desbordes. Sin un mayor nivel de educación cívica en la población será imposible aguardar mejoras.

En el caso de los paseos y lugares públicos, resulta evidente que debe redoblarse la custodia de esos lugares y no sólo prohibir la alternativa de afectar a ese patrimonio común, sino, en su caso, sancionar con el máximo rigor legal previsto a los transgresores. En cuanto a los frentes particulares, debieran aplicarse las sanciones del caso a los infractores y hacerlas públicas, a modo de disuasión.

Debiera ponerse en claro que, cuando se atenta contra el mobiliario, las plazas y paseos públicos no se causa sólo un daño al erario ni se agravia solamente a criterios estéticos, sino que se afecta a la funcionalidad de un espacio de índole común, que por ningún motivo puede verse disminuido o retaceado sistemáticamente a la población.

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