Reynaldo José Arturi

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Con el fallecimiento de Reynaldo José Arturi, la Ciudad perdió a un reconocido pediatra que atendió a varias generaciones de platenses y que se destacó tanto por su solvencia profesional como por su trato cercano.

Había nacido el 1° de marzo 1935, en La Plata. Fue el hijo mayor de José Arturi y Teresa Médica y creció junto a su hermana Raquel.

Después de completar sus estudios secundarios en el Colegio Nacional, ingresó a la facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata de la que se graduó como médico.

Luego de cumplir su concurrencia en el Hospital Noel Sbarra, se especializó en pediatría. Más tarde, ingresó al Hospital Ricardo Gutiérrez donde desarrolló una extensa carrera en la que llegó a ser jefe de sala de Lactantes. Se retiró de esa institución en 1992.

También atendió en su consultorio particular hasta el año 2002 y ejerció cargos públicos en el Ministerio de Salud de la Provincia y en la Municipalidad de La Plata.

Además participó de la Sociedad Argentina de Pediatría y ocupó cargos directivos en la Agremiación Médica Platense.

En otro orden, fue docente de pregrado de la cátedra de Pediatría e instructor de residentes en medicina general en el Hospital Gutiérrez.

El doctor Arturi sintió verdadera pasión por los niños y se entregó por completo a su trabajo con una constante búsqueda de la excelencia para el tratamiento de sus pacientes. Entre otras cosas, se destacó su trato cercano, contenedor y que fue un médico dispuesto a escuchar y a aconsejar.

Consolidó su proyecto familiar junto a Sofía Spiltalnik, a quien conoció cuando ambos eran estudiantes de Medicina y con ella alcanzó las bodas de Diamante. Con los años llegaron sus hijos: Analía –que continuó sus pasos profesionales-, Viviana y Fernando. También asistió al nacimiento de sus siete nietos, Agustina, Nicolás, Micaela, Amalia, Eugenia, Pablo y Fermín. Tres de ellos también son médicos.

En el tiempo libre disfrutaba de las reuniones familiares, en particular de los asados del domingo. También le gustaba viajar a su casa de San Bernardo, recorrer diferentes puntos turísticos del país, leer, escuchar ópera y seguir a Estudiantes.

Muchos lo recordarán como ese médico de cabecera que asistía prontamente cuando una familia lo llamaba, el de sonrisa franca y palabra tranquilizadora; un gran profesional, pero por sobre todas las cosas, un hombre de bien.

 

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