Ocurrió en La Plata

La baldosa blanca de Plaza Italia, el cara con granos y la tenebrosa banda del Rengo

Un crimen que conmovió a la Ciudad, una marca en la calle que el tiempo ha borroneado y una historia de hampones juveniles y no tanto

La baldosa blanca de Plaza Italia, el cara con granos y la tenebrosa banda del Rengo

El sangriento asalto y la baldosa que recuerda a su víctima / César Santoro

Hipólito Sanzone

“Dame eso, nene, dejate de joder”.

Lo vio “tan nene” que fue lo primero que se le ocurrió decirle. No pensó que enfrente había un tipo capaz de matarlo como lo mató. Por eso le dijo “dame eso, nene, dejate de joder” y amagó a quitarle ese revólver que hasta le había parecido de juguete.

La bala le quedó alojada en medio del pecho pero Angel “Angelito” Giugno pareció no sentir el impacto y salió a la calle detrás del ladrón. Apenas unos pasos pudo dar sobre la vereda cuando se sentó en el cordón y se tomó el pecho. Ahí recién percibió que por esos raros sortilegios de la ley de gravedad, le chorreaba sangre por los codos.

A las cuatro y media de la tarde del 9 de septiembre de 1999 Angel Giugno moría a los 39 años atravesado por el balazo de un ladrón callejero, un pibe que haría coincidir a algunos testigos en que llamaba la atención por la cantidad de granos que tenía en la cara.

Giugno era ingeniero, trabajaba en una de las por entonces famosas AFJP y era padre de tres hijos: uno de 7 años y mellizos de 3.

Esa tarde pasó por el locutorio de un amigo en la zona de Plaza Italia y aprovechó para llamar a una hermana que acababa de llegar a la ciudad. Cuando había cumplido con esos dos cometidos y se estaba despidiendo, entró el ladrón con un cómplice de su misma edad.

La historia oficial habló de “resistencia” pero más tarde se supo que Giugno no intentó luchar con el delincuente, pese a que le manoteó el arma.

Lo vio tan nene, con esa cara llena de acné, que acaso tuvo el impulso de “salvarlo”, quitándole el arma y obligándolo a irse.

Conmoción

El crimen de Giugno conmocionó a la ciudad que empezaba a despedirse del milenio, asomarse al nuevo y poco a poco entraba en la zona de turbulencias de una economía que quedaría en la historia por ser el tiempo en que se decía que un peso valía lo mismo que un dólar.

Frente al local donde funcionó el negocio donde mataron a Giugno, en el mismo lugar donde exhausto se echó para atrás, apoyó la espalda y murió, su familia colocó una baldosa blanca que lo recuerda. El tiempo ha borroneado lo que dice, pero en esencia lo que marca es que en ese lugar se desvanecieron los sueños de un hombre bueno y con ellos los de las personas que lo amaban.

La policía y la Justicia nunca dijeron mucho más sobre ese crimen. En los primeros tramos de la investigación se amagó durante semanas con la detención de dos sujetos, entre ellos el de la cara llena de acné. Se decía que tenía menos de 20 años y que ya había estado en Olmos, del lado de adentro.

Tiempo después se sabría que el tirador era hermano de otro peligrosísimo delincuente que cargaba en su currículum lo peor de lo peor: era ladrón pero cuando la oportunidad se presentaba, también era violador.

Le decían el Rengo Zafe o el Gringo Zafe y lideraba una banda que llegó a ser conocida como La Banda del Ceceoso, por una particularidad que tenía su jefe. El tipo presentaba lo que los especialistas definen como sigmatismo interdental , un tipo de dislalia que le impedía pronunciar correctamente las eses.

PARQUE SAAVEDRA

Mucho antes del crimen de “Angelito” Giugno, el Rengo Zafe era una obsesión para la policía de La Plata y buena parte del conurbano. Lideraba un grupo que sorprendía por su violencia en aquellos años en que todavía había quienes aseguraban que existían “códigos” para delinquir. Acaso su hermano menor, el asesino de Plaza Italia, tuvo de quién aprender.

Marcelo Carrueda y otro sujeto al que le decían Chispita y un tercer “pájaro” conocido por su parentesco con un comerciante local del rubro gomería, eran la base de la manada del Rengo Pedro Saúl Zafe. Por entonces, el pibe de los granos apenas podía oír de refilón las andanzas de su hermano mayor.

Los atracos de la banda del Rengo Zafe alcanzaron el intolerable punto de la violación. Una noche “levantaron” a una pareja que se besaba en una calle penumbrosa, cerca del Parque Saavedra. En tiempos en que el barrio Puente de Fierro era todavía un descampado con una vivienda cada 200 metros, la banda tenía ahí una de sus madrigueras. Lo que siguió a la pareja asaltada fue de manual. A él lo tiraron del auto a las tres cuadras de haber arrancado y a ella la violaron dos de los cuatro que iban en el auto.

Con una entereza para sacarse el sombrero, la chica dio todos los datos que pudo sobre sus atacantes. Y los detectives de la entonces Brigada de Investigaciones de La Plata tomaron nota: “Había uno que tenía los ojos tan grandes y tan redondos que parecía que tenía puesta una careta de carnaval”, dijo. Y sobre su segundo abusador dio otro dato que resultaría clave: “Hablaba todo con la zeta, era ceceoso”.

ESCAPE DE LA CHANCHERA

A la zona de 57 y 158 le decían La Chanchera, por la cantidad de vecinos que se ganaban el mango criando cerdos. Un dato justo permitió ir a buscar al ceceoso pero tal parece que otro dato le permitió estar preparado y escapar. Esa noche, un adolescente con la cara llena de granos, miraba entre el asombro y la admiración cómo su hermano burlaba a la policía.

“Se amagó con la detención de dos sujetos, entre ellos el de la cara llena de acné”

Perdida la oportunidad de darle alcance al ceceoso, los detectives debieron resignarse a que pasaría tiempo hasta una nueva oportunidad porque el tipo, habiédoselas visto tan peludas con la policía encima, era seguro que iba a guardarse por una larga temporada.

Paradoja del destino o cuestiones geográficas de los infiernos chicos, lo cierto es que el caso empezó a ver la luz a pocos metros de donde años después una bala se llevaría puesta la vida de Angelito.

Frente a Plaza Italia funcionaba un salón de pool y billares que, abierto las 24 horas, recibía toda clase de clientela.

“Iban los chorros, los buches y nosotros”, bromea, a 20 años de aquello uno de los detectives que participó de esas jornadas.

“El Ojón vino a pedirme un fierro prestado porque el que lleva lo tiene que devolver, sí o sí”, dijo el informante en clara alusión al de los ojos grandes que había descripto la piba violada. Y enseguida se puso a negociar.

“Un Fiat 600, así como el suyo, azulcito, y se lo entrego”, pidió.

PEOR, IMPOSIBLE

A las tres y media de la tarde de dos días después, el Ojón esperaba sentado en un tramo del larguísimo pilar perimetral del edificio de Vialidad, cuando no estaban ahí ni las rejas perimetrales ni las fiscalías. Esperaba al buchón que soñaba con canjearlo por un Fiat 600. A la voz de alto cruzó la 7, corrió por calle 56 hacia el Bosque y dobló por diagonal 78. Corrió hasta que creyó encontrar un lugar seguro detrás de unos árboles de enormes cinturas. Pero se paró a metros de la entonces residencia del jefe de la Policía bonaerense. Peor, imposible.

El tiroteo duró menos de un minuto y el de los ojos grandes que había descripto la chica violada, tiró el fierro, abrió los brazos y se entregó.

Sus datos posteriores no sirvieron de mucho. Los aguantaderos donde dijo que estaban el Rengo y Chispita, mostrarían señales de que hacía rato que ahí no había estado nadie más que algunas ratas y algún que otro perro confundido. Pero en medio del descampado al que fueron a buscarlos apareció una vecina con un dato que llamó la atención. La mujer dijo que una semana antes habían levantado una casilla. Que eran tres hombres en un auto con un carrito detrás y que ahí pusieron las maderas y las partes de la casilla y se fueron. Como si fueran caracoles, con la casa al hombro.

Horas después un comerciante de 44 entre 29 y 30 haría una rara denuncia. El hombre dijo que estaba en la puerta de su casa cuando lo asaltaron dos tipos que lo obligaron a entrar y le llevaron dinero y otros valores. Y que habían huido en un auto con un carrito atrás, lleno de maderas, como si fuese una casilla desarmada.

Tantas veces se ha dicho que la realidad supera a la ficción que pareciera innecesario repetirlo. Pero tal parece que no es así. Los ladrones creían que llevar la casa a cuestas y armarla en descampados era la formas más barata y segura de “aguantarse”.

El aviso radial desde La Plata cayó en jurisdicción de la comisaría segunda de Cañuelas, donde una patrulla interceptó un auto con un carrito atrás. El Rengo Zafe contestó con una escopeta recortada y cayó antes de apretar el gatillo por segunda vez. El Chispita se entregó a grito pelado pidiendo que no lo mataran y el tercero hizo lo mismo.

El destino quiso que los caminos de la banda del Rengo y el crimen de Angelito, que indignó a la ciudad, casi se cruzaran de alguna forma en una herencia de sangre.

La baldosa blanca sigue ahí, donde la diagonal 74 pega la curva hacia la calle 45, de la mano a Plaza Moreno. Las letras están casi borradas pero se advierte que la leyenda habla de los sueños rotos y del recuerdo imborrable que dejó ese hombre. Cuentan que su familia dejó hace mucho tiempo la ciudad y se radicó en el sur y que por eso nadie se ha ocupado de mantener la baldosa blanca. Como sea, la marca sigue ahí.

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