OCURRIÓ EN LA PLATA

Secretos, mentiras y verdades del mítico Rancho de Goma

Estaba en 122 y 59, territorio de Berisso, pero era tan platense como la esquina de 7 y 50. Usina de anécdotas y aventuras reales y no tanto, pero que siguen grabadas en el alma de varias generaciones

Por HIPÓLITO SANZONE

hsanzone@eldia.com

“Así te quería agarrar”.

El gran debate no tuvo mucho que ver con el escándalo de esa noche ni con los daños al mobiliario del local. Algunas sillas descuajeringadas y vasos y botellas de bebidas varias perdidas en el estruendo de vidrios rotos, cuando los primeros noqueados cayeron sobre los tablones y vencieron la resistencia de los caballetes. La discusión que giró durante meses fue en torno a cómo pudo ocurrir que una mujer tan flaquita, tan menudita, de bracitos como cañas, tan paliducha que en la frente y en el cuello se le veía el azulado de las venas, pudo haberle dado semejante mamporro a aquel hombre y hacerle volar la parte superior de la dentadura postiza.

Hubo quienes para alimentar la polémica dijeron que antes del tortazo la habían visto tomar un puñado de cantos rodados para fortalecerse la mano y otros dijeron que tenía una especie de manopla. Un colorado de El Mondongo, que como buen levantador de quiniela se sabía vida y obra de medio mundo, aseguró que en el asunto no había ningún misterio y que él conocía a esa mujer, que era la hija de un panadero del El Churrasco, acostumbrada de chiquita a ayudar al padre con las bolsas de harina. Y que esos bracitos eran puro músculo, pura fibra. Y que a él no le extrañaba que hubiese podido pegar semejante piñón.

Aseguran que es a don Chito Pereira a quien se le debe la “marca” Rancho de Goma

 

Como sea, la piña de la mujer flaquita quedaría en la bitácora, entre las leyendas de las mil y una noches de ese lugar en el que generaciones de platenses soñaron despiertos al compás de tangos incunables y cumbias que no ordenaban ponerse arriba las manos ni le cantaban a chorros, ni a choreos, sino a amores floridos, alcanzados, imposibles y también de los que algunos se empeñan en llamar prohibidos, como si de verdad fuese posible prohibir el amor en cualquiera de las caprichosas formas en que se suele presentarse.

DE FOMENTO EDILICIO, CULTURAL Y DEPORTIVO

El Centro de Fomento Edilicio, Cultural y Deportivo 12 de Septiembre, según su acta constitutiva de ese día de 1937, quedó para siempre en la historia platense de la que se habla en las sobremesas de varias generaciones. En las que abundan los que conocieron bien ese paño y los que hablan de oídas con el mismo entusiasmo que los primeros. Será porque las anécdotas, ciertas o infladas, sobre las noches de Rancho de Goma han formado parte de inolvidables charlas de padres a hijos y de abuelos a nietos. Si hasta en este tiempo, prisionero en unas redes que se dicen sociales, todavía hay pibes que cuando entran a un boliche que explota de gente se permiten un “como diría mi viejo o mi abuelo, esto parece Rancho de Goma”.

Chito Pereira

A esa impronta de “boliche explotado de gente” hoy le dicen “factor ocupacional” y es más fácil burlarse de aquel Rancho de Goma que aceptar que a 40 años de su último bailongo, los “ranchos de goma” siguen existiendo, acaso bajo glamorosos disfraces y nombres pretendidamente originales pero sin un mínimo registro de aquella magia de un tiempo irrepetible.

El Rancho de Goma ha sido una presencia tan fuerte en la identidad de una ciudad que alguna vez fue una sola y dividieron en tres, que llama la atención que ni en La Plata ni en Berisso ni en Ensenada se les haya ocurrido darle la cucarda de Patrimonio Cultural. Capaz que se necesitó coraje para hacerlo.

Durante décadas, desde el incendio final de 1981 y que forma parte de un misterio aún no resuelto, Rancho de Goma fue sinónimo de alegría, de franca descarga emocional de hombres y mujeres de 18 a 90 años, laburantes, luchadores de la vida que cruzaban la 122 desde Ensenada, la 60 desde Berisso y el Bosque desde La Plata para soñar despiertos esos sueños en que, a diferencia de lo que a muchos les pasaba en la vida, ahí sí les tocaba bailar con la más linda.

LOS DUEÑOS DE LA MARCA

Pero más allá de esa impronta arrabalera que se le ha dado, más de un testigo da cuenta de que en Rancho de Goma “había de todo” y que no pocos muchachos “bien” terminaban en 122 y 59 la noche que habían empezado en el Centro, en cualquiera de los boliches de moda o hasta en el mismísimo Jockey Club. Acaso iban a probar si les mejoraba la suerte.

La historia oficial dice que en los 70, Rancho de Goma fue una inesperada creación de dos conocidos músicos platenses y, sobre todo, grandes conocedores de la noche: el eximio bandoneonista José Bellone y su hermano Coco, que iba por el rubro de la cumbia con el nombre artístico de Coco Mer.

Pero es a don Alberto “Chito” Pereira, fallecido no hace mucho a los 82 años, a quien se le debe el nombre de Rancho de Goma. Una verdad revelada que cuenta su propio hijo.

“Mi papá era muy hábil contando las entradas y el dinero y una noche, creo que en unos carnavales, cuando hizo la cuenta vio que se habían vendido 3.500 entradas. Era imposible porque el lugar no daba ni para 1.000. El secreto estaba en que la gente entraba, se quedaba un rato y se iba afuera, al terreno lindero, a la puerta, a la parte de atrás. Entonces esa noche mi viejo le dijo a los Bellone: ‘este rancho parece de goma’ y le quedó Rancho de Goma nomás”.

De la imaginación popular también salió aquello de que en las noches de eventuales peleas, con más empujones que otra cosa, las paredes de madera se movían.

A Carlos Pereira lo conocen como al “Pato” Pereira y en su pasaporte de vida tiene los sellos del “el Lobo, el 12 de Septiembre y del Rancho de Goma”. Es hijo de Alberto “El Chito” Pereira, el Glosador oficial de Rancho de Goma.

“Las glosas eran como presentaciones que se hacían donde se hablaba del artista que iba a actuar y se decían lindas palabras, en tono de poesía. Mi papá era un gran glosador y por eso lo elegían siempre para hacer esas presentaciones. Pero además se ganaba la vida como trabajador en YPF y era pagador en el Hipódromo. De ahí su habilidad para manejar dinero y contar billetes. A mi papá no se le escapaba una y los Bellone le tenían mucha confianza”, cuenta Pereira.

En Rancho de Goma se tomaba vino “Uvasol”, caña quemada Legui y Cubana Sello Rojo. El Pato Pereira dice “la gente no necesitaba drogarse porque con cuatro vasos de Uvasol quedabas dando vueltas en el aire”.

EL PROFESOR

Pero no solo el Chito Pereira tenía la delicada misión de controlar la recaudación. A sus 68 años, Julio Q., abogado y profesor en la facultad de Derecho de la UNLP, cuenta que durante sus años de estudiante se ganó la vida en una de las boleterías de Rancho de Goma, y vaya si esa pequeña oficinita no fue una platea privilegiada para ver todo aquello.

Julio no quiere revelar su identidad y sólo accede a mostrar una foto suya de aquel tiempo en el que le sobraban cabello, patillas y ganas de salir adelante en la vida. Pero después acepta y se presenta: es el profesor Julio Quinteros, un abogado y docente muy reconocido en el ambiente universitario.

“Yo manejaba la caja, arrancaba a las 21 ó 22 hasta 6 de la mañana y había que contar mucho dinero en cambio chico. Para mí fue un gran trabajo porque yo era estudiante de Derecho, a la mañana trabajaba en Tribunales y los fines de semana a la noche en Rancho de Goma. También estaba a cargo de comprar las bebidas”.

Y recuerda el profesor Quinteros que “eran más de 1.400 cervezas por noche, más vino, cognac Tres Plumas. Era de no creer la cantidad de bebida”.

Y coincide en que no es la “verdad y nada más que la verdad” eso del “ambiente malo, de gente pesada” que le hicieron a Rancho de Goma. El hombre es de los que lo conocieron bien de adentro y no hablan por boca de ganso. Por eso no duda en decir que “era gente de carácter fuerte, las cosas se resolvían con un par de trompadas, siempre era por un tema de mujeres y terminaban con los peleadores compartiendo una copa, era otra época”.

El profesor Quinteros se detiene en las anécdotas que generaban aquellos que, como suele ocurrir, querían zafar de pagar la entrada. “Resulta que todo el mundo decía que era amigo de Coco Mer, pero la mayoría no lo conocía y más de uno con tal de entrar gratis decía que era un familiar”.

“Creo que yo era el único que iba de saco y corbata, locuras mías”, cuenta Julio, que revela su vínculo familiar con los Bellone, sus tíos, y dice que su mamá, Julia a la que le decían La Chacha, les enseñó a tocar instrumentos, por música y oído, a los seis hermanos.

Angel D’angelo

EL LICOR DE MENTA

Anécdotas es de lo que abunda cuando se intenta recorrer el camino que llevaba a Rancho de Goma. Todos tienen algo para contar y en esos cuentos la realidad y la ficción se abrazan para bailar un lento de aquellos que a cierta hora de la noche hacían poner las cartas sobre la mesa.

“Si se habrán formado parejas, si habrán salido matrimonios de acá. A veces duraban poco y otras toda la vida, como en todos lados”.

El Pato Pereira cuenta una de aquellas anécdotas y hace un esfuerzo para medir los decibeles de las carcajadas. Y la verdad es que en un punto no se sabe si son lágrimas de risa o de nostalgia por esos recuerdos entrañables.

“Yo tenía un amigo, un muchacho más grande que yo, que trabajaba conmigo en YPF y le gustaba el licor de menta. Siempre lo ibas a ver en la barra tomándose una copa. Pero había uno, un conocido, que lo volvía loco a mangazos. ‘¿Qué estás tomando, a ver dame un traguito’, le decía y le tomaba medio vaso. Siempre así, lo tenía de punto. Hasta que una noche lo curó. Mi amigo estaba en la barra con una señorita que le dijo que iba al baño y en eso se apareció el manguero, el de dame un traguito. Y mi amigo se sacó la prótesis dental y la tiró en el vaso con el licor de menta. ‘Tomate un traguito’, le dijo”, cuenta Pereira, que dice que todavía hay más: “El manguero se quedó helado y en eso la piba que estaba con mi amigo salió del baño y le hizo señas para ir a bailar. Y este, con el entusiasmo se olvidó la prótesis adentro del vaso. Un rato después el animador hizo bajar la música y anunció: ‘a la persona que haya olvidado la dentadura en un vaso de licor de menta puede pasar a retirarla por el buffet’”.

UN MITO DESMENTIDO

Uno de los grandes mitos, una mentira que con los años se disfrazó de verdad fue la pista de baile que nunca fue de tierra ni de cemento polvoroso sino de madera, de la pinotea aquella que se conseguía fácilmente y hoy es como oro puro.

“La pista era de madera, nunca fue de tierra. Lo que pasa es que al lado estaba la cancha de bochas donde se colocaban mesas, una especie de reservado. Y entonces la gente iba a bailar y llevaba en la suela de los zapatos la tierra y la conchilla de la cancha de bochas. Y por más que se barría, la tierra iba y venía”, cuenta Pereira.

Dicen que la polvareda llegó una vez a tal punto que en una de las noches en que actuó Kactus, alguien se animó a tomar el micrófono y pedir a los bailarines “no arrastrar mucho los pies”. Y que se comprendía el entusiasmo que transmitía ese conjunto pero “lamentablemente ya hay gente con problemas para respirar”.

“GRITEN, CHICAS, GRITEN”

A sus 80 años, impecable, Angel D’Angelo recuerda sus noches en Rancho de Goma como líder de Kactus, con K, un conjunto que hoy se llamaría grupo o banda y que hacía lo que también hoy se llamaría “cover” de Palito Ortega, Leo Dan y otros exitosos de los 70.

Hay una historia nunca contada sobre el asunto de palpar de armas

 

En esos años la TV en blanco y negro mostraba mujeres gritando y llorando de emoción cuando aparecían Los Beatles. Como en Rancho de Goma nadie era menos que nadie, desde el escenario se solía anunciar: “Griten, chicas, griten y lloren que ya viene Kactus”. Y todos y todas se prendían en la broma como antesala a una noche intensa de bailes y canciones.

A D’Angelo también se le pianta una lágrima cuando recuerda esas noches junto a sus compañeros de escenario: “Pierino, Edgardo Rodríguez, Walter Bezzani y El Patillas, el baterista”.

“Un tiempo inolvidable, un ambiente al que muchos tildaban de pesado. Pero yo le aseguro que ahí usted nunca iba a ver que diez tipos le pegaran patadas en el piso a uno hasta matarlo, como se ve ahora. Claro que había rencillas y a veces se resolvían con alguna que otra piña, pero hay mucha mentira en lo que ha dicho sobre Rancho de Goma”.

Si alguien necesita un perfil del habitué de Rancho de Goma o de la gente que sostenía al “de Fomento Edilicio, Cultural y Deportivo 12 de septiembre”, acaso lo tenga en la vida del gringo D’Angelo que a las 5 de la mañana vendía diarios frente al frigorífico Armour, en Berisso y a las 10 se iba al bar de Aguilera, que quedaba enfrente, a lavar copas hasta la nochecita en que enfilaba para la escuela nocturna frente a la plaza Almafuerte. Así eran los “pesados” del Rancho de Goma.

“Cuando entré a trabajar en la disquería de Laporte, en Montevideo y Hamburgo, la Phillips organizó un concurso de canto y Laporte me hizo anotar. Me acuerdo que me invitó a comer a la casa y cuando llegué me llevé flor de sorpresa: me estaba esperando con dos guitarristas”. Ganó ese concurso y a los 80 años el gringo sigue ligado a la música con Il Ragazzo D’Oro, un grupo de música italiana conocido y querido en esa colectividad.

El profesor Quinteros, ahora y cuando era el Cancerbero de la taquilla en Rancho de Goma

LA VERDAD SOBRE LA PALPADA DE ARMAS

Hay, sin embargo, alguna que otra anécdota sombría, sobre todo una que dio pie a otra de las leyendas urbanas alrededor del Rancho de Goma: La Palpada de Armas.

La costumbre de revisar a los ingresantes y hacerles dejar en la taquilla cuchillos, navajas, “Siete Luces” y otros revólveres, en realidad existió. Pero la historia nunca contada es que empezó a partir de una noche cuando “Archie Moore” le metió una puñalada a un vecino de Villa Argüello. Al agresor le decían Archie Moore por su parecido con el famoso boxeador y aquel no era el único apodo que remontaba a los Monstruos Sagrados del ring porque se asegura que había un morocho que venía de Los Hornos y era igualito a Joe Louis, el Bombardero de Detroit. Decían que al “Bombardero”, al de Los Hornos, una noche la Policía Montada lo corrió por el Bosque a causa de un mal entendido y que viéndose acorralado, en el cruce de la 52 y la vía del tren, le pegó una trompada al caballo del jinete que lo perseguía y los volteó a los dos.

Después del puntazo de Archie Moore, que aseguran no habría terminado en tragedia, se optó por revisar a los ingresantes, “sólo por precaución”. Y eso dio de comer a las fieras del ingenio popular, que decían que “te palpaban de armas y si no tenías, te prestaban una”.

EL INCENDIO

Algunas noches antes del misterioso incendio de 1981, la muerte se presentaría en Rancho de Goma para dejar una marca en el anecdotario popular: fue cuando un camión cisterna que por la avenida 122 buscaba el rumbo a la Destilería YPF, atropelló a Vacuna, un vendedor de diarios que paraba en la Estación de Trenes, que también abría puertas de taxis y era conocido en la hinchada de Gimnasia. El hombre tenía una pierna deformada por la polio y el rostro cruzado por una malformación de nacimiento. Era uno de esos ángeles caídos que andaban en la ciudad, sin molestar a nadie, cambiando monedas por sonrisas y pagando vaya a saber que injusta deuda con El de Arriba.

Hay quienes dicen que si fuera posible confeccionar una lista rigurosa con los apellidos que han andado por Rancho de Goma, habría más de una sorpresa “en diferentes ámbitos”. Y cuentan que en sus años mozos uno de los periodistas al que si algo le ha sobrado es “calle”, supo ir una noche con unos amigos de La Plata que le habrían dicho “vos vení con nosotros, Chiche Gelblung”.

¿Y cómo fue el incendio? ¿Se quemó o lo quemaron?

Versiones al respecto es lo que sobran. Alguna vez se habló de una suerte de venganza por la muerte de un policía pero nunca nadie supo dar certezas a esa especie. Otra, que el incendio habría tenido que ver con unas supuestas deudas de Coco Mer. Se llegó a decir que en el informe de Bomberos se consignó que en el lugar había “un fuerte olor a kerosene”. Y también que directamente nunca hubo informe porque cuando los Bomberos llegaron todo era cenizas sobre cenizas.

El incendio de Rancho de Goma no detuvo a los hombres y mujeres del 12 de Septiembre que siguió adelante para formar arte y parte de ese mundo especial que es el fútbol infantil en la Región. Hugo Petit tiene un lugarcito en la historia de su pago chico, que en Berisso para los peronistas es La Franja y para los radicales La Lonja, porque fue el primer y único Delegado Municipal elegido por voto popular. Fue a mediados de la primera década del 2000 cuando en los municipios de la región parecía florecer ese mecanismo de elección de representantes barriales. Pero el asunto no duró mucho, habida cuenta que a los intendentes el tema no les causaba ninguna gracia y les daba cierta preocupación. La cuestión es que Petit también fue presidente del 12 de Septiembre entre 1991 y 1997 cuando se armó una movida vecinal para darle más vida al club que supo cambiar su perfil y sostenerse como un emblemático club barrial y de fomento del fútbol infantil. Con camisetas diversas pasaron por su cancha futbolistas de primera línea. Hoy, el 12 de Septiembre es un club orgulloso de su pasado y su presente.

El Pato Pereira ahora y cuando, de chico, ganó un concurso se disfraces como “el Guapo Pereira”

“ASÍ TE QUERÍA AGARRAR”

La mujer flaquita de la trompada fulminante era rubia y tenía el cabello corto y revuelto, como si recién se hubiese levantado de la cama. De hecho, debajo del tapado negro tenía puesto un camisón blanco, tirando a cremita y lleno de flores chiquitas. Y en los pies, el brillo de unos zapatos “de salir” contrastaba con los zoquetes marrones, llenos de pelotitas blancas que claramente decían que eran “los de dormir”.

En la certeza de que su marido estaba adentro haciéndose el pistola, la mujer encaró hacia la puerta pero enseguida la frenaron. La noche del escándalo de los dientes postizos las damas no entraban gratis porque se necesitaba el mayor borderó posible para pagar a los artistas invitados que eran Los Ases del Tango y Pedro el Colombiano, con la actuación especial de la Típica de José Bellone y el soporte de Coco Mer y su Tropical. Y los infaltables Kactus.

El 12 de Septiembre es una institución orgullosa de su pasado y de su presente

 

La mujer no dijo una palabra, metió la mano en un bolsillo del tapado, sacó un billete arrugado y lo tiró por la ventanilla del taquillero, sin esperar el vuelto. Adentro no necesitó buscar mucho. En medio de la pista polvorienta estaba su marido bailando una cumbia y sonreía, como en una especie de trance de placer. Cuando vio a su mujer se quedó petrificado. Su compañera de baile, que más tarde se sabría que era una vecina, se perdió entre el gentío por la zona de los baños y no volvieron a saber de ella.

“Así te quería agarrar”, dijo la flaquita y le pegó un golpe que fue una mezcla de cachetazo y trompada de revés porque fue de izquierda a derecha, de lado a lado con el puño cerrado. El tipo se quedó inclinado con las manos en la boca, consciente de que algo le estaba faltando. La parte superior de la dentadura postiza había volado y los presentes solo atinaron a exclamar ese “uhhhh” que antecede a las grandes bataholas. Dos muchachos que ahora se llamarían patovicas sacaron a la mujer tomándola de los brazos.

Entre el murmullo y las risotadas se disparó un gesto de solidaridad para con el hombre golpeado. Cuentan que el maestro de ceremonias tomó el micrófono, pidió parar la música y dijo: “Estimado público, voy a pedirles encarecidamente dos cosas. La primera que no se muevan de sus lugares, que permanezcan quietos, no caminen, porque involuntariamente pueden pisar un elemento valioso para una persona que lo ha perdido. Lo segundo que quiero pedirles es que se fijen en el piso a ver si encuentran una prótesis dental”.

En su afán por colaborar con la causa del desdentado, el locutor quiso informar sobre el color del objeto perdido y mirando a la víctima le preguntó, por lo bajo: “¿De qué color es?”. El tipo levantó los hombros y abrió los brazos, como si le hubiesen preguntado por el color del caballo blanco de San Martín.

“Bueno, color, color dentadura”, dijo el locutor y volvió a pedir la colaboración de los presentes.

ESE PERRO

A esa altura de los acontecimientos la concurrencia se había dividido en dos grandes grupos: los que solidariamente buscaban los dientes y los que reían a carcajadas, tomándose la barriga. Y entre ellos estalló la batahola.

Por la radio de un patrullero pidieron refuerzos al destacamento de Villa Argüello, que era lo más cerca que había. Y de ahí a la Unidad Regional de Policía en 12 y 60 que enseguida le pasó la pelota al Cuerpo de Infantería por entonces con asiento en 1 entre 59 y 60.

Cuando llegaron al lugar y comprobaron la magnitud de la pelea, el jefe que estaba a cargo tomó una decisión sabia. Aun cuando se moría de ganas de entrar a meter garrote, el hombre ordenó esperar a que la pelea decantara sola, que se fueran acabando los botellazos, que mermara el vuelo de los objetos contundentes para recién ahí, actuar. Y así fue: cuando en medio de la pista solo había quedado una media docena de borrachos tirándose trompadas al aire, entró la Infantería y puso orden.

El baile, que parecía suspendido, recomenzó 15 minutos más tarde. La policía levantó en peso a los organizadores y no faltó quien deslizara la hipótesis de que hubo que “colaborar con la Institución” para que no se los llevaran presos a todos, incluyendo a los músicos.

La prótesis dental voladora nunca apareció. El hijo del que vendía los choripanes dijo haber visto que se la había comido El Chancho, un perro negro, gordo y cabezón de la raza marca perro que merodeaba la parrilla y que, menos hierro incandescente, trituraba y engullía todo lo que le caía cerca.

“La olió, la chupó y habrá pensado que era un hueso porque se oyó cuando hacía crach, crach, crach”, le informó el muchacho de los choris a uno de la comisión directiva.

“Este perro es una cosa...”, dijo el pibe, descompuesto de la risa, mientras le acariciaba la cabezota y el Chancho movía la cola, contento.

Como si entendiera que estaban hablando de él.

 

Multimedia

Para comentar suscribite haciendo click aquí