Sin casamiento ni hijos: el cultivo al ego y los proyectos individuales de los centennials
Edición Impresa | 6 de Julio de 2025 | 05:37

A veces cuesta verlos más allá del celular, de los bailes de TikTok, de las respuestas cortantes o de su aparente falta de interés por el mundo que los rodea. Sin embargo, detrás de ese universo de pantallas y estímulos rápidos, hay una generación que se está haciendo preguntas cruciales, que busca reescribir la relación entre trabajo y deseo, entre futuro e inmediatez, entre bienestar y consumo. Los jóvenes nacidos desde el año 2000 —la llamada Generación Z o centennials— tienen sueños, proyectos y prioridades muy diferentes a los que tuvieron sus padres o abuelos, incluso sus hermanos mayores. Y, quizás por eso, muchas veces son incomprendidos.
En las últimas encuestas y estudios elaborados por consultoras y universidades tanto en Argentina como en América Latina, se empieza a delinear un perfil que, aunque heterogéneo, marca tendencias claras. El 81 % de los jóvenes tiene proyectos definidos para los próximos cinco años. Aunque las condiciones económicas sean adversas y la estabilidad parezca una fantasía de otras décadas, hay una pulsión firme por lograr la independencia: mudarse, alquilar, comprar una casa o formar un hogar propio están entre los deseos más repetidos. Lo sorprendente es que no buscan ese tipo de independencia como un fin en sí mismo, sino como una forma de emanciparse emocionalmente y ganar libertad para desarrollar lo que más valoran: el equilibrio y el propósito.
Esta generación no quiere jefes, ni jerarquías, ni oficinas que les impidan almorzar con calma o cortar el día con una siesta. Según el informe Global Gen Z & Millennial Survey de Deloitte, más del 89 % de los jóvenes considera imprescindible que su trabajo tenga sentido. La idea de “hacer carrera” suena lejana. Lo que quieren, más bien, es que el empleo no los consuma. Que les permita pagar sus cosas, sí, pero también que les deje tiempo para vivir. En un país como Argentina, donde la cultura del esfuerzo y la meritocracia están arraigadas, no es que estos jóvenes rehúyan al trabajo. Todo lo contrario: ocho de cada diez cree que el esfuerzo sostenido es clave para cumplir objetivos. Lo que están discutiendo es el lugar que ese esfuerzo debe ocupar en la vida.
En sintonía con esa lógica, el emprendimiento aparece como una salida posible. No es casual que un 43 % de los jóvenes ya esté utilizando aplicaciones para generar ingresos extra, que un 17 % invierta en criptomonedas o que muchos participen de programas como Naves, que ofrecen formación para lanzar proyectos propios. No se trata de soñar con ser CEO de una startup unicornio: se trata, más bien, de imaginar una vida sin jefes, donde los ritmos los marque uno mismo y donde se pueda trabajar desde cualquier parte del mundo.
Esta generación no quiere jerarquías, ni oficinas que les impidan cortar el día con una siesta
Viajar, justamente, es otro de los grandes sueños de los centennials. Pero no se trata de repetir los viajes a Europa de los años noventa o el all inclusive de los años dos mil. Se trata de experiencias. Buscan mochilear, hacer voluntariados, vivir en otros países, combinar trabajo remoto con turismo. El 24 % dice que su mayor sueño es viajar por el mundo. Y muchos lo ven como un objetivo alcanzable, no como una utopía. Para eso, ajustan gastos, priorizan el ahorro y evitan consumos impulsivos. Son la generación que prefiere una escapada con buen precio-calidad antes que una compra innecesaria.
A diferencia de sus antecesores, que crecieron en una lógica de acumulación, ellos valoran el consumo responsable. El 82 % ha sido impactado directamente por eventos climáticos recientes. La preocupación por el medioambiente no es una pose, ni un slogan. Es una inquietud real. Eligen productos ecológicos, rechazan marcas que no son sustentables y buscan reducir su huella ambiental, aun cuando saben que el cambio más grande no depende de ellos.
En lo financiero, también marcan su propio camino. Son hijos de la inflación y la incertidumbre, por lo tanto, desconfían de los bancos tradicionales y prefieren billeteras virtuales. Nueve de cada diez centennials usa aplicaciones para gestionar su dinero. Es una relación pragmática, descontracturada y rápida con el dinero. Pero también es una forma de autonomía: las apps les permiten moverse sin depender de nadie.
Y si bien el mundo que habitan está lleno de contradicciones, de ansiedad, de presiones por encajar, también hay en ellos una apuesta por el bienestar emocional. En las redes, sí, pero también en los vínculos. En cómo se relacionan, en cómo eligen pareja, en cómo hablan de salud mental sin tabúes, aparece un cambio de paradigma. Ya no se trata de resistir hasta el final ni de silenciar lo que duele. Se trata de buscar ayuda, de compartir, de cuidar(se).
Así, estos jóvenes —muchas veces tratados con condescendencia o subestimados por las generaciones anteriores— están construyendo un modo propio de proyectar la vida. En una época donde el futuro se desdibuja y el presente exige adaptarse con rapidez, ellos eligen seguir soñando. Aunque los sueños ya no sean los de antes. Aunque los caminos se hayan vuelto más inciertos. Aunque nadie les garantice nada. Y eso, en sí mismo, es un acto de coraje.
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