La edad, sólo uno de los factores que influyen en el retiro

Por

Silvia Gascón*

La jubilación compulsiva, por la que se obliga a una persona a retirase de su actividad laboral al cumplir una determinada edad cronológica, es desde hace tiempo motivo de debate.

En general, para otros campos laborales se escucha con insistencia que en consonancia con el aumento de la expectativa de vida, se debería analizar la posibilidad de aumentar la edad jubilatoria y se aducen razones económicas.

Para el caso de los cuerpos docentes universitarios las razones por las que se propone en distintos países del mundo la extensión de la edad jubilatoria responde a criterios muy diferentes. En general hay consenso que las características de la tarea universitaria, la importancia del saber y la experiencia acumulada y su influencia en las funciones docentes, investigadoras y de extensión, recomiendan su más allá de los 60 o 65 años.

Paralelo a ello habría que detenerse en tres cuestiones: el desarrollo personal, las condiciones laborales y las instituciones.

En primer lugar, así como el desarrollo profesional requiere una preparación y un crecimiento, también es necesario prepararse para la jubilación. Es necesario mirar hacia atrás, ver lo que se ha construido, evaluar logros y desaciertos y poner la vista adelante para recrear una nueva etapa. Escuchar el cuerpo y el alma. Es claro que según cómo se haya construido este proceso, será también, la forma de sortear con mayor o peor éxito este tránsito.

La segunda cuestión, son las condiciones generales de trabajo, cómo se ingresa, se concursa, se accede y se remunera. ¿Qué otras instancias surgen con el correr de los años para asesorar, investigar? ¿Qué oportunidades se ofrecen a aquellos docentes que disfrutan su tarea y desean continuar ligados a la universidad para que puedan hacerlo?. ¿Qué y cuánto se pierde al momento de la jubilación?.

La tercera cuestión es la referida al andamiaje institucional. La estructura burocrática en la que se ha desarrollado la tarea y como esta condiciona la práctica docente o investigadora. Muchos países europeos están repensando sus mecanismos de “cátedras feudales” que generan dependencia, poca creatividad y baja autonomía en el cuerpo docente más joven. Estos modelos institucionales son también pesados para quienes teóricamente tienen las ventajas de “dirigir”. La riqueza intergeneracional se pierde y mutila, las desconfianzas crecen y los reconocimientos mutuos no abundan. Se hace difícil el retiro.

La Universidad y las cátedras son también espacios de lucha y confrontación. Juegan cuestiones personales, de poder, vanidades y salarios. Las instituciones moldean a las personas, y allí aprendemos a ejercitar los roles.

Instituciones, más libres de ataduras políticas, de normativas burocráticas y hábitos conformistas, mejorarían la capacidad de permanecer y retirarse. Y seguramente reubicarían la discusión, en los ejes centrales acerca de cómo lograr más innovación, capacidad crítica, formación democrática e inclusiva, más calidad y competencia, profesores líderes, abiertos y flexibles, más allá o más acá de la edad.

Muchas veces estas discusiones esconden prejuicios basados en la edad. Las personas después de los 70, 80 y más años pueden seguir aprendiendo, enseñando, investigando y creando. Hay ejemplo de ello en todo el mundo. Pero siempre y en todos los casos, ligados a oportunidades.

*Directora de la Maestría en Gerontología Universidad Isalud

Miembro del Board de Helpage International