La modista de Iñaki Urlezaga, heroína en 13 y 43

Abrió rápidamente el bolso; sacó la tijera que siempre lleva con ella y las prendas de vestir para arreglos que le habían encargado; cortó las telas; las ató; y armó la cuerda que rescató del agua embravecida a sus dos hijos, a una pareja de jóvenes que ya estaban sobre el techo de un auto hundido en la correntada y a todo el que pasó por ese lugar en el momento más crítico del diluvio. Lo hizo, a pocos metros de donde trabaja, en 13 y 43, Fátima Figueroa, la modista que confecciona el fino vestuario de las producciones de Iñaki Urlezaga.

La ropa que se convirtió en el salvamento era de la madre del destacado bailarín platense, quien le había pedido a Fátima que le realice unos arreglos; y la tijera, un elemento que por mañas del oficio la mujer siempre lleva consigo. Pero hay otro detalle insoslayable en esta historia milagrosa de la catástrofe: el gesto de un matrimonio que recibió en su casa a la modista y sus hijos Carlos -24- y Daniela -16-, y a todas las personas que estaban con el agua hasta el pecho y pedían auxilio en esa esquina. Al final, tantas veces se abrió la puerta para socorrer vecinos, que, sumados a Raúl Barragán y su esposa Gloria -los dueños de la vivienda- terminaron siendo unos 15 los que esperaron a que baje el agua de la calle protegidos en un segundo piso hasta las 6 de la mañana del miércoles.

Cada uno llegó a esa casa por distintos caminos, pero la razón de la confluencia era común: la posibilidad de morir arrastrados por una corriente de agua implacable y exclusiva, hasta entonces, de un río frenético, y el impulso por salvarse. Algunos se conocían, pero la mayoría se veía por primera vez.

Cuando a Fátima, Carlos y Daniela los sorprendió el temporal salían de la productora de Iñaki. Los tres comenzaron a defenderse de la inundación pegados a las paredes de las fachadas de las viviendas, en fila india. La madre alcanzó a llegar al zaguán de Raúl y Gloria y se aferró a la manija del portón, pero sus hijos quedaron rezagados. Carlos, más fuerte y alto que su hermana, podía, aunque a duras penas, ganarle a la corriente, pero a Daniela le resultaba imposible vencer al agua endemoniada.

LA BATALLA CONTRA EL AGUA

Fátima quedó abajo del balcón de la vivienda, en un lugar invisible para el matrimonio que miraba las escenas más dramáticas desde la ventana de la segunda planta de su casa. En medio del desastre advirtió a una pareja que se había subido al techo del auto antes de que el vehículo se llenara de agua. Le imploró a los jóvenes que pidieran ayuda a la gente de esa casa. Lo hicieron, se abrió la puerta de la casa y entró. Con la capacidad resolutiva propia de una madre desesperada, en tiempo récord, se hizo de la tijera y la ropa y confeccionó la larga cuerda que ayudó a acercar a su hijo, quien a su vez, una vez a salvo, hizo lo mismo para socorrer a Daniela.

Pero ahí no terminaron los rescates. La improvisada cuerda fue tendida por Carlos a la pareja que había dado el grito alerta y los jóvenes lograron ingresar a la vivienda del matrimonio de agencieros; y minutos después también algunos hombres y mujeres más que peleaban contra las olas.

Ayer, algunos de ellos se reencontraron en la esquina contradictoria del pánico y la salvación. Ahora Fátima, agradecida infinitamente a los Barragán, quiere no perder la relación con Gloria, Raúl, “Lito”, Pablo, el “Vasquito”, otro Pablo, José, un abogado de Gonnet, su novia, y una señora que no paraba de rezar por la vida de su marido, que había quedado en la calle y al que finalmente encontró al otro día.

“Yo quiero seguir viendo a todos, porque lo que pasamos juntos el martes nos va a unir para siempre”, dijo la modista de sofisticados trajes de ballet, hechos a medida para Iñaki Urlezaga y su elenco, y con algo de heroína.