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Opinión |ESTO QUE PASA

Las razones profundas de una indefensión

7 de Abril de 2013 | 00:00
LAS TRÁGICAS INUNDACIONES COPAN TODA LA ESCENA DEL DEBATE PÚBLICO
LAS TRÁGICAS INUNDACIONES COPAN TODA LA ESCENA DEL DEBATE PÚBLICO

Por PEPE ELIASCHEV

Twitter: @peliaschev

Es bastante evidente a estas alturas que la Argentina vive al día. O casi al día. Aun cuando hace añares que se barajan planes de contingencia y se pretende que ésta es una sociedad dotada de mecanismos y normativas suficientes como para confrontar las emergencias previsibles más variadas, hay una distancia colosal entre las palabras y los hechos.

El desastre de esta tétrica semana, con su secuela de muerte, dolor y pérdidas, permitió que algunos se dedicaran a entretenimientos irrelevantes. Uno de ellos consistió en linchar a funcionarios que no se hallaban en su área jurisdiccional cuando acaeció el diluvio. ¿Un país funciona sólo cuando los principalísimos jerarcas están de cuerpo presente en el puesto de comando? Es un debate interesante pero resbaladizo.

RESPONSABILIDADES

Una cosa es el liderazgo como concepto y sistema de gestión, y otra es la personalización brutal, para la que sin el funcionario principal no hay funcionamiento colectivo, ni aplicación de los mecanismos de emergencia. Cuando las Torres Gemelas de Nueva York fueron derribadas en septiembre de 2001 en el más clamoroso atentado terrorista que se conozca, el presidente George W. Bush participaba de una ceremonia protocolar en la escuela primaria Emma E. Booker de Sarasota, Florida. Se han escrito millones de palabras sobre aquella mañana fatídica, pero ¿hubiera sido diferente ese día si el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos hubiera recibido la notificación de la tragedia sentado en ese momento ante su escritorio de la Casa Blanca?

Ocasiones como la vivida estos días en La Plata, Gran Buenos Aires y Capital Federal son propicias para los desbordes demagógicos más crudos. Naturalmente, una sociedad medianamente organizada (para recordar quién hablaba de “la comunidad organizada” ya en 1949, conviene leer http://www.jdperon.gov.ar/institucional/cuadernos/Cuadernillo6.pdf) puede y debe encarar emergencias de manera seria y responsable, aun en ausencia temporaria de sus líderes coyunturales o cuando es dirigida por caudillos fuertes.

El Reino Unido no fue lo mismo cuando con Winston Churchill a la cabeza de la reacción contra la agresión alemana y asumió la conducción de su país en mayo de 1940. Entretenida con las inculpaciones veloces y esencialmente estériles, la Argentina deambuló estos días como una criatura enceguecida y estremecida de bronca.

EXPLICACIONES

Los líderes, pero sobre todo el liderazgo, importan, claro, pero su presencia o ausencia no lo explica todo. En la Argentina pocos quieren admitir el disparate agraviante de la semana “extra large” que este país se obsequió a sí mismo, uniendo en frívolo jubileo turístico a la Pasión de Cristo con la recordación abominable del inicio de la demencial invasión de las Malvinas. Ante una semana de asueto interminable, evento vomitivo si se advierte que la provincia de Buenos Aires ya estaba desde antes sin clases en las escuelas, producto de la feroz huelga de los docentes claramente aceptada (¿o fogoneada?) por la Casa Rosada, los mandatarios tomaron vacaciones. ¿Dónde estaba la presidente durante esos días? En El Calafate, claro, pero no es eso lo que acredita una culpabilidad. Lo inaceptable es la mentira.

Por eso, cuando solo era la Capital Federal la afectada, el coro de agravios oficiales al gobierno porteño fue estentóreo y a la vez desgraciado. En primera fila del oportunismo más ramplón se ubicaron personajes que no importan en sí mismos, dada su afortunadamente probada irrelevancia política, pero que sí expresan rasgos esenciales del “modelo” imperante desde 2003.

Julio de Vido, Luis D’Elía y Aníbal Ibarra descollaron en esas primeras horas aciagas, antes de que el agua anegara a La Plata y su área de influencia. Incontinentes y sarcásticos, en esas primeras horas salieron a castigar al “enemigo”. Horas más tarde tuvieron que comerse sus palabras.

La propia Cristina Kirchner tuvo que calzarse botas de gomas y caminar unas cuadras por su viejo barrio de Tolosa. No pudo escabullirse de la desgracia esta vez. Hubo de sentarse a diseñar planes de contingencia junto a Daniel Scioli, el mismísimo gobernador de la provincia al que hasta horas antes no registraba como lo que es, el jefe político de la mayor provincia argentina.

MODIFICACIONES

Muchas cosas se han sabido estos días. Otras tantas se han hecho visibles. Al margen de las pequeñeces más abyectas y de las zancadillas políticas más atroces, es gran parte de la sociedad argentina la que se escuda en la visible incompetencia de los gobiernos, por los que ella misma, sin embargo, vota, como si la conducción política de una sociedad fuese responsabilidad de otros. ¿Es acaso un invento que a la provincia de Buenos Aires la gobierna el mismo partido político desde hace ya 26 años? ¿Qué “herencia maldita” puede denunciar una gestión surgida de la misma cuna de poder de la que procede la que arrancó en el ya remoto 1987?

Pero lo que revela esta nueva tragedia (que no será la última) es un fenómeno más vasto y terrible que la dupla incompetencia política/anomia popular. Consideradas como fenómenos ocasionales ante los que sólo atinan a descerrajar “operativos” igualmente fugaces, estas calamidades son analizadas hasta el abuso, pero su impacto se olvida rápidamente.

No admite la Argentina una cultura del sacrificio, del rigor, de la planificación, de la minuciosidad. Sigue prevaleciendo el hábito del repentismo, esa aproximación frívola a los sucesos graves. Desde 2003, además, desde el centro del poder político nacional se rehuye y rechaza todo criterio de convergencia y búsqueda de consensos funcionales para confrontar las calamidades nacionales.

Nadie sabe qué pasará a partir de los 60 muertos de este irresponsable “finde extra large”, pero no hay muchas razones para esperanzadores optimismos. Pasó algo parecido a lo que provocó inicialmente la elección del papa Francisco. En sus primeros raptos de sarcasmo y agresividad, el grupo gobernante reacciona desde su blindaje de poder y castiga con su proverbial beligerancia ideológica. Después entienden y se endulzan, pero son sus primeras reacciones las más auténticas, y las mas incorregibles.

COSTUMBRES

La Argentina sigue siendo un país que no admite la superioridad de la previsión como método. Es el día de hoy que ese caos cotidiano que es la Capital Federal, es el escenario cotidiano de cortes por obras que bloquean calles sin que las empresas de “servicios” se dignen a anunciar 300 o al menos 200 metros antes que los vehículos marchan hacia un agujero negro. Es un episodio simbólico de la negligencia cruel en medio de la cual se vive, ese “agarrate Catalina” que consiste en dar por supuesto que nunca se sabe nada y que la vida cotidiana es una contingencia misteriosa e imposible de decodificar. Se suma a eso el atraso portentoso de las obras hídricas, en el contexto de desbarajustes urbanísticos que ponen al país de rodillas cada vez que la severa naturaleza deshace los relatos ideológicos.

Le falta humildad espiritual e inteligencia práctica a la Argentina para ponerle fin a su indefensión. Nadie puede garantizar que los descalabros ambientales dejen de producirse.

Es como sucede con el terrorismo: siempre habrá criminales, dementes y mercenarios que acometan lo indecible. Pero es posible prepararse, cabe la alternativa de prever, organizar, planificar, adelantarse a los hechos. Para que eso suceda, la Argentina tiene que depurarse del tóxico veneno de odio sectario que caracteriza muchos de los principales procedimientos paradigmáticos del poder gobernante a lo largo de esta década. Mientras el “modelo” siga en guerra contra sus “enemigos”, la naturaleza y el azar seguirán perpetrando horrores.

www.pepeeliaschev.com

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