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Opinión |ESTO QUE PASA

Entre el “golpe” y la amenaza de Massa

23 de Junio de 2013 | 00:00
LA PRESIDENTA DIO DOS DISCURSOS DESPUÉS DEL FALLO DE LA CORTE CONTRA EL NÚCLEO DE LA REFORMA JUDICIAL: UNO EN CÓRDOBA Y OTRO EN ROSARIO
LA PRESIDENTA DIO DOS DISCURSOS DESPUÉS DEL FALLO DE LA CORTE CONTRA EL NÚCLEO DE LA REFORMA JUDICIAL: UNO EN CÓRDOBA Y OTRO EN ROSARIO

Por PEPE ELIASCHEV

Twitter: @peliaschev

Sobre llovido, mojado. Así tiene que caerle al Gobierno la candidatura de Sergio Massa a diputado nacional por fuera del Frente para la Victoria. Esa victoria ya se torna huidiza, y aunque el intendente de Tigre no haría anti kirchnerismo explícito, ir por su cuenta lo convierte en una apuesta temible para la Casa Rosada. La mala noticia para Cristina sobrevino en una semana ya marcada por el traspié con la Justicia. Sin poder ocultar su visible ofuscación, el Gobierno volvió a clamar que quieren derrocarlo. El mítico “golpe” denunciado por la Presidenta se ha convertido en la voz de orden de sus coroneles más aplicados. No es una idea nueva. Se la viene usando a destajo desde hace ya muchos años.

Ya en 2005, Luis D’Elía había escrachado feamente estaciones de servicio de Shell. Cumplía órdenes del entonces presidente Néstor Kirchner: atacar a las empresas a las que la Casa Rosada tipificaba como golpistas. La obsesión por el golpe regresó con furia en agosto de 2007, cuando Cristina definió como una conjura de la CIA el descubrimiento de una valija con 800 mil dólares que estaban siendo ingresados ilegalmente a la Argentina por un ciudadano extranjero trasladado al país por un avión rentado por el Gobierno y a bordo del cual lo acompañaban los altos funcionarios oficiales Exequiel Espinoza (presidente de Enarsa) y Claudio Uberti (director del Órgano de Control de Concesiones Viales).

Al año siguiente, en julio de 2008, Kirchner denunció que las entidades de la producción agropecuaria rebeladas contra las confiscatorias “retenciones” eran el equivalente actual de los “comandos civiles” antiperonistas de 1955 y de las “fuerzas de tareas” de la dictadura militar instaurada en 1976.

Desde el Gobierno volvieron a la carga en febrero de 2011, cuando Héctor Timerman se apersonó en Ezeiza para incautar la carga de un avión oficial norteamericano, despachado al país con pertrechos delicados, como parte de un acuerdo con la Argentina para un plan de refuerzo de la seguridad. Se alegó desde la Casa Rosada que los Estados Unidos parecían estar envueltos en un ingreso ilegal de “drogas”, resultado de planes del Pentágono para infiltrarse en las Fuerzas Armadas argentinas.

GOLPISMO

Cuando esta semana el Gobierno y sus diferentes voceros políticos y mediáticos despotricaron contra la decisión de la Corte Suprema de Justicia declarando la inconstitucionalidad de la reforma judicial votada por la mayoría oficial en el Congreso, sólo pudieron repetir su ya vieja monserga. La palabra golpismo volvió a ser meneada, irresponsablemente, por un gobierno que ya superó los diez años de continuidad y ejerce con mano rígida la virtual suma del poder.

Se repiten: también denunciaron como “golpe” los reclamos de aumento salarial hechos por la Prefectura y la Gendarmería en octubre de 2012. La obsesión por esas denuncias viene de lejos y en el Gobierno no parecen tomar nota de que se trata de imputaciones ya agotadas, incapaces de mover el amperímetro social, como reiteradas letanías de la fábula del pastor que asustaba a las ovejas amenazando con la irrupción del lobo.

En el caso de la goleada que le asestó la Corte esta semana, la Presidenta y sus corifeos batieron varias marcas. Ella, sobre todo, se mostró marcadamente alterada en sendos actos en Rosario y Córdoba. Pero una cosa es acusar de golpistas a Shell, a la Sociedad Rural, a la CIA, el Pentágono, a los medios y a las fuerzas de seguridad, y otra es etiquetar con esa gruesa y vacía iracundia a un tribunal elegido por el finado Kirchner y que durante años fue la joya de la corona kirchnerista. ¿Golpistas esos jueces, todos ellos personas grandes, de probada trayectoria democrática? Nada es imposible para la incendiaria retórica del kirchnerismo, una forma de pensar y gobernar a la Argentina que parece despreciar todo esfuerzo de cordura, equilibrio y prudencia.

Le dolió a Cristina. Pero ella sufre (o dice sufrir) por un acontecimiento absolutamente previsible. Se ignora cuánto sabe, cuánto estudió y cuánto aprendió de cuestiones constitucionales en su paso en los años 70 por la facultad de Ciencias Jurídicas de la UNLP, pero la Presidenta debería haber sopesado que su ley de “reforma” judicial era el equivalente a la crónica de una derrota anunciada. No pasaba por el filtro de elementales criterios de constitucionalidad, como explicaron con serena paciencia los seis jueces que así se expidieron (Carmen Argibay, Carlos Fayt, Elena Highton de Nolasco, Ricardo Lorenzetti, Juan Carlos Maqueda y Enrique Petracchi).

CONFUSIÓN

¿Confunde la Presidenta sus deseos con la realidad? Es posible responder que sí, pero también puede postularse que su fulgurante fuga in avanti es, en sí misma, una puesta en escena. Todo sugiere que es factible que ella y su núcleo más fiel estén dispuestos a recorrer un camino de estilo inmolatorio, produciendo actos de imposible concreción final, pero que dejan en el recuerdo social la noción de una gesta patriótica abortada por los malvados “cipayos” que se opondrían al progreso de la Argentina.

En el caso de la cada vez más asombrosa conducta de la Presidenta, se advierte una fenomenal concentración de ella en sí misma, lo que incluye sus cada vez más extraviadas cataratas de tuits. Ella parece haber resuelto “ser” en Twitter, un método fenomenal y (según ella cree) sin riesgos. Viene dándole fuerte a este recurso, con tiradas de 20/30 tuits por día y recurriendo ahora a una curiosa dramatización del lenguaje, al punto que habla de ella en tercera persona y se contesta a sí misma como quien habla con el espejo. Llamativo. Y preocupante. Ayer, sábado al mediodía, la cuenta oficial de la Presidenta en Twitter acumulaba 3.867 tuits emitidos, admitía seguir sólo a 53 otras cuentas, y tener 2.088.691 seguidores. Curioso caso de ensimismamiento, ¿a quién “sigue” Cristina en Twitter?

De las 53 que ella sigue, 16 son cuentas del exterior, incluyendo a los presidentes Horacio Cartes (Paraguay), Nicolás Maduro (Venezuela), Enrique Peña Nieto (México) Sebastián Piñera (Chile), Dilma Rousseff (Brasil), Ollanta Humala (Perú), Álvaro Colom (Guatemala), Michel J. Martelly (Haití), Rafael Correa (Ecuador), Juan Manuel Santos (Colombia) y Laura Chinchilla (Costa Rica). Además, dice seguir al ex presidente de México Felipe Calderón, al ¿fallecido? Hugo Chávez, y a las cuentas del Gobierno de Ecuador, del ministerio de Comunicación de Bolivia y del economista norteamericano Joseph Stiglitz. No sigue a nadie en el vecino Uruguay, algo sintomático, además de lamentable.

Entre los 37 cuentas restantes, figuran 22 de sus funcionarios (Aníbal Fernández (“ricotero, hincha y presidente de Quilmes”), Juan Cabandié (“bostero y riquelmista”), Diego Bossio (“hincha de Racing”), Daniel Filmus (“hincha de San Lorenzo”), Roberto Feletti (“orgulloso hincha de River), Juan Abal Medina (“hincha de River”), Martín Sabatella, Jorge Argüello, Martín Fresneda, Julio Alak, Amado Boudou, Agustín Rossi, Alberto Sileoni, Carlos Tomada, Julián Domínguez, Eric Calcagno, Patricia Vaca Narvaja, Alicia Kirchner, Nilda Garré, Jorge Coscia, Florencio Randazzo y Miguel A. Pichetto. Las afiliaciones futbolísticas aquí citadas son las que aportan los propios interesados.

Cristina también sigue a tres gobernadores (Sergio Urribarri, Daniel Scioli y Jorge Capitanich), a tres ministerios (Salud, Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, y Desarrollo Social), a tres medios del Gobierno (Canal Encuentro, Canal 7, TEC TV), y ANSES. La Presidenta no sigue ni a Radio Nacional ni a la agencia Télam. Finalmente, se declara seguidora de la Comisión Nacional de Ex Combatientes de Malvinas del ministerio del Interior, Casa de Gobierno, Tecnópolis, Equipo CFK (“el equipo de Cristina somos todos, los 40 millones de argentinos”), la Corriente de Liberación Nacional (Kolina) y el senador Nicolás Fernández, de Santa Cruz.

En el mundo Twitter de Cristina no sólo no existen Barack Obama, Vladimir Putin o el presidente de los 1.300 millones de chinos, Xi Jinping. Tampoco hay lugar para, aunque sea, un puñado de dirigentes clave de la oposición argentina, y ni hablar del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Sólo existen para ella los propios y los “amigos”. Son rasgos enormemente expresivos de cómo funciona un régimen. Se patentizan en esa herramienta que la Presidenta ha elegido como su solitaria y blindada trinchera. En ella y desde ella se abroquela el grupo gobernante, en lo que, acertadamente, Francisco Olivera denomina la “epopeya inconclusa”. ¿A qué viene Massa, entonces? ¿A cortar la fantasía de epopeya o a reinventarla?


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