El Bosque tuvo un marco espectacular y la gente armó una verdadera fiesta

SENSACIONES
Por WALTER EPISCOPO

El color de un clásico sin público visitante ya pierde una parte importante. Sin duelos de cantitos, el folklore bien entendido perdió una parte linda. Por eso, el que es local, debe poner todo el colorido a lo que debería ser la fiesta de un clásico.

Y el Bosque ayer se puso sus mejores galas. Muchísimas banderas azules y blancas, globos, cartulinas azules y blancas en la Platea Techada, los bombos, las trompetas y desde temprano la gente empezó a peregrinar por la Avenida Pereyra Iraola rumbo al Bosque.

Y no fueron pocos los que fueron temprano y almorzaron en algún puestito en familia para empezar a vivir el clásico. El chory, un paty o la bondiola, fueron los “platos” elegidos para comer rápido y seguir para la cancha. En cada rincón se escuchaban cánticos de la gente que iba llegando.

Tarde cálida, para solo llevar la camiseta pegada a la piel, las banderas flameando desde los autos que llegaban.

“Hoy hay que ganar Basurero, hoy hay que ganar...” pedía la gente, y la enorme bandera que se desplegaba en la cabecera del Bosque, cubriéndolo prácticamente todo. Y el humo azul y blanco poniéndole un toque más de color a la tarde.

UN GOLPE TEMPRANERO

Con las tribunas repletas y gente que seguía ingresando, el gol a los 9 minutos de la visita fue un golpe duro para el público local, aunque como todo recién empezaba, no decayó en el aliento y empujó al equipo para adelante.

“En el Bosque, me enamoré de ti, en el Bosque, yo me voy a morir...” , se escuchaba y el clima era infernal.

El partido no era bueno, pero los minutos pasaban, Gimnasia no encontraba la forma para romper el cerrojo defensivo que planteaba el rival.

“Los Triperos, y vamos los Triperos, y vamos los Triperos” , cantaba toda la cancha en el inicio del complemento, cuando el equipo de Troglio arrinconaba a su rival sobre el arco que da a la Avenida 60.

Para esa hora de la tarde, la tensión y los nervios iban en aumento. Unos por que ganaban y querían que pase el tiempo; otros por que buscaban empatar desesperadamente.

Hubo aplausos y aprobación ante quites de Licht y Pouso , o el buen ingreso de Contreras que hace un par de días llegó al Club, pero entendió como se juega un clásico.

Los minutos corrían, el Lobo atacaba con más ganas que ideas, y por momentos era pura impotencia ante un rival que se sentía cada vez más cómodo dentro de su área defendiéndose.

El gol deseado, para al menos empatar, no llegaría y el festejo sería de los jugadores visitantes en el medio de la cancha. Pero ya en los últimos minutos, lejos de quedarse, la multitud no paró de cantar revoleando las camisetas, “olé, olé olé, olé, olé, olé, olá, yo soy tripero, es un sentimiento, no puedo parar...” , que terminó con un aplauso a los jugadores por su esfuerzo.

Párrafo aparte para los protagonistas. Ahora hay una sola parcialidad, pero desde los dos lados nunca contribuyen a dar un mensaje de paz, sino todo lo contrario, le tiran nafta al fuego. Pasó el año pasado en el Ciudad de La Plata, y ayer en 60 y 118. No es una cuestión edilicia, las canchas no hacen nada, las tribunas no hacen gestos, las plateas no cargan al rival, simplemente es una cuestión de imbecilidad humana.