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Los Morveli perdieron casi todo, pero un año después lograron recuperarse
Un año después del desastre, en la casa de los Morveli, en 37 entre 132 y 133, sigue la marca negra del agua en la pared. Juana la señala en el patio como prueba irrefutable de que hay cosas que no se olvidan.
Cuando fue la inundación, Irma Espinoza, la madre de la casa, recién terminaba de pagar los muebles que compró tras la tormenta feroz del 2007. Mesa, sillas, camas, modular, heladera, televisor, microonda, cocina. La tormenta de aquel verano le llevó todo, parecido a lo que le ocurrió en 2002, cuando otras aguas pero el mismo drama la dejó también sin nada. Esa primera vez tomó coraje y empezó de nuevo. Igual que en febrero de 2007. Otra vez. Y otra vez, de golpe, el agua que entra y sube. Y el miedo. Y las cosas que se hunden o se van y se pierden para siempre.
Esa noche, cuentan, la oscuridad fue atroz y el aire se volvió aterrador. “Se escuchaban gritos, gente que se ahogaba”, recordó Juan, uno de los hijos de Irma.
Juan es estudiante de Ingeniería y perdió todos los apuntes y los libros que había sacado prestados de la biblioteca de la Universidad. Su hermana, Juana, estudia Periodismo y también se quedó sin nada. Y su otro hermano, Miguel, es estudiante de Música y la noche del 2 de abril pasado lloraba porque ese río espontáneo que les entró con furia en su casa de La Cumbre le había llevado la guitarra y la batería que recién terminaba de pagar.
“Por suerte los amigos y familiares nos dieron una mano enorme -contaba ayer Juana-. La verdad es que fue una de las pruebas más difíciles que nos tocó vivir”.
Los Morveli son creyentes y solidarios por naturaleza. A los pocos días de la inundación, cuando secaban al sol lo poco que pudieron rescatar, montaron un caballete en la puerta de la casa donde apoyaron la ropa que les había quedado y podían regalar. Un cartelito escrito por Zenaida, otra de las hijas de Irma, avisaba: Ropa gratis . Como si acaso fuera necesario otra prueba de dignidad y nobleza, Irma se puso a calentar en una olla los cuatro paquetes de fideos que logró salvar del agua para que los chicos del barrio tuvieran qué comer. Algo simple, algo enorme.
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