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Todo es posible debajo de las polleras

21 de Diciembre de 2014 | 00:00

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

afcastab@gmail.com

Las muñecas están en el cambio. Y la inocencia se recicla. El mundo del juguete se ha movilizado para ponerse a la par de una realidad que desafía hasta el chiche más candoroso. Esta semana, el arribo de una muñeca trans, con órganos masculinos bajo la pollera, despertó algunas quejas de mamis que la habían comprado sin imaginar que se iban a encontrar con esta sorpresa.

La “muñeca trans” es de fabricación china y se vendía en Once. Se trata de una princesita que bajo su pollerita presenta testículos y pene. Mamás y papás empezaron a mostrar enojo, aunque en las redes también empezaron a sumarse comentarios favorables de personas trans y gays, un colectivo que vive en estos días un desfile reivindicativo al que sin querer la muñeca de Once le sumó adhesiones.

La idea de princesas que se pueden convertir en otra cosa, es parte de una realidad que no puede disimular la doble vida de los que reinan. Nos guste o no, los nuevos juguetes expresan a su modo una verdad que se alimenta de disfraces y dobleces. No es buena época para andar vestida de princesita. Los cuentos de hadas agotaron su embeleso y necesitan de algún refuerzo escandaloso para sostener un linaje en bancarrota. Los magos se quedaron sin magia, los genios hace tiempo que no conceden nada, el ratón Pérez mezquina monedas y de a poco el circuito de la fantasía les avisa a los nenes que hoy la cosa está más cerca de la decepción que del encantamiento.

La moda va invadiendo un mundo paralelo que se creía inaccesible. En los cuartos de juego, los soldados no mataban, los monstruos sólo asustaban, la maldad quedaba lejos y la vida tenía el color de una felicidad sin dobleces a la que uno acudía todas las veces que quería. Allí no reinaban pilas ni pantallas, sino la imaginación. Entre diminutivos y disfraces, los roles se asumían sin dobleces. Y debajo de las polleras no había nada.

Zoe es una nena de un año y medio. Sus papis, Candela y Hernán, le compraron en las vacaciones de invierno una muñeca china en la calle Corrientes. Pero resultó un chiche raro: a cada rato entona “quiero morir como hace el perro”. La frase horrorizó a sus padres pero en la juguetería nadie se hizo responsable por el repertorio zafado de un juguete que por 269 pesos dejó temblando a la familia.

En Estados Unidos, hace unas semanas lanzaron la “antibarbie”, una muñeca más baja, más ancha y más castaña que la famosa creación de Mattel. La idea del fabricante es decirles a las chicas que no hace falta ser Barbie para ser linda. Lammily -así se llama- también “tiene tantos lunares, celulitis, acné y tatuajes como puede tener la mujer promedio”, según destacó su creador.

Y un mes antes, había despertado una fuerte polémica la aparición de una muñeca que simula amamantarse gracias a un sensor que permite que succione cuando se activa. La propuesta del juguete es que las nenas se pongan un delantal con dos flores en el pecho y acuesten el bebé cerca de ellas para lograr ese efecto.

La infancia hasta hace poco era un territorio solo reservado a sueños y buenos deseos. Esta invasión de muñecas híper realistas anticipan la llegada de una colosal oferta de chiches provocativos que se encargarán de enseñar picardías y desconfianza a los chiquitos. La idea de las muñequitas lindas y dulces ya fue. La actualidad obliga a que los juguetes traigan también su cuota de falencias y obligaciones para que la cosa esté mejor repartida. Los chiches son menos angelicales, las vidrieras no guardan secretos y las jugueterías les han adelantado a las nenas los entretelones del sexo.

Antes se le pedía un esfuerzo a la imaginación para que nuestros chiches interactuaran con la vida. Ahora ya vienen con envases listos para empezar a pelear en la calle. Hay juguetes que prometen muerte, chiches que amamantan, barbies afeadas y penes impacientes por abrir la puerta para ir a jugar.

Los muñecos enseñan que, si le levantamos la pollera, la realidad está llena de sorpresas.

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