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Información General |HISTORIAS PLATENSES

Pasión por recordar: restauradores del pasado

De cara a la quinta edición de la muestra Supercolecciones que se realiza en el Pasaje Dardo Rocha, tres coleccionistas cuentan sus historias y revelan las obsesiones secretas de este hobby que suma cada vez más aficionados

Por CLARISA FERNÁNDEZ

5 de Septiembre de 2015 | 01:59

La ciudad de las diagonales es famosa por su diseño, su Catedral y las leyendas que surcan sus calles. Pero además de esas virtudes, cobija entre sus innumerables personajes a muchos “junta tutti”, amantes del coleccionismo, que son capaces de pagar fortunas por un billete, o hacer kilómetros de ruta por un muñequito.

En La Plata, los coleccionistas se nuclearon en la ONG CECOLP (Centro de Coleccionistas Platenses), desde donde organizaron la quinta edición de la muestra Supercolecciones, que se puede ver hasta mañana el Pasaje Dardo Rocha.

Ordenados, metódicos y con una cuota de obsesión, los coleccionistas disfrutan de conseguir un nuevo “tesoro” más que renovar el guardarropa, hacer un viaje o comer una cena exótica.

Aquí están, ellos son, tres coleccionistas que desafían al pasado, restaurándolo a nuevo.

NOSTALGIA DE OTROS TIEMPOS

Si algo es claro en esto del coleccionismo, es su conexión con la infancia. De los 43 años que tiene, Laura Maida se pasó 35 coleccionando. El mandato de su papá José María, fue fuerte: “vos tenés que coleccionar algo, cualquier cosa”, le dijo. Así que Laura empezó a los 8 con llaveros –que ahora suman unos 500- y de ahí nunca más paró: latas de gaseosa, marquillas de cigarrillos, encendedores de bencina, estampillas, monedas, medallas, almanaques, pistolas de época en miniatura, libros, piedras y la lista sigue. Pero las vedettes de su colección son los perfumes en miniatura –unos 250- los muñecos del dibujo setentista Meteoro, y la vajilla Rigopal, del casamiento de sus padres. Acompañando los frasquitos, Laura conserva una carpeta con publicidades de perfumes porque, dice, “te entra primero por los ojos, además tiene toda una estética”.

El caso de Silvio Arregui, de 47, también comienza en sus tiernos años. A los 13 trabajaba en una verdulería. Un día el dueño lo mandó a pedir cambio y le dieron diez billetes nuevitos y correlativos de diez pesos, Silvio se enamoró tanto que no pudo desprenderse más de ellos. En ese momento, para no devolvérselos a su jefe se los guardó debajo de la suela y se golpeó la cabeza contra la pared, para simular un robo. Hoy, esos billetes están en un cuadro, componiendo una de sus colecciones favoritas, de las 23 que tiene. Sus tesoros –que en total suman más de 10.000 piezas- se dividen en figuritas, autitos, botellas, chapitas, álbumes, superhéroes de plomo, muñecos, objetos del subte y de Boca. En estos 35 años de coleccionista, ha tenido en sus manos cartas de soldados alemanes nazis exiliados, porque parte de esta gran “pasión” –como la concibe- es la conexión con la historia.

José Galiana nació en Los Toldos hace 46 años, pero vive en La Plata desde los 21, cuando se vino a estudiar Ingeniería Electrónica. A los 12 jugaba carreras de bicicleta en su pueblo, mientras mamá daba clases en la escuela y papá atendía un comercio, pero la atracción de coleccionar asomó a los 10, con estampillas, llaveros y latas de gaseosa. Aunque no terminó la carrera –sólo hizo tres años- la city platense lo conectó con lo que era su amor de la niñez: las bicicletas, y comenzó a trabajar distribuyendo accesorios de rodados. Primero, iba con su mochila y su bici repartiendo, después, en moto y luego en citroneta. Hace 20 años, entre tanto bicicletero viejo y contacto con el rubro, se despertó su pasión cromada y cuando nació su primer hijo, Lucas, le restauró un triciclo. A partir de ahí no paró de reciclar rodados, y hoy tiene más de cien. Entre estas reliquias, hay ejemplares nacionales, italianos, franceses, ingleses y chinos. Comparte con Laura y Silvio la atracción por las antigüedades: “los materiales eran más nobles, todo era a medida, hoy es todo automatizado”, explica.

UNA CUOTA DE OBSESION

“Todo coleccionista tiene que ser apasionado, amar lo que tiene”, dice Silvio. “Coleccionar es un gusto, un placer y a la vez una disciplina – agrega Laura- te genera mucha ansiedad, alegría, es un hábito, orden, prolijidad, disponer de un lugar donde exhibir las cosas, el tema de la limpieza, el cuidado”. “Te tiene que gustar investigar, acumular. A mí me gusta de alma. Interactuar con la gente que está en el tema”, remata José.

Los coleccionistas tienen rutinas: limpian y ordenan sus colecciones. Van a ferias de garaje, son asiduos visitantes de San Telmo y de Parque Saavedra. “Cuando estás buscando algo difícil y lo conseguís, no ves la hora de tenerlo en tus manos”, cuenta Laura. Porque esos tesoros tienen horas de dedicación, inversión de dinero y expectativas. “Yo pagué mil pesos por una botella vietnamita que se hace con veneno de escorpión y de cobra para fines medicinales”, recuerda Silvio. “Me tiene obsesionado conseguir un velocípedo original, que data de 1870. Acá en el país había solo uno en el museo de Luján, yo hice una réplica pero quiero conseguir un original”, admite José. La vedette de la colección de Laura fue el muñeco del hermano de Meteoro: “era muy difícil de conseguir, y recién lo obtuve la semana pasada, lo pagué dos mil pesos –comenta- y siempre ando con las piezas que quiero completar arriba del auto”.

Silvio tiene todas sus colecciones guardadas en 74 cajones de bananas y manzanas, y 8 valijas, en la cocina de su departamento. Es metódico y dedicado con todo, vende postales en un puesto de Parque Rivadavia, en Capital, y postres caseros por el barrio. Los conocidos lo apodan Justicia, “porque siempre lucho por lo que creo que es justo”, dice. “Además –dice sonriendo- tengo una cosa: siempre me gusta llamar la atención”.

José es más de perfil bajo, hace 18 años que tiene su bicicletería en Los Hornos y pasaría desapercibido si no fuera porque ya se ha hecho la fama y muchos acuden a él en busca de piezas raras. Así llegaron a sus manos otras reliquias encontradas por clientes, como un remociclo: “para andar hay que remar, tiene una retrocuerda, un sistema de ingeniería espectacular. Es hecho en Argentina pero con licencia italiana, del año ‘75 o ‘76, y está original”, explica el señor de los cromados.

Observando a Laura uno podría advertir que además de prolijo y ordenado, un coleccionista debe ser también curioso. “Yo hice cursos de fotografía, mosaico, tapicería, paisajismo, decoración de interiores, primeros auxilios, socorrismo, capacitaciones de seguridad siniestral. También estudié música en la escuela de arte de Berisso, italiano y restauración de muebles”, enumera la “junta tutti”. Además, todos tienen una afición por lo antiguo, abonando la frase “todo lo pasado fue mejor”.

LA HERENCIA EN CAJONES

Los dos hijos y las dos hijas de José están acostumbrados a ver bicicletas en toda la casa. Los varones aman las antigüedades y hasta ayudan a su papá a preparar la muestra para Supercolecciones. La aspiración de José es tener una casa en donde se expongan todas sus bicicletas, como un museo. El mismo sueño tiene Silvio, que le agregaría, además, un bar interactivo y un lugar en donde se canjeen productos entre coleccionistas. Laura está pensando a quién dejarle sus colecciones a modo de herencia, le gustaría que alguien las continúe.

Silvio, como vicepresidente del Centro de Coleccionistas de La Plata, es uno de los organizadores generales de Supercolecciones. Reconoce que hay competencia entre coleccionistas pero disfruta del intercambio con compañeros y de mostrar los ejemplares que va consiguiendo. José admite que casi no hay coleccionistas argentinos de bicicletas como él, pero sí está conectado con un grupo internacional llamado Bicicletas Antiguas de Colección donde participa en foros y se comparte fotografías. Para Laura la competencia no es un problema: “yo no soy competitiva ni egoísta, no soy envidiosa. Me da satisfacción ver a otras personas con sus colecciones, lo disfruto”.

Melancólicos y apasionados con el pasado en todas sus formas y colores, estos tres personajes del coleccionismo combinan sus recuerdos personales con retazos de historia, aportando un nuevo brillo en viejas añoranzas.

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