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Ya son adultos, tienen buena parte de su vida organizada y, cuando menos lo esperan, aparecen nuevos amigos. No tienen la inocencia de la infancia, pero sí llegan en el momento justo en que se necesita un par. Historias para no perder la fe en la amistad
Por MANUEL LÓPEZ MELOGRANO
¿Hay una aedad para dejar de hacer amigos? ¿Los verdaderos amigos son los “de toda la vida”; los que se conocen en la escuela o en el barrio? Está claro que no. Hay amigos de primera, segunda y tercera generación. Como la vida misma, los amigos se renuevan en cada etapa, aunque también perduran, muchas veces, los que se forjan entre la niñez y la adolescencia.
La “segunda camada” de amigos suele aparecer en el trabajo, en la práctica de deportes o en el deswarrollo de actividades sociales. Y una “tercera camada” aparece luego con los hijos: los padres del colegio o del club, por citar “fuentes” habituales en las que se generan amistades.
La experiencia señala que una amistad es como una buena planta: puede crecer en cualquier ámbito y en cualquier momento.
“Es una de las relaciones más libres que existen”, explica Ana Norma Delgado, integrante de la Asociación Psicoanalítica Argentina. “Entre amigos no hay pautas externas que determinen el vínculo, salvo el respeto mutuo y la solidaridad propia de la amistad”. Lo que se necesita es una cierta afinidad, identificación, “un cierto compartir -generalmente ideales o valores-, o una mirada similar ante las cosas de la vida”.
Pero la amistad verdadera, dicen los que saben, dependerá de salirse de uno mismo y aceptar al otro sobre todo en las diferencias. Tolerar un pensamiento opuesto al propio, aceptarlo si actúa de una manera distinta a la de uno, o incluso diferente de cómo se esperaba que actuara.
Con el correr de los años, la amistad toma características propias de la edad que se atraviesa. Así, mientras en la adolescencia los vínculos son más pasionales y permiten salir del seno familiar, en la adultez, lo que se comparte es la producción de ese momento -que es lo que la necesidad lleva a compartir y las obligaciones de la vida misma.
Diego Halle es psicólogo social y miembro del equipo docente en la escuela de Psicología Social de Alfredo Moffatt en las sedes de Liniers, Pacheco, Garín y La Plata. Sobre este aspecto asegura: “Cada etapa de la vida está caracterizada por una impronta. En la niñez lo que predomina es el juego; en la adolescencia/juventud es la transgresión; en la adultez la productividad y en la vejez la reflexión”, y apunta: “Los nuevos vínculos están ligados a los intereses del momento, que no significa que sean exactamente los mismos, pero sí hay algún tipo de conexión entre ellos”.
Luciana Amendolara, 36 años, era empleada en la Agencia de Recaudación de Buenos Aires, en octubre de 2001, cuando entró al área de comunicación interna, y conoció a la diseñadora en Comunicación Visual Mariana Rimoldi (39), que trabajaba en la misma oficina. Hasta ese momento, Luciana tenía -y aún tiene- tres grupos de amigos de la “primera hora”. “Mariana se llevaba bien con unos compañeros míos de comunicación interna y empezamos a charlar de música, películas y libros. Ella es mamá también, -son temas que unen- y empezamos a sentir que nos conocíamos de antes. El acercamiento fue por ahí primero”, rememora ahora Luciana desde su casa en el barrio El Rincón y reconoce que si bien nunca aclararon de dónde “se tenían”, la afinidad crecía semana tras semana.
“Cuando empezás a compartir todos los días tantas horas en el trabajo tratás de estar con gente para que sea más ameno. Y además de los gustos también compartíamos con Mariana lo ideológico, que es determinante. Pensamos bastante parecido, algo que no es fácil”, dice Luciana y agrega: “Cuando te encontrás con amigos como Mariana, que también vivió miles de cosas, que es madre, que la pelea todos los días, conseguís un cómplice desde esa paridad, en donde se dan charlas de cosas íntimas que te pueden pasar como mujer, tus deseos, desde la posibilidad de ser una misma. Encontrás uno de afuera que te entiende”.
Los protagonistas consultados para esta nota reconocen que si bien en sus vidas la prioridad es el desarrollo profesional y la familia, las amistades no se descuidan. Es un eslabón, una válvula de escape, un vínculo clave y necesario, construido desde una necesidad y en base a códigos mutuos. “Hoy lo más importante para mi es mi familia, mi cotidianeidad está basada en eso. Pero si le pasa algo a algún amigo salgo corriendo. Las amistades las mantengo, las cuido y las necesito”, confiesa Luciana.
Pero ¿es más fácil compartir algo íntimo con un nuevo amigo que con uno de “toda la vida”?
Algunos expertos señalan que si bien cada vínculo es particular y que hacer confesiones delicadas depende del grado de intimidad y de confianza que se tenga con el amigo de toda la vida; puede resultar más fácil con alguien a quien recién se conoce. Es cuando uno se muestra y elige qué decir y cómo presentarse. Muchas veces, las amistades de “toda la vida”, al haber sido testigos de nuestros trayectos, tienen prejuicios -juicios previos de uno mismo- sobre nuestro rol en la familia, en la pareja o el trabajo, que frenan esa confesión y entonces resulta más cómodo hacérsela a alguien con quien hay un fuerte vínculo, pero es más reciente en nuestras vidas.
“Cuando hacés un amigo a esta edad, al compartir tu historia, compartís desde cero y le ponés otros condimentos que por ahí con el que te conoce de toda la vida no podés. Resulta una amistad desde otro lugar. Hay cosas que uno ya sabe qué postura tienen y no hay intención de discutirlas, sino de compartirlas”, retoma Luciana. Aquí radica la importancia no sólo de compartir las malas, sino de permitirse a uno mismo compartir también las buenas. Lo dice elrefrán: “Amigo no es sólo aquel que ríe tus risas, sino también el que llora tus llantos”.
Otra de las preguntas que muchos se hacen es si estos nuevos amigos de la adultez reemplazan a los “primeros”. Halle, quien además de ser docente, dirige en La Plata el espacio de consultas e intervenciones psicosociales “El psiconavegante”, es de los que sostienen que los amigos, como las estaciones, se renuevan. Si bien es difícil -asegura- hacer una generalización cuando lo que le da sustancia a la amistad es el afecto y no un proyecto común. Cuando se torna necesario aportar al proyecto de vida que cada uno elige y pretende alcanzar, muchas veces esos intereses comunes que nos movilizan hacia determinados objetivos no son los mismos que las “amistades de toda la vida” y es ahí donde los caminos comienzan a bifurcarse y se encuentra un menor número de amigos acompañando ese tránsito. “La amistad sufre la consecuencias de lo que conocemos como madurez”, concluye Halle.
Con el paso del tiempo, a Violeta Villar -46 años, docente y comunicadora social-, sólo le quedaron tres amigas de la “primera hora” que sigue viendo y asegura que en la adultez las amistades son vínculos que surgen por las necesidades del momento. “En las distintas etapas de la vida necesitamos una ´tribu´ con quien compartir, es una necesidad humana”, explica Villar. Cuando tuvo a su hija, Ema, empezó a participar del foro de maternidad “Familia Natural” en donde había madres de todo el mundo. Eran eternas charlas que incluían discusiones, debates y múltiples intercambios sobre aspectos de la crianza que duraron meses, años, hasta que fueron creciendo los hijos. Pero por afinidad ideológica surgió un grupo privado de Facebook de 37 miembros que aun hoy perdura, en donde ella y otras mujeres -una alemana, dos estadounidenses- siguieron en contacto largo tiempo. Violeta recuerda una gran ventaja: “Al ser de distintas partes del mundo, las 24 horas había mujeres conectadas para compartir lo que nos pasaba”.
“Lo que empezó por un intercambio de crianza fue creciendo y, cuando quisimos acordarnos, compartíamos la intimidad que no compartíamos con nadie, en relación a conflictos familiares, problemas de pareja, sexo y confesiones de todo tipo”, recuerda y va más allá: “Sabíamos tanto de nosotras que era como si nos conociéramos de toda la vida. De pronto las charlas de madres se transformaron en grandes encuentros de mujeres y con los años a todas nos cambió mucho la vida y fuimos testigos de ese proceso”.
Si bien hoy reconoce que esa etapa se enfrió un poco, el verano pasado, Angie, la alemana, decidió viajar a conocerlas y se juntaron en su casa de Villa Elisa (FOTO) para compartir con sus hijos un largo día juntas. Esa tarde, la emoción del encuentro flotaba en el aire y se escucharon frases como “Ay, sos igual a cómo te imaginaba”; “Hablás como escribís”; “Que emoción chicas verlas de verdad”. De regreso en Europa, Angie escribió en el grupo de Facebook: “Me encantó conocerlas en vivo, fue como un sueño hecho realidad”.
Pero, ¿qué tenían esas nuevas amigas cibernéticas que ella necesitaba? Villar no lo duda: encontró allí apoyo y comprensión. Mujeres con los mismos intereses y las mismas inquietudes; las mismas alegrías y los mismos miedos. “Sentíamos la necesidad de compartirnos las experiencias, de crecer juntas como madres y de aprender unas de las otras. Mis viejas amigas no pasaban en ese momento por la misma situación, y quizá les costaba comprender que a mí lo único que me interesaba era hablar de mi bebé y su crianza” rememora Violeta. “Con esas grandes amigas que encontré en la red, construí mi tribu para esa etapa tan movilizante”.
Hoy, con esos bebés ya convertidos en niños grandes, volvió a compartir la vida con sus amistades de siempre. “Con una amiga, por ejemplo, empezamos a transitar esa libertad que aparece cuando los hijos están criados y ahora planeamos estudiar juntas de nuevo y salir de bares algún sábado a la noche”, concluye.
En el contexto actual, las relaciones se encuentra permanentemente marcadas y condicionadas por el tiempo, que con los años traduce aquellas largas tardes de juegos de amigos, salidas maratónicas y vacaciones con el grupo de la secundaria en breves encuentros, alguna cena y, con mucha organización, algún plan los fines de semana. “No tenés la misma predisposición horaria de cuando eras pendejo. Al trabajo se suma la familia propia como tema central. Los hijos demandan tiempo por sí solos y cada vez más a medida que van teniendo su propia vida social. Y así te queda poco tiempo libre real”, relata Luciana, quien reconoce que las redes sociales la ayudan–vía whatsapp- para chatear mañana y noche con una u otra amiga, y así, “estar conectada y saber cómo están”.
“No todo el mundo tiene la capacidad de tener amigos”, subraya la psicóloga Delgado. “Si yo no tengo la confianza y el respeto a la persona a la cual le estoy contando las cosas íntimas de mi vida, la amistad no se sostiene. Y si no hay solidaridad, tampoco”.
Habrá que entenderlo de una buena vez: los vínculos son dinámicos y no estáticos. En el proceso de vivir vamos transitando por distintos cambios y adaptaciones. No solo del pasado se construye nuestra personalidad, también es necesario incluir el futuro con forma de proyecto y cuanto más ampliemos nuestra mirada, más rica será nuestra vida, con la seguridad de que lo bien sembrado perdura en el tiempo.
Seguramente, querido lector, usted podrá chequear con su propia experiencia y su historial de amistades mucho de lo que aquí se ha dicho. Pero no olvide que, después de todo, el principal motor de la amistad es ser sincero con uno mismo y si aquellos con quienes nos encontramos también lo son para sí, el entendimiento no dejará lugar a dudas. Y recuerde que el mejor amigo para el resto de sus días puede ser el que conoció anoche, en el bar.
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