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Son las víctimas colaterales de la violencia extrema contra las mujeres y, muchas veces, sobrevivientes de la escena del crimen. Enfrentan cambios drásticos de vida y la necesidad de volver a empezar
Nenes que son testigos o víctimas de la violencia más furiosa que se desata bajo su mismo techo, hermanos más grandes que protegen como pueden a los más pequeños, tíos o abuelos que se hacen cargo de la manada que se quedó huérfana y deben ensamblar familias destruidas. Nenes sin infancia. Pibes en edad de jugar que tienen que cambiar de barrio, de ciudad o de entorno para escaparle a la locura de algún femicida. El drama de la violencia de género lejos está de dimensionarse sólo con los números de las mujeres asesinadas. Las ausencias violentas sacuden los entornos familiares, obligan a reacomodarse y caen como una bomba sobre las víctimas más frágiles que se mantienen en pie: los hijos que se quedaron sin madre.
Un reclamo que surge de las cifras es el tratamiento del anteproyecto de ley “Brisa”, que busca un reconocimiento económico para los niños huérfanos por femicidios hasta la mayoría de edad
Sólo el año pasado hubo 286 femicidios y un total de 2.094 en los últimos ocho años, de acuerdo al último balance del Observatorio de Femicidios Marisel Zambrano de la Casa del Encuentro. En ese período que va desde 2008 hasta el 2015, 2.518 hijas e hijos quedaron sin madre; el 65 por ciento de ellos (1.617), son menores de edad y muchos son obligados a vivir con el femicida.
La diversidad y complejidad de las distintas situaciones que envuelven a esos chicos abarca desde la instancia previa, en general atravesada por la violencia más furiosa, al hecho dramático del asesinato y las circunstancias posteriores en las que algunos niños continúan bajo el mismo techo que el padre femicida o viven con algún familiar o son separados de sus hermanos porque no tienen el mismo padre, o no hay nadie que se ocupe de ellos y terminan en una institución. Es decir, abandonados.
De los 2.518 chicos que se quedaron sin madre en los últimos ocho años en el país, 1.617 son como se dijo menores de edad. Y de ellos, la gran mayoría presenció una y más veces escenas donde la violencia extrema ocurría en sus hogares y frente a sus ojos.
“No creo que se pueda generalizar y todo debe analizarse caso por caso, historia por historia -opina la psicopedagoga y psicoanalista Mariana Mazzur-. El trauma siempre depende de cómo se lo viva, quien cría a ese niño después y en que momento de su historia se produce”.
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Cumbres y caídas
A partir de un caso que atendió de una nena cuando tenía tres años, única hija, que presenció el momento en el que su papá mataba a su mamá y luego decidía quitarse la vida, la especialista señaló que “lo que traté de hacer en ese caso y en general es que el niño, si bien es víctima, no se victimice, que su posición subjetiva no sea de victimización”.
Si el asesino fue el padre biológico o la pareja de la madre con el cual convivían, es muy probable que el femicidio haya sido el último acto de una serie de actos de violencia, cometidos generalmente en presencia de los niños.
Como ejemplo de ello, la experta detalló que la abuela materna -con quien se quedó la nena tras el femicidio- trataba todo el tiempo de que no olvidara la imagen de su mamá, algo que provocaba en la criatura cansancio y una profunda mortificación. “La abuela quedó melancolizada, mataron a su hija; pero la nena la recordaba poco, y vivía después con la historia que se construyó con tíos y abuelos. La posición de la nena no era melancolizada, había zafado de eso, era una nena que jugaba, que tenía vínculos”, explica la profesional.
“Ella se acordaba de la escena -continuó Mazzur-, por eso había que armar un velo a lo tan traumático y siniestro que estaba en carne viva, había que reprimir eso. El tema era elaborar la escena traumática y después reprimirla, para que esto se convierta en recuerdo, para que la chica entonces pueda estudiar, aprender, crecer”.
Pese a las marchas y medidas, la cifra de femicidios anuales en Argentina no baja y se mantiene por encima de los 200 desde 2008, ya que el año pasado fueron como se dijo 286 las mujeres asesinadas -la mayoría con armas de fuego-, crímenes que dejaron sin madre a 214 niñas y niños, y el trágico ranking lo encabeza la provincia de Buenos Aires, aunque Salta tiene la tasa mas alta del delito por habitante.
Según las estadísticas del año pasado, también murieron 43 hombres y niños, lo que la ONG Casa del Encuentro llama “femicidios vinculados”, es decir varones que quedaron en la “línea de fuego” de los asesinos de mujeres.
Si bien los números impactan, un pedido de La Casa del Encuentro es no perder el eje: los números son personas, cada femicidio contabilizado es una muerte de una mujer por el sólo hecho de serlo. Por eso, en días donde el gobierno nacional acaba de lanzar el Plan Nacional para la Erradicación de la Violencia contra las Mujeres -que incluye la incorporación de la perspectiva de género en las currículas escolares, campañas de concientización, tobilleras electrónicas para maltratadores y acceso a microcréditos para las sobrevivientes del delito, entre otras medidas- a las estadísticas y porcentajes la organización agregó una serie de pedidos relacionados con políticas públicas, como el tratamiento de los anteproyectos de ley sobre pérdida automática de la responsabilidad parental del femicida condenado.
Uno de los casos paradigmáticos que se expone para ilustrar este tema es el de los hijos de Rosana Galiano, por cuyo femicidio fue condenado su ex esposo, José Arce, quien goza del beneficio del arresto domiciliario en un casa en la que convive con los niños.
“Cuando ocurre un femicidio, hay varios efectos que se acentúan en el chico. Aparece el trastorno de estrés postraumático acompañado del duelo y surgen entonces sentimientos de abandono y de profunda depresión”
Otro reclamo que surge de las cifras es el tratamiento del anteproyecto de ley “Brisa”, que busca un reconocimiento económico para los niños huérfanos por femicidios hasta la mayoría de edad.
“Todas estas mujeres han sido asesinadas de formas muy crueles, y cuando digo crueles es porque así fue”, sostiene Ada Rico, al frente de la ONG que desde 2008 lleva adelante las estadísticas de femicidios en el país. Y tiene razón: una de cada cuatro fueron asesinadas con armas de fuego. También han sido apuñaladas, golpeadas, incineradas, estranguladas, asfixiadas, degolladas, ahorcadas, descuartizadas y ahogadas. El 77% de los asesinos que las mataron con esa crueldad fueron sus parejas o su ex, muchos de ellos los padres de sus hijos, a los que dejaron sin madre y con la vida arruinada.
Para Florencia Vavassori, en tanto, coordinadora de psicólogas y trabajadoras sociales de la Casa del Encuentro, los efectos psíquicos en los hijos de esa madre asesinada “son bastante desoladores”. Problemas físicos, emocionales, cognitivos, de conducta, alteraciones en el sueño y alimentación, retraso en habilidades motoras, retraso en el crecimiento, ansiedad, ira, depresión, baja autoestima, afectación en el rendimiento escolar, déficits en habilidades sociales, agresividad, déficit de atención y consumo de drogas, son algunos de esos efectos que viven niños marcados por la violencia directa.
“Cuando ocurre un femicidio -dice Vavassori-, todos estos efectos se acentúan. Aparece el trastorno de estrés postraumático acompañado del duelo y surgen entonces sentimientos de abandono y de profunda depresión”.
Adriana Franco, por su parte, docente de Clínica de Niños y Adolescentes de la facultad de Psicología de la UBA, coincidió en que no se puede generalizar en estos casos y marcó aspectos que suelen darse previamente al femicidio. “Si el asesino fue el padre biológico o la pareja de la madre con el cual convivían -sostiene-, es muy probable que el femicidio haya sido el último acto de una serie de actos de violencia física y/o psíquica, cometidos generalmente en presencia de los niños. En estos casos, que son la mayoría, los niños también son víctimas de esta violencia, porque son testigos del sufrimiento de las madres y van a sentir culpa porque no la pudieron defender”.
Según Franco, “si además el asesino es la persona que debía cuidarlos, implica un doble duelo por la madre muerta y por el padre que perdieron como tal”. En cambio, cuando el femicida es un extraño, alguien no cercano afectivamente al chico que quedó huérfano, algunos niños y especialmente adolescentes “suelen sentir bronca contra la madre por no haberse separado antes y dejarse matar, y por tanto abandonarlos”, precisa la especialista.
En relación al universo estadístico que difunde la Casa del Encuentro, cabe precisar que la mayoría de las víctimas registradas el año pasado tenía entre 19 y 50 años, aunque también hubo trece nenas asesinadas y mujeres bien mayores. Entre las víctimas había embarazadas. Muchas ya los habían denunciado e incluso esos asesinos tenían exclusión de hogar y prohibición de acercamiento.
La mayor cantidad de femicidios ocurrieron en Buenos Aires y Santa Fé. Aunque si se hace la cuenta por densidad de población, los peores lugares son Salta y Formosa.
“Hemos avanzado en la toma de conciencia, en cuestiones legislativas y como sociedad, pero todavía nos falta mucho. Tenemos que seguir repitiendo que las mujeres somos sujetos de derecho que no les pertenecemos a nadie. Ni una menos nunca más”, finaliza Ada.
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