Ingeniería solidaria, una “especialidad” que ya construye sueños en Altos de San Lorenzo

Tuvieron una formación dura, clásica, que los preparó para encarar grandes obras. Ellos mismos lo dicen. Pero un día la realidad social les pegó una trompada en el estómago. Cuando se recuperaron, se abrieron “de par en par”, escucharon la opinión de otros profesionales, técnicos, vecinos. Y convirtieron los proyectos de ingeniería en “trampolines para el desarrollo integral de comunidades socialmente vulnerables”.

En el inicio fue un ingeniero mecánico apoyado por una antropóloga. Hoy, Ingeniería sin Fronteras Argentina cuenta con 200 miembros, y mañana desembarcará por primera vez en La Plata para “ponerle” piso, techo, paredes, sanitarios, cocina y calefacción a un comedor comunitario que funciona a la intemperie y con un horno de barro.

El comedor “Todos por una sonrisa” nació luego de la inundación del 2013 en 88 entre 16 y 17, una zona muy carenciada de Altos de San Lorenzo. María Magdalena Díaz Pantoja, quien cuatro años antes había llegado desde Perú a “estudiar y trabajar para conseguir una mejor vida”, tuvo que salir con sus hijos a cuestas a pedir ayuda. Caminando y caminando vio las necesidades ajenas. Hasta que una organización barrial le propuso hacer una “copa de leche”. Dijo que sí. Hoy coordina el comedor y merendero de esa populosa barriada.

Ingeniería sin Fronteras funciona en 40 países atendiendo a las características de cada uno. No existe una organización central. Lo que los une es el trabajo por los más vulnerables

Sobre el final de un conmovedor video titulado “Humanizarse”, realizado por alumnos de la Universidad local, María decía tiempo atrás que su sueño era “tener un piso, un techo, y una gran mesa para que los niños puedan sentarse a comer”. Desde mañana, y gracias al puente que tendió “Un techo para mi país” con Ingeniería sin Fronteras, cinco estudiantes de Australia comenzarán a hacer ese sueño realidad. Luego se les irán sumando alumnos y docentes de la facultad de Ingeniería platense. Todo impulsado y coordinado por la ONG de esos hombres y mujeres de formación dura y corazones abiertos.

Acceso al agua potable y a cloacas en comunidades olvidadas, puentes para que pueda llegar hasta un pueblo el camión cisterna y para que puedan cruzar el arroyo los pequeños productores locales, guarderías, jardines maternales y de infantes, ampliación de una escuela secundaria, purificación del arsénico en el agua de zonas con napas contaminadas, organización de una carpintería metálica para crear trabajo, espacios deportivos, merenderos, provisión de agua caliente. Los proyectos se multiplican. Y nacieron en 2001 de un entonces estudiante de ingeniería que vio algo terrible por la ventana de la biblioteca de la UBA.

Adán Levy (38) se graduó primero de “Profesora de nivel preescolar”. “Así figura en el diploma”, cuenta entre risas. Trabajó como docente. Pero le gustaban mucho las máquinas y empezó la carrera de ingeniería mecánica. “Por fin mi familia pudo decir a qué me dedicaba”, soltó durante una charla provocando carcajadas entre el público. “Llegó el 2001, la gran crisis que atravesó a mi generación, entre otras. Una tarde estaba estudiando en la biblioteca de la facultad. Hice una pausa y me puse a mirar por el ventanal. En la calle había una familia entera buscando comida entre los residuos. ¿Cómo podía enlazar el impulso por salir a hacer algo de inmediato y una carrera tan extensa? Pensé a largo plazo. Primero recibirme, luego empezar a trabajar, después hacer una diferencia y con ella plasmar un proyecto para los sectores más vulnerables”, reseña Adán. Y ese es el camino que siguió. Hasta que en 2011 renunció a su (muy buen) trabajo para lanzarse hacia un ideal. “Eramos dos. Una antropóloga, Natalia Zlachevsky, y yo. Hoy somos 200”, dice el maestro-ingeniero.

Cuenta que Ingeniería sin Fronteras funciona en 40 países “atendiendo a las características de cada uno. No existe una organización central. Lo que nos une es el trabajo por los más vulnerables. Por lo demás, los suizos, por ejemplo, realizan todos los proyectos afuera. Los australianos viajan, y su labor es reconocida como práctica profesional. Por caso, a los 5 chicos que llegan el lunes y que estarán durante un mes los tenemos que evaluar e informar a su universidad. En Argentina decidimos llevar a cabo todo fronteras adentro”, apunta Adán. El secretario de Extensión de la unidad académica de 1 y 47, Gustavo Saralegui, acota que los alumnos platenses que tomen parte de la construcción del comedor de Altos de San Lorenzo podrán presentar ese desarrollo como la práctica profesional supervisada (PPS), obligatoria de la carrera”.

La organización se financia con pequeños aportes de particulares. Sólo acepta colaboraciones de empresas o dependencias del Estado para los proyectos. La iniciativa platense está cubierta, hasta hoy, en un 40%. Y ya figura en la página oficial isf-argentina.org.

LA VENTAJA DE LO VISIBLE

En 88 entre 16 y 17, María Magdalena y su gente esperan con los brazos abiertos, dispuestos a colaborar. “Esto no tiene sentido si las comunidades no se involucran, pues no sólo se trata de un proyecto de ingeniería, sino del desarrollo integral de las personas”, resalta Adán, quien reconoce que “los proyectos de ingeniería son una herramienta muy potente, pues cuentan con la ventaja de lo concreto, lo material, lo visible”, enumera.

Cuando el comedor y merendero -que días atrás fue destinatario de una donación muy particular realizada por una chica que cambió sus regalos de 15 por mercadería para el lugar- deje de funcionar a la intemperie, María piensa en brindar apoyo escolar, talleres de oficios para jóvenes, ampliar el servicio de asesoramiento y asistencia a víctimas de violencia de género que ya funciona en su casa, días de cine, y mucho más.

“Ahora les hacemos la cena a más de 100 personas los lunes, miércoles y sábados. En los últimos meses la gente que viene a pedir casi se duplicó. Por eso es tan importante contar con un edificio”, enfatiza, para expresar que “lo importante aquí es humanizarse, la solidaridad es lo único que va a perseverar. Siempre hay que tener confianza y nunca politizar el hambre y la miseria”, reflexiona Magdalena, madre de 4 hijos, abuela de 2 nietos, y la mujer que, junto a otras que se han ido sumando a colaborar, lleva comida a la mesa de un centenar de vecinos.

“Los ingenieros estamos formados para hacer proyectos cerrados, realizar obras y entregarlas, si es llave en mano, mejor. Para emprender esto tuvimos que abrirnos, muchísimo, escuchar todas las voces y opiniones, y trabajar codo a codo con la comunidad”, define Adán Levy. María Magdalena Díaz Pantoja cuenta que ayer “festejaron los cumpleaños del mes a 7 chicos con la donación de Candela, la adolescente que cumplió 15 y nos trajo un montón de mercadería”. Y sabe que mañana, su sueño de tener un piso, un techo y una mesa empezará a concretarse, superando ampliamente ese deseo.